La presentación en Madrid hace unos días del libro de Jean-Claude y Colette Rabaté En el torbellino: Unamuno en la guerra civil (Marcial Pons, 2018) ha reabierto un viejo debate ideológico que dice mucho sobre la apropiación sectaria del pasado y los sesgos partidistas con que se aborda nuestra historia reciente. Si prefieren que lo exprese en los términos simplificados más habituales, hablaré en efecto, como ya habrán barruntado, de una de las innumerables vertientes de la memoria histórica.
Se trata, como en tantos otros casos, de ese tipo de mirada presentista que pretende explicar determinados sucesos históricos según las necesidades del momento actual, cuando no más groseramente del empeño de llevarse el agua al molino propio, como reza el dicho. Como siempre, la guerra civil actúa más que como telón de fondo como herida que no termina de cerrarse del todo.
La memoria histórica es una mirada ‘presentista’ que pretende explicar determinados sucesos históricos según las necesidades del momento actual
Vaya por delante que esto nada tiene que ver, por paradójico que en principio resulte, con el trabajo propiamente dicho del matrimonio Rabaté. Se podrá discrepar de matices puntuales, pero el trabajo de investigación de los hispanistas franceses es irreprochable. Como ya mostraron en su densa biografía del pensador español (Miguel de Unamuno. Biografía, Taurus, 2009), los Rabaté son unos profesionales rigurosos que recogen y analizan la documentación existente de modo exhaustivo. El problema en gran medida es ajeno a ellos y tiene mucho más que ver con determinados usos y costumbres que se han instalado en la sociedad española. O, mejor dicho, son fantasmas del pasado, muertos en el armario, de los que no logramos deshacernos.
Lo sabido y lo casi desconocido en sus últimos meses
De los últimos meses de la vida de Miguel de Unamuno en su querida Salamanca hay cosas muy sabidas, menos sabidas y muy poco sabidas. Lo más conocido es, sin lugar a dudas, el enfrentamiento del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad con el general José Millán-Astray. En la memoria histórica que ha llegado a nosotros, divulgada por varios libros de Carlos Rojas y, más aún, por Andrés Trapiello (en especial en ese best-seller que fue Las armas y las letras, con varias ediciones desde 1994), Unamuno habría alzado valientemente su voz para reprochar a los sublevados su cerrazón ideológica y, por encima de todo, su violencia indiscriminada y bestial. Era el famoso “¡Venceréis pero no convenceréis!”, supuestamente contestado por el fundador de la Legión con el emblemático grito de “¡Viva la muerte!” y por sus seguidores con la proclama de “¡Muera la inteligencia traidora!”
Pues bien, el 8 de mayo pasado el diario ABC publicaba un artículo con el titular «Venceréis, pero no convenceréis»: desvelan la mentira del enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray y un día después reelaboraba la misma información con un título todavía más explícito: «Unamuno nunca dijo «Venceréis, pero no convenceréis» a Millán-Astray». Por su parte, en estas mismas fechas, El país publicaba un artículo titulado Lo que Unamuno nunca le dijo a Millán Astray. Todas esas informaciones daban un protagonismo sorprendente a un estudioso de la Universidad salmantina, Severiano Delgado Cruz, al que se ponía al mismo nivel que los Rabaté, aunque no aportaba ninguno dato nuevo a los ya publicados por estos. No entraremos empero en esas consideraciones pues lo que nos interesa aquí es otra cosa.
Lo que me interesa destacar es la actitud ante el acontecimiento histórico convertido en mito. Desde las filas conservadoras se enfatizaba que todo había sido una manipulación, una “mentira” se dice textualmente, “con el objetivo de demostrar la barbarie de Millán-Astray”.
Desde la acera opuesta, la aparente admisión de que se derrumbaba el Unamuno opuesto al Alzamiento, uno de los grandes iconos de la izquierda intelectual, era solo un acicate para atacar con redobladas fuerzas. El mismo autor del antes citado artículo del diario El País, Sergio del Molino, publicaba en este mismo diario el 9 de mayo un artículo cuyo título lo decía todo: Miguel de Unamuno vence: el mito se mantiene en pie y un subtítulo no menos explícito Varios expertos consideran que su enfrentamiento con Millán Astray fue de calado y que su intervención casa con lo conocido. Ufff… ¡Qué alivio!
