No parece la mejor de las ideas, cuando se quiere atajar un problema, utilizar un diagnóstico manifiestamente erróneo como punto de partida de nuestras acciones. Bien decía el bueno de Albert Einstein que es más importante el planteamiento que la propia solución, puesto qué, una vez formulado correctamente el enunciado de aquello que nos perturba, con todos sus condicionantes e interferencias, habremos andado más de la mitad del camino.

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Tampoco andaba en mala dirección Groucho Marx al afirmar que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnostico erróneo y aplicar después los remedios equivocados. Es tal la distancia entre la realidad y la ficción parlamentaria que, como bien plasmaba en estas páginas José Carlos Rodríguez, todo un ex agente de la KGB es capaz de creerse sus propias invenciones. Desconozco a ciencia cierta que pasa exactamente por la cabeza de Vladimir Putin, pero sus acciones solo pueden explicarse desde una lógica estatista trufada de egolatría y nacionalismo exacerbado. Todos tenemos voluntad de trascender nuestra propia muerte, ser recordados más allá de nuestros vínculos más cercanos, pero al atravesar la línea que separa al Estado de la realidad se cruzan todas las líneas de la lógica mundana para enfrascarse en un supramundo por encima del mundo mortal al que solo unos pocos tienen acceso.

Cada pequeño líder con ínfulas de notoriedad, se construye un discurso idílico en torno a aquello que su consigliere ha determinado como fortalezas: una imagen propia, un país, un queso, sus capacidades técnicas o dialécticas… para acabar conformando una arcadia al alcance de cualquiera, su Shangri-la, el Nirvana

Todos estos mundos que no están en este que pisamos, son fruto de la propaganda. Entiendo que, en la Edad Media, cuando sólo el 1 o el 5% de la población vivía fuera de la pobreza, eran los condicionantes económicos los que marcaban la diferencia entre los mundos de arriba y el mundo real. En el siglo XX, con la inversión de los porcentajes de pobreza, ha sido necesaria una nueva estrategia para marcar estas distancias. El fuego constante desde los mass media y el establishment hacen caer casi cualquier defensa y es difícil muchas veces distinguir que es lo que están viendo nuestros ojos y qué lo que nos están contando de forma deformada, maniquea y absolutamente manipulada. Los políticos no escapan de esto.

Notará el avispado lector que la disyuntiva se marca entre un mundo real y varios imaginarios promulgados desde distintos poderes. En efecto, la imaginería putinesca difiere, por ejemplo, de la imagineria a la que nos tienen acostumbrados en el mal llamado mundo libre occidental. Frente a desfiles militares y discursos rudos, cargados de parafernalia nacionalista nuestros líderes proponen bailes en camiseta en el Parlamento Europeo al ritmo de melodías que hacen doler las muelas, de tan almibaradas. Ambas, y tantas otras, no son más que patochadas de quienes hace tiempo que cruzaron el Rubicón. Cada pequeño líder con ínfulas de notoriedad, se construye un discurso idílico en torno a aquello que su consigliere ha determinado como fortalezas: una imagen propia, un país, un queso, sus capacidades técnicas o dialécticas… para acabar conformando una arcadia al alcance de cualquiera, su Shangri-la, el Nirvana.

Es imposible entender la forma de actuar de los Sánchez, Putin, Puigdemont o Von der Leyen sin tener en cuenta que son presas de sus propias fantasías. No pueden pensar como usted y yo pensamos en nuestro prosaico mundo real, porque hace mucho tiempo que olvidaron la lógica de estos lares. Ponen al mismo nivel la imagen de un joven sólo y desarmado, frente a un tanque en Tiananmen que una veintena de ellos bailando grácilmente bien a cubierto.

Sinceramente, no me cabe en la cabeza que un líder que se precie de serlo mande a la muerte a nadie, pero, cuando Atila lanza a sus huestes contra sus supuestos enemigos, no se detendrá antes juegos florales ni emocionantísimas vigilias. Cuando alguien rompe el Principio de No Agresión, difícilmente se le puede parar con algo que no sea la propia violencia.

Si los desvaríos fueran gratuitos daríamos por bueno el sainete y mañana a madrugar para ir al tajo, pero la triste realidad es que estas cuestiones cuestan vidas y mucho dinero que, por cierto, sale del bolsillo de los que van a morir por el césar o sus familiares.

La política – y por lo tanto la geopolítica – es una telenovela en la que los propios protagonistas escriben el guion para su mayor gloria. La diferencia es que el argumento nos afecta mucho y cada vez nos entretiene menos, quizá a unos cuantos. No son pocos los que quedan atrapados por la trama y, abducidos, construyen una vida sobre los mimbres podridos de la propaganda, con un poco de suerte darán el salto a cualquiera de esos planetas inexistentes, aunque tantos de ellos acaben atrapados por su propia disonancia cognitiva sin entender por qué la vida les pasó por encima.

Esta televisión también hay que apagarla y apegarse un poco más a la realidad. Nuestro cerebro tiene ya suficientes malas costumbres, demasiados sesgos, como para dejarnos llevar por cantos de sirena. La construcción de las libertades, de mundos reales mejores, no puede supeditarse a la interpretación que de su propio ombligo hace cada dictadorzuelo de provincias. Por desgracia, a veces no es suficiente solo con ignorarlos. Que se lo cuenten a los ucranianos.


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