Se cumple hoy, día 7 de marzo, un año desde el fallecimiento de Guillaume Faye, pensador político de marcado carácter revolucionario difícil de clasificar. Faye rescata el espíritu de los grandes reformadores sociales y abandona ese plácido acomodamiento burgués de la política democrática actual. Usualmente se lo clasifica como perteneciente a la derecha radical, por sus orígenes y por sus agresivas propuestas de corte antiprogresista políticamente incorrectas, pero hay elementos en él que van bastante más allá de los postulados de la política neoconservadora, y cabe más bien clasificarlo como un revolucionario en el mundo de las ideas utópicas antes que un pragmático político que vive en la realidad actual y busca cómo atraer algunos millones de votos con propuestas que gusten a ciertos sectores del electorado.
Una de sus obras más emblemáticas entre la amplia producción que posee es el libro que se ha traducido al español con el título El arqueofuturismo; hay varias ediciones disponibles en el mercado; aquí tomo como fuente de citas la traducción publicada por Ediciones Titania. El original francés, L’Archéofuturisme, fue publicado en 1998 por la editorial l’Æncre en París. Hay alguna reseña publicada en español sobre el libro, por ejemplo la de Juan José Coca en Posmodernia o la de la página de Fuerza Nacional Identitaria en Chile. El impacto de la obra no obstante ha alcanzado muchas más lenguas y regiones del planeta, siendo reconocida como una amenaza entre los que disfrutan de la apoltronada y burguesa existencia de las democracias liberales.
Viendo venir el final de nuestra forma de civilización que sucumbirá al cataclismo planetario (crisis financieras, contaminación incontrolada, hundimiento de sistemas educativos, estupidez general creciente,…) el autor se prepara para el mundo postapocalíptico, la nueva era de hierro y fuego: el arqueofuturismo, síntesis dialéctica de valores arcaicos (familia, espiritualidad, separación sexual de los roles, jerarquía,…) y la tecnología futurista, de principios apolíneos y dionisíacos. Aboga por una sociedad futura en que se divida la sociedad en dos grupos: uno mayoritario dedicado a una economía rural y artesanal pretécnica de subsistencia, ligado a religión primitiva y supersticiones; y una élite minoritaria que conserva el poder económico tecnocientífico, dentro de un agnosticismo pagano. Su método es el pensamiento radical: “Solamente es fecundo el pensamiento radical. Porque, solo, puede él crear conceptos audaces que rompan el orden ideológico hegemónico y permitan salir del círculo vicioso de un sistema de civilización que está fracasando”.
El post-hundimiento puede resultar en una guerra identitaria, pero puede ser también un gran período de paz en el que renacerán otras culturas, las cuales en la distancia verán a Europa entre sus ruinas con admiración y fascinación tal cual hoy vemos los restos del Imperio Romano o la época faraónica egipcia
En mi opinión, hay muchos elementos valientes que dejan ver la inteligencia del observador. Algunas perlas notables: “Greenpeace y sus correspondientes ideólogos (…) políticamente ultracorrectos y totalmente cómplices del sistema”; “el igualitarismo (…) utópico y obstinado, está conduciendo a la humanidad hasta la barbarie y el horror económico, a través de sus contracciones internas”; “El paradigma del igualitarismo materialista dominante—una sociedad de consumo democrático para diez mil millones de hombres en el siglo XXI sin saqueo generalizado del medio ambiente—es una pura utopía”; “la democracia parlamentaria moderna (…) dictadura de las burocracias y de los tiburones mercantilistas” (parafraseando al político británico Peter Mandelson); “la introducción de las hipertecnologías, no nos dirigen hacia un mayor igualitarismo (como así lo creen los tontos apologistas de la pancomunicación, gracias a Internet), sino hacia el retorno de los modelos sociales arcaicos jerarquizados”; “La palanca de esta manipulación, de la cual es víctima la ingenua burguesía intelectual y artística, es una hipertrofia monstruosa e irresponsable del ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’, una apología de la debilidad, una desvirilización y una autoculpabilización patológicas. Es una subcultura de la emoción fácil, un culto del declive destinado a descerebrar las mentes europeas”; “deporte (…) parte del mundo del show-business y nuevo opio del pueblo”; “fiestas (…) financiadas por el Estado, artificialmente, como explosiones de hibris desestructuradas que hacen el papel de droga colectiva”; “La civilización occidental se ha fragilizado considerablemente cuando concedió un valor absoluto a un sentimiento neurótico: el amor. (…) Hoy, la mitad de los matrimonios se rompen, ya que están fundados sobre un sentimiento de adolescentes enamorados, efímero, que desaparece rápidamente. Los matrimonios duraderos son aquellos que están calculados”.