Bueno, pues no debió parecerles suficiente. Se había puesto en cuestión el mito y había que apuntalarlo. Robustecerlo, si era preciso. Antonio Elorza publicó en El país otro artículo cuyo título venía otra vez a decirlo todo: El pensador antifranquista. Lo curioso del caso es que el contenido propiamente dicho era impecable. Solo desentonaban el título y la última frase (“Es un antifranquista”), que estaban metidos con calzador. Porque Elorza sabe perfectamente que, como demuestran los Rabaté en su libro, Unamuno abominaba de muchas cosas del bando sublevado, pero antifranquista precisamente no fue el don Miguel histórico, el único que existió realmente. Por el contrario, llevado por su ceguera o ingenuidad, creía en Francisco Franco y, sobre todo, creía que solo Franco podía contener la violencia represiva de los militares.
El titular del diario es lo que importa
Con todo, seguía sin ser suficiente. La presentación del libro de los Rabaté dio pie a que nuevamente El país se luciera con otro titular antológico: 12 de octubre de 1936: el “Yo acuso” de Unamuno a Franco. Como en otras ocasiones, el problema no estaba tanto en el grueso del reportaje, bastante equilibrado, como en el titular. ¡Ay, pero ya se sabe…! El titular es lo que importa y lo que queda. Lo que importaba era la equiparación, Unamuno, el Zola español que se había alzado contra Franco.
Decir a estas alturas que la realidad es más compleja suena a perogrullada, pero también y sobre todo a causa perdida. Que la realidad o la verdad no te hagan perder un buen mito. Sobre todo un mito que aún puede ser hoy útil. Unamuno es una pieza importante en esa construcción histórica de los intelectuales, como un bloque, contra el franquismo. Señalaba antes que en los últimos meses de la vida de Unamuno había cosas muy trilladas y otras mucho menos. Estas últimas, sin embargo, no solo nos ayudan a entender cabalmente las primeras sino que son imprescindibles si nos importa algo la aproximación a cómo fueron los hechos.
Unamuno saludó con esperanza el alzamiento militar de 1936 pensando, también como muchos otros, que se trataba de una mera rectificación de rumbo
Unamuno que, como tantos otros, se había mostrado entusiasta el 14 de abril de 1931 por la proclamación de la República, estaba tan harto como temeroso de la deriva republicana y tenía una inquina especial contra Azaña. Saludó por tanto con esperanza el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 pensando, también como muchos otros, que se trataba de una mera rectificación de rumbo. Colaboró activamente con los insurrectos en la Salamanca franquista.
La violencia represiva, que afectó a muchos colegas y amigos, le distanció de un bando que decía encarnar el espíritu cristiano pero que mataba a mansalva. Pero como los «hotros» no eran en su opinión mejores que los «hunos», nunca llegó a romper sus vínculos con los sublevados. Se sentía viejo, débil, enfermo, desengañado, perplejo y desamparado (había quedado viudo poco tiempo atrás). Su vida se convirtió en un infierno, según atestiguan sus escritos íntimos, que los Rabaté han utilizado profusamente.
En esas circunstancias ha de entenderse y encuadrarse el famoso acto del Paraninfo. Unas circunstancias que obvian todos los que quieren presentar un impoluto Unamuno antifranquista. Unamuno presidía el acto en nombre de Franco, acompañaba a su esposa, Carmen Polo y estaba allí como autoridad académica impuesta por las fuerzas que gobernaban la ciudad. Hace ya algunos años, yo mismo publiqué (¡Viva la muerte! Política y cultura de lo macabro, Marcial Pons, 2014) que el mito del discurso del viejo rector, tal como lo difundió Hugh Thomas, no se sostenía.
El famoso acto de Salamanca fue bastante confuso; el discurso no fue tal, sino unas pocas palabras, que generaron probablemente un cierre tumultuoso
El análisis de las fuentes me llevó entonces, como ahora también señalan los Rabaté, a la conclusión de que el acto fue bastante confuso y el discurso no fue tal, sino unas pocas palabras, imposibles de reconstruir en su literalidad, que generaron probablemente un cierre tumultuoso de la ceremonia. Pero… ¿para qué quieren más? Un hombre solo, con sus fuerzas muy menguadas, alzando la voz en nombre de su conciencia en un ambiente hostil, aunque eso le supusiera poner en peligro su vida. Una lección de dignidad. Pero que no hacen de don Miguel de Unamuno un icono antifranquista, sino un intelectual que, como les pasó a otras muchas personas de su tiempo, sufrió la guerra civil como un profundo desgarro interior.
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