Se equivocaba el Espantapájaros de la película, no sólo porque a lo largo de ella demuestra que es el mejor pensador del cuarteto, sino porque el ser humano no adopta sus decisiones solo con la Razón, sino que influyen también el Instinto y las Emociones. Lógicamente si alguno de estos tres componentes disminuye o crece, la intensidad de los otros dos se ve afectada creciendo o disminuyendo.

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Las nuevas generaciones, que ya conforman en número la mayoría de la sociedad, carecen de datos y, por ello, ven mermada su inteligencia y con ella su capacidad de comprensión y de razonamiento, lo que a su vez conlleva la pérdida de espíritu crítico entendido como la habilidad de analizar y evaluar toda la información recibida, tanto positiva como negativa, para tomar decisiones propias y resolver problemas de forma argumentada. Volvemos a los tiempos en los que la mayor parte de la sociedad vivía en una ficción, más o menos potente según su cultura y organización, que se difundía y confundía con la realidad. Lógicamente las cúpulas de poder eran las que administraban la ficción y la regulación de esa realidad mixtificada. En los largos siglos de la Edad Media occidental la ficción se recreaba en los monasterios; en otras organizaciones sociales con estructura política religiosa aún permanece invariable.

Si las sociedades que hemos creído que el modelo democrático es el más justo y el que más permite la realización de las personas no reaccionamos, seguiremos viendo nuestro declinar, cada vez más acelerado

Ese juego de la inteligencia para discernir realidad y ficción es la base de una obra como El Quijote. Muchos cervantistas se han venido dedicando a ello desde Américo Castro en su libro “El pensamiento de Cervantes” (Madrid, 1925). Tal vez, como hombre culto del barroco  , solo pretendió jugar con la forma de ser de los humanos, con la realidad alterada considerada “correcta” y con la racionalmente deseable.

Creando falsa realidades

La fiesta del pensamiento libre se acaba cuando el pensamiento es declinante y vuelve a ser muy fácil crear falsas realidades. Cada vez más la ciencia va descubriendo la relación entre muchos de los fenómenos que componen nuestra realidad. Por simplificar me voy a centrar solo en dos: El calentamiento atmosférico y el deterioro medioambiental.

El calentamiento “global” es un hecho cierto. Puede ser que corresponda a un ciclo climático del planeta Tierra, pero está fuera de toda duda que a él colaboran, en gran medida, las actividades humanas. Hace ya más de 40 años que se viene avisando y el fenómeno, racionalmente, es muy simple: hasta hace 170 años el hombre utilizaba como combustible la madera, que proyectaba a la atmosfera el CO2, que previamente los vegetales habían capturado de la misma atmosfera. A partir de esa fecha se acelera la explotación de la minería de carbón, cien años después el petróleo y finalmente el gas. Esos combustibles inmovilizaban su carbono como parte de las capas geológicas.

Fácil de comprender, ¿verdad?

Pero su necesaria disminución es imposible de gestionar. Esos combustibles son las mercancías más vendidas en el comercio mundial y encabezan las exportaciones de países tan pequeños como USA, Rusia, Países Árabes…y otros 68 más. Además, toda la vida “moderna” está basada en una energía barata y abundante. Gestionar el calentamiento global significaría renunciar a millones  de empleos y a reorganizar toda la sociedad humana. Políticamente imposible.

Pero hay que aparentar que se hace algo… y se crea una ficción: la culpa la tiene la ganadería. Los humanos somos animales omnívoros y estamos diseñados para que nuestra dieta conveniente contemple la ingestión de productos animales. Y no solo nuestro diseño, el aún escaso conocimiento científico que vamos teniendo de la nutrición lo corrobora.