Tiene un tufillo a «nueva derecha» francesa, claro, porque el autor ha pertenecido a tal grupo, aunque termine renegando de tal movimiento. Más reniega aún de la izquierda, a la que considera impotente para hacer frente al capitalismo y acusa de convertirse en una clase aburguesada que no defiende a los más necesitados, sino a una clase media trabajadora asalariada y una serie de valores igualitarios (feminismo, inmigrantes, homosexuales,…) que nos llevan al desastre. Aunque con aires políticos más que filosóficos, veo en Faye un digno heredero del martillo nietzscheano. Se dan los mismos elementos que ya supieron ver Nietzsche o Spengler o los pensadores clásicos que no caminaron con una venda en los ojos. Políticos y filósofos tratan sobre ideas sociales, pero los primeros poco saben de pensar y sí mucho de demagogia; los políticos hablan para su tiempo, los filósofos se preocupan de temas perennes. En ese sentido, bueno es que algunos pensadores políticos se acerquen al pensamiento intempestivo de la filosofía, aunque sea en su estilo, antes que preocuparse por ocupar unos sillones en un congreso.
Faye va más allá de otros políticos que defienden la identidad europea frente a la inmigración desenfrenada al pronosticar el imparable declive sin solución. Su rechazo a la inmigración y, más en particular la de religión musulmana, me parece que tiene ciertos elementos razonables: se atisba en ciernes cuál va a ser el destino de nuestro continente, que es ser receptáculo migratorio de grandes hordas de bárbaros de otras regiones del globo que no han sabido contenerse reproductivamente y huyen de la miseria. Si bien, hay otros elementos que muestran cierta inquina sin fundamento contra el mundo musulmán. Veo una falta de objetividad a la hora de evaluar el valor de las distintas civilizaciones. Da por sentado que la Historia dará la razón al hombre blanco europeo, y que éste ha de seguir preservando su hegemonía como ha hecho en los últimos siglos, lo que me parece de una miopía parcial.
Sobre su propuesta futurista, tiene parte de utopía y parte de predicción fatalista, no es el futuro que todos desearíamos, sino uno de los posibles. La especulación sobre una futura civilización blanca eurorrusa a dos velocidades económicas e impermeable a las inmigraciones de otros pueblos es un posible proyecto político, aunque no exento de conflictos antes de poder hacerse realidad.
Utopías aparte, quizá lo que me llama más la atención es la profecía distópica del futuro postapocalíptico de hierro y fuego. Según el autor, los tiempos duros que se avecinan no serán mucho mejores cuando arrecie la tempestad del caos. Más allá de lo que dice el libro de Faye, puedo uno intuir detrás de sus palabras un mundo a lo Mad Max, un mundo en el que el buenismo de nuestra presente época se extingue una vez extinguidos por inadaptación los bobalicones que lo defendían y deja paso a la supervivencia de los más fuertes. No se trata de que se vaya a volver a poner de moda el darwinismo social como filosofía, sino de que la vida está por encima de cualquier ideología y continuamente a lo largo de la historia vuelve a circular libre tal cual rio entre las montañas que se niega a moverse entre canales artificiales de ingenieros sociales. Hay algo poético, hay un estilo épico, un espíritu prometeico, fáustico, en el declamar de una vida futura lejana de las miserias burgueso-borreguiles del europeo medio actual.
Concuerdo con Faye en que la competencia de los distintos grupos étnicos será dura en una carrera de los más fuertes por la supervivencia. Creo sin embargo que se equivoca Faye en su apuesta por el caballo ganador. Por más que le duela a su orgullo de blanco europeo, esos nuevos tiempos de hierro y fuego no son ya para el hombre de miel y mantequilla que habita ahora en nuestro continente. El futuro es de otros pueblos. No merece la pena luchar por mantener a esa Europa alelada de vegetarianos y ciclistas (parafraseando al ministro polaco Witold Waszczykowski), de feministas chillonas, de calzonazos y de afeminados, de buenistas y de hermanitas de la caridad. No merece vivir una cultura que ha perdido la fuerza para la lucha vital. El post-hundimiento puede resultar en una guerra identitaria, pero puede ser también un gran período de paz en el que renacerán otras culturas, las cuales en la distancia verán a Europa entre sus ruinas con admiración y fascinación tal cual hoy vemos los restos del Imperio Romano o la época faraónica egipcia.