Una gran parte de los aficionados al fútbol del mundo entero estarán hoy, sábado 28 de mayo, pendientes de cómo acaba la final del Campeonato de Europa de campeones de Liga, la famosa Champions League. Yo creo, espero y deseo que la gane el equipo de mis amores, el Real Madrid, eso se verá esta tarde y hasta que se vea estaré un tanto inquieto, como millones de personas más, también los del Liverpool que es un equipo magnífico y muy respetable.
Por fortuna creo que se ha superado aquella etapa en que el interés por el fútbol se consideraba un síntoma de barbarie, una muestra casi indudable de mentecatez. Esta clase de criterios se mantenía por grupos de personas con un altísimo concepto de su inteligencia y empeñadas en que lo que a ellos no gustase no podía tener el menor interés, intelectual, por supuesto. Espero que ya no quede casi nada de esos absurdos prejuicios porque, a Dios gracias, el deporte, en general, ha ganado muchísimos adeptos en el último medio siglo.
El culto a la competencia que es esencial en el deporte no se suele valorar en otras actividades en las que se lleva un igualitarismo ramplón. Nadie iría a ver un partido en el que el resultado estuviese marcado por una ley o respondiese a reivindicaciones que hacen su agosto en otros terrenos
Cuando yo era joven, es decir hace muchos decenios, en España estuvo de moda decir que el fútbol era un instrumento de alienación de las masas, porque entonces la religión marxiana tenía casi tantos adeptos como hoy en día el ecologismo radical y eso hacía que los que se consideraban de izquierdas tuvieran que tener una afición vergonzante al fútbol, cosa que, por fortuna, ya no pasa. Ahora ese tipo de objeciones se ha modernizado y algunos se quejan de que en el fútbol todo es dinero, a pesar de que es evidente que no es así, y mucho menos del todo. Hay dinero, mucho, sin duda, desmedido, tal vez, pero si eso es así se debe a que el fútbol ha sabido adueñarse de la atención de un número altísimo de personas y es bien sabido, lo decía Lenin, que la política, y el dinero, acuden presto a do están las masas.
Puede que esto cambie e incluso es posible que esté ya cambiando como sostienen quienes hacen notar que el fútbol ya no interesa a los jóvenes de la misma manera que a las gentes de anteriores generaciones. Nada humano es eterno y todo puede acabar decayendo, pero, de momento el fútbol sigue ocupando la atención de muchos millones de personas.
Una pregunta casi obligada para los españoles se refiere a cuál es la razón de que se nos den tan bien los deportes (hasta el punto de que ha podido llegar a decirse aquello de “soy español a qué quieres que te gane”) mientras vamos bastante peor en un gran número de cosas, en economía, en ciencia, en tecnología etc. Una respuesta fácil es que lo nuestro es el individualismo, pero hace ya mucho tiempo que incluso los deportes individuales, como tenis o golf, son cosa de equipos cada vez más sofisticados. A mi me parece que una de las razones puede estar en que la presencia de los poderes públicos en los deportes es bastante marginal, es decir que se trata de actividades privadas casi al completo.
El Estado interviene, sería milagro que no fuese así, pero por las razones que sea, que luego diremos algo, su intervención siempre es marginal. Son instituciones civiles las que organizan los deportes, las que compiten, y las que triunfan o fracasan. Lo notable del caso es que apenas habría españoles que aceptasen que en el deporte de su preferencia, el fútbol, por ejemplo, se impusiesen normas como las que soportamos en otros terrenos con las más variopintas justificaciones. El culto a la competencia que es esencial en el deporte no se suele valorar en otras actividades en las que se lleva un igualitarismo ramplón. Nadie iría a ver un partido en el que el resultado estuviese marcado por una ley o respondiese a reivindicaciones que hacen su agosto en otros terrenos. Por ejemplo, sería absurdo imponer a un equipo que contratase a jugadores mediante cuotas regionales o que se le obligase a alinear a los porteros que han encajado más goles para evitar el supuesto trauma que hayan podido sufrir y cosas así.