Da lo mismo. Mantras repetidos hasta la saciedad, “influencers” que se dicen veganos, la alabanza general de lo vegetal, la criminalización de la crianza y sacrificio de los animales, su humanización, la protección de los depredadores silvestres, ministros que declaran la guerra a la carne, partidos políticos que se ufanan por introducir en los hospitales públicos o en los comedores escolares platos veganos, … Una altísima financiación (¿facilitada por?) para crear una ficción, que rápidamente los políticos se afanan por hacer suya, debaten y promueven leyes de forma incesante, porque así salvan el “planeta” o a la humanidad, cuando realmente, aparte de ahogar al sector ganadero, no están haciendo nada para gestionar la realidad, que, como todas, sigue imponiéndose.

Si la política hubiera hecho caso de la ciencia y no de la ideología, como hicieron países como Francia, tendríamos una energía nuclear que no emite ningún gas con efecto invernadero y habríamos asegurado un abastecimiento propio suficiente. En este caso los mismos creadores de mantras que en el ejemplo anterior (¿Financiados por?) lograron introducir esa ficción como la verdad que profesa una destacable parte de la sociedad ya no pensante.

También quería hacer una reflexión sobre los problemas medioambientales. Hace ya más de 50 años que Edward O. Wilson nos enseñó la interrelación entre todas las especies vivas. Cuidar el medio ambiente debe de ser un compromiso de todos, pero, una vez más, centrándonos en la ciencia y no en nuevas ficciones.

Uno de los mantras relacionados con el medioambiente hace referencia a los plásticos utilizados como envases de alimentos: bolsas, films protectores, botellas. Sin duda la utilización de los plásticos facilita la manipulación de los mismos, evitando perdidas, y son una excelente barrera antimicrobiana que mejora nuestra seguridad alimentaria. Han sido un gran avance. Y sin embargo hay una ola informativa en su contra.

No he hecho un estudio muy serio, pero he buscado en la red veinte últimos artículos digitales sobre los plásticos alimentarios. Además de citar que ensucian la naturaleza, un 95% de ellos indicaban que al final se convierten en microplásticos que entran en la cadena trófica (alimentaria), que los ingerimos al comer pescados y, como son muy cancerígenos, hay que acabar con ellos.

Pero la realidad es muy diferente. Si acudimos al Google Scholar (el enlace con todas las publicaciones científicas) encontraremos muchos y buenos estudios analizando el origen de los microplásticos. Minuciosos rastreos microscópicos y analíticos que concluyen otra verdad incómoda: ¡El 60% se originan por el desgaste de los neumáticos en su rodadura! Verdad (,) que afecta al mismo sector que intuimos financia a los fabricantes de mantras, que vuelven a ser los mismos. Y al resto ( al 40% restante) tampoco contribuyen los plásticos alimentarios: el desgaste de las prendas textiles en el lavado, las pinturas acrílicas, los cosméticos, los pellets del PET, que eventualmente caen desde los cargueros al mar, los detergentes y hasta el césped artificial. Las botellas y demás ni aparecen.

Pero los políticos se han puesto como locos a legislar la limitación en el uso de los plásticos alimentarios, lo que crea la impresión de que están haciendo algo útil, cuando solo están complicando la marcha económica del sector, se volverá al papel en algunas prestaciones (¿Se quejaran de que habrá nuevas deforestaciones?) y aumentará la incidencia de las enfermedades por contaminación alimentaria.

Y seguiremos teniendo la misma producción de microplásticos, que seguirán entrando en la cadena trófica y en nuestros cuerpos, pues su origen queda intocado. Como gobernar la realidad es extraordinariamente complejo y difícil, es más fácil gestionar ficciones.

La debilidad de la democracia

No soy politólogo, pero sí tengo datos suficientes para ver la decadencia del sistema democrático. Sin duda el declinar de las clases medias tras la crisis del 2008 y hechos siguientes influyen en ello, pero no es una causa única. En una consideración inicial se plantea que, en la democracia, el poder y las decisiones descansan en la voluntad plural. En ella la sociedad es quien decide quiénes deben gestionar la administración de la “res pública” y para qué. Hablamos de decisiones y precisamente son las decisiones individuales las que se encuentran más afectadas por la falta de datos personales y la pérdida de racionalidad. Como hemos venido resaltando en estos casos son las emociones las que las conforman.

