La cuestión más importante de la política española es la de qué dirección va a adoptar el PSOE. Es lo más importante desde el inicio de la democracia. El PSOE no llegó al poder, y lo hizo de modo espectacular, hasta que no renunció al marxismo. Tras el aznarato, y en una victoria “por sorpresa”, como le gustan a José Luis Rodríguez Zapatero, el PSOE volvió a ganar las elecciones. Y la dirección que le impuso Zapatero ha marcado la política española de forma definitiva.

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El amor, nos lo decía Neruda, es eterno mientras dura. Y en política, lo definitivo es transitorio. Pero este tránsito nos está matando. Zapatero inició la destransición: la operación política de volver a la ruptura, abominar de la Transición, y poner en solfa la Constitución Española de 1978, y con ella la Monarquía.

El PSOE no reconoció el derecho a la participación política. Torció las instituciones a su favor, y en su discurso nunca concedió a “la derecha” la legitimidad de ejercer el poder. El dóberman era algo más que una muestra del proverbial sectarismo de izquierdas

Lo más precioso de la Transición no es la Constitución Española, un texto que es un pastiche hecho a partir del texto alemán, y que es el armazón institucional de la partitocracia que tenemos. Nuestro sistema es por partes democrático y autoritario, y como todos los sistemas, tiende a degradarse. Ese es el futuro que nos espera.

No. Lo más precioso de la Transición es la voluntad de que todos, incluido el Partido Comunista, formen parte del juego político. El mutuo reconocimiento del derecho a la participación política, la creación de unas normas simétricas y la articulación de la acción política por parte de unas camarillas que dominan los partidos es el mejor resumen que se puede hacer de lo que significó la Transición. La partitocracia es un desastre, claro, pero los otros dos elementos son muy valiosos.

El PSOE, la verdad, nunca los aceptó. Torció las instituciones a su favor, y en su discurso nunca concedió a “la derecha” la legitimidad de ejercer el poder. El dóberman era algo más que una muestra del proverbial sectarismo de izquierdas. Pero en la práctica, la izquierda asumió como un niño al que le quitan el juguete la decisión del pueblo español de votar mayoritariamente al PP: con malos modos, pero sin oponer mayor resistencia.

La crisis económica de 2008 cambió la situación de forma brutal, porque se convirtió en una crisis política y, en última instancia, en una crisis institucional. No era el PP o el PSOE, era el sistema el que había fallado. Y el noble pueblo español, que se había creído la promesa de los políticos de que podía tenerlo todo a costa del esfuerzo de otros, protestó.

Pudimos, que entonces se conjugaba en presente, se aprovechó de la situación y canalizó de forma muy efectiva una parte de esa indignación. Tuvo su oportunidad. Afortunadamente para España, hubo elecciones regionales y locales antes de las generales, de modo que hubo tiempo para que todos viésemos de qué iban. Por otro lado, tenían un ansia de corrupción parcialmente insatisfecha, a la que pronto darían curso.

Y de nuevo, el rumbo del PSOE volvió a ser definitorio. Carente de una ideología propia, y frente a un partido con corazón comunista y coraza woke, no pudo oponer a Pudimos un cuerpo ideológico diferente. Y se mimetizó con Pudimos.

Pedro Sánchez vació el armazón institucional dentro del PSOE. Y aprovechó las primarias (¡qué inmenso error el mío defendiéndolas!) para asentar un régimen norcoreano en el Partido Socialista, con tolerancia hacia los gobiernos locales o regionales.

Y el rumbo del PSOE, o de Sánchez, fue la creación de una coalición de partidos a los que lo único que les unía era el propio ejercicio del poder, y la voladura del actual sistema político. El sistema ha resistido, porque es más robusto de lo que algunos, entre los que me incluyo, pensábamos.

Este artículo no cuenta con la ventaja de saber de antemano los resultados electorales del caluroso domingo del 23 de julio. Pero si se confirman las encuestas, habrá una mayoría entre los escaños que obtenga el Partido Popular y Vox. Y muy equivocado tendría que estar si el camino que adopte el PSOE no marcase la política en los años por venir.

Una posibilidad es que el sordo cabreo de las taifas socialistas se alíe con el viejo socialismo, que confunde la democracia con su propia corrupción, y le den una patada a Pedro Sánchez, y de paso a Pudimos. No digo el Pudimos magenta liderado por Yolanda Díaz, porque es una colección de siglas que se va a romper en mil pedazos en cuanto terminen las elecciones. Pero este camino le forzaría a reconocer los errores del PSOE, renunciar al poder nacional durante dos o más legislaturas, y replantearse su relación con el PSC, que, por otro lado, es de lo poco que le sostiene.

De modo que no parece muy probable. Un nuevo sanchismo, con o sin Sánchez, parece la apuesta más segura. Y, sin embargo… No deja de haber una mayoría de izquierdas en el país. Y todavía es posible que los socialistas, desde el poder regional, lleguen a la conclusión de que no les va tan mal dentro del sistema, y que ponerlo en riesgo no es del todo una buena idea.

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