Los políticos y el Estado se abstienen de intervenir en los deportes porque saben que su intromisión sería intolerable, pero los mismos ciudadanos que no admitirían esta interferencia de los políticos consienten que el Estado dicte normas sobre sus ahorros, trate de imponer preceptos alimenticios, les suba los impuestos sin razón aparente o dicte leyes que discriminen tratando de establecer determinados resultados que se suponen ideales y más cercanos a una igualdad cuyas ventajas reales nadie acaba de explicar. La gente comprende con facilidad que para que haya equipos punteros, como el Real Madrid, el Villareal, el Barcelona, el Sevilla o el Atlético de Madrid, y muchos más, deben existir numerosas divisiones inferiores en las que centenares de deportistas que aspiran a lo mejor compiten una y otra vez con la idea de llegar arriba, cosa que, como es obvio, no siempre consiguen. Estos que no triunfan pueden pensar que se trata de una injusticia y, en ocasiones así será, pero a nadie se le ocurre poner en discusión el sistema competitivo para obtener los mejores resultados. En el resto de actividades de la vida humana se nos ha enseñado a detestar la competencia, a sospechar del que triunfa, a aceptar una igualdad sindical por las bravas, en suma, a empezar la casa por el tejado y así nos va, no llegamos nunca, o casi nunca, al nivel de excelencia que se exige para estar en la competición europea y menos al nivel del mundo entero.
Nuestros clubes de fútbol figuran entre los más valiosos del mundo tanto en el aspecto deportivo como en cuanto a su valor económico, y esto no lo decimos nosotros como cuando hablamos de tener la mejor sanidad del mundo (¿?) o que el CNI es de los servicios de información más valiosos del orbe (¿?) sino que lo dicen agencias independientes especializadas en medir esta clase de cosas, de la misma forma que otras entidades similares nos cuentan, para vergüenza general, que no tenemos ni una sola universidad entre las primeras cien del mundo. Si las universidades españolas pudiesen ser competitivas seguro que ese no sería el resultado, del mismo modo que si el Real Madrid o el Barcelona tuviesen que someterse a criterios de funcionamiento dictados por el Ministerio del Deporte (que, a pesar de todo, existe) no tendrían entre ellos dos 17 campeonatos de Europa (a esperar que mañana sean 18), es decir, por encima de la cuarta parte de los torneos celebrados desde 1955. Dicho de otra manera, participan equipos de más de treinta países, pero más de una de cada cuatro veces ha ganado un equipo español.
Mucho se habla ahora de la intervención en las competiciones europeas de equipos propiedad de Estados (como el PSG o el Manchester City) que amenazan con romper el nivel de limpieza competitiva que han procurado establecer las ligas nacionales y, con más reticencia, la UEFA. Es evidente que esta intromisión de Estados en competiciones que debieran seguir siendo independientes de poderes políticos o nacionales supone una amenaza grande para el futuro de los clubes de fútbol que ahora conocemos. Un ejemplo obvio ha sido el fallido fichaje de un astro francés por el Real Madrid, porque un equipo privado no puede competir con los petrodólares ilimitados que un emirato puede poner para pagarse un capricho, pero, siendo esto así, el Real Madrid ha cometido errores políticos evidentes en la gestión del caso y dedicaré un último párrafo a analizar con brevedad un asunto tan comentado.
El Real Madrid ha cometido un error de vanidad y otro de pardillo, lo primero ha sido causa de lo segundo. Nunca pensó que Mbappé pudiera jugar con el interés del Real Madrid para engrosar su ficha por el PSG, pero era muy de temer que la estrella francesa podría pensar que si el PSG no renunciaba a él ni por los 200 millones de euros que el Real Madrid ofreció por el jugador, ¿qué no me darán si insisto en marcharme? Y, con esa lógica, ha tensado la cuerda en su favor de manera muy astuta, y el Real Madrid ha favorecido la estrategia del jugador dando por hecho que al final caería en sus redes, lo que ha servido para hacer creíble la amenaza del jugador de irse del PSG, que es lo que necesitaba para sacarle más y más a los super milmillonarios que son dueños de ese equipo.
En este caso ha fallado la estrategia del Real Madrid, cegado por una mezcla extraña de caballerosidad, confianza excesiva en el prestigio del equipo e ingenuidad sobre la capacidad persuasiva del dinero. Lo que ha ocurrido muestra que cualquiera puede equivocarse, pero que hacen falta reglas de competencia para que el fútbol no quede en las poco piadosas manos del dinero que podrían desnaturalizarlo por completo. Sería una forma de morir de éxito, y hay que esperar que no ocurra… por ahora, el Real Madrid ha ganado su decimocuarta Copa de Europa, a pesar de ser uno de los equipos de la capital de un país que no acaba de aprender a sacar lo mejor de sí mismo.
Foto: Jannes Glas.
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