No pongo en duda que en la actualidad sigue siendo el pueblo quien escoge a sus líderes, pero su capacidad de elección se encuentra alterada y manipulada, gracias a las facilidades que para ello están dando las tecnologías de la información y sus consecuencias sobre los individuos.

Se ocultan los antiguos valores de una sociedad (fraternidad, igualdad, respeto a las leyes,  justicia, separación de poderes, participación, consenso, altruismo, esfuerzo, libertad de expresión, respeto a la palabra dada, honestidad, excelencia, merito, formación,…) y se sustituyen por mantras (humanización de los animales, progresismo frente a fachas, igualitarismo, judicialización de la convivencia, “nuestros derechos”, no a los recortes de gasto público, tergiversación de la historia, creación de un cordón sanitario, permisividad de la ilegalidad, defensa de “lo verde” con desmesura, cultura de la cancelación, corrección política, …) que se centran en despertar y consolidar estados emocionales.

Los políticos no solo han aprendido a manipular la voluntad, sino que saben también cómo utilizar el poder creando una ficción cuya posterior gestión es buena para sus propios intereses y grata para las emociones de sus creyentes.

Y si es la falta de datos la que causa el paulatino deterioro de la democracia, las reformas que se están introduciendo en los sistemas educativos van exactamente en la dirección contraria de lo que debería hacerse. Se debilitan aún más los datos que se suministran a las memorias infantiles y juveniles mediante la supresión de la historia del pensamiento o el más elemental conocimiento matemático, disminuyendo el número de asignaturas o mezclando los distintos saberes e introduciendo efectos emocionales (como las matemáticas con perspectiva de género) ; se rebaja el nivel de exigencia que supone un examen o se permite que se pase curso sin haber avalado los conocimientos básicos anteriores, lo que rebaja la calidad de lo que se enseña, pues debe adecuarse al conocimiento insuficiente de los peores. Además, algunos responsables políticos sentencian su total desconocimiento de lo que está sucediendo repitiendo la excusa universal: “para que hay que saber cuando los datos ya están en sus celulares” Estas reformas aseguran el cáncer que asola la democracia.

Esta repercusión de la falta de datos personales y la perdida de raciocinio no influye de la misma forma en todos los sistemas políticos. Tenemos dictaduras ideológicas que mantienen un férreo control de la información que poseen sus ciudadanos, pero no buscan que tengan “pocos” datos, sino que tengan los “convenientes” y, éstos, en cuanto al conocimiento de la tecnología y de las ciencias, siguen siendo muy amplios. En la R. P. China se trabaja en la perfección profesional, sea el campo que sea: la excelencia es el camino a la riqueza y al reconocimiento público y ya están a la cabeza en muy numerosas ramas del conocimiento.

La teocracia política del otro tercio de la humanidad sigue invariable en sus datos medievales e inmutables. La sociedad de la información les supone una amenaza al permitir que sus súbditos conozcan otros datos y otras realidades alejadas de su doctrina y todavía no han sido capaces de establecer una censura informativa férrea. Tal vez de ahí nazca su empeño en destruir la libertad de los demás.

Y en las tradicionales tiranías humanas que siguen existiendo, la sociedad de la información limita sus actividades porque sus abusos pronto se hacen universalmente conocidos, aunque internamente se pueden fortalecer siguiendo el modelo chino: censura de los accesos a la web y fortalecimiento de un pensamiento único mediante la creación de mantras en régimen de monopolio.

Si las sociedades que hemos creído que el modelo democrático es el más justo y el que más permite la realización de las personas no reaccionamos, seguiremos viendo nuestro declinar, cada vez más acelerado. Es imprescindible que volvamos a tener datos para pensar.

*** Jorge Jordana, Dr. Ing. Agrónomo y Economista.

Foto: Colin Lloyd.


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