Hoy quizás nos cueste recordarlo, pero hubo un momento de cierta euforia con la llegada de las redes sociales. Yo participaba de ese sentimiento. Según lo veía entonces no sólo las redes sino los nuevos medios de comunicación de internet cambiaban las relaciones de poder de los medios de comunicación y la sociedad.

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Cualquiera podía crear un blog. Los expertos, los aficionados también, los curiosos y los desocupados podían crear contenido sin tener que convencer al director de opinión de un periódico, o a un redactor jefe, de que tienen algo que contar.

El poder ha privatizado la censura en Twitter. Ahora la red social vuelve a ser una plataforma abierta a todos sin censuras, y el poder va a tener que asumir esa función con sus propios medios

Otra cuestión es el alcance que pueda tener un blog. Pero cualquier autor o grupo de autores tenían al menos la posibilidad de encontrarse con el público. Además, para eso estaban las plataformas como Facebook o Twitter, en la que todos hacemos de nodos de una red de comunicación que alcanza a decenas de millones de personas.

Para mí el gran ejemplo de lo que había de venir era el Rathergate. Dan Rather era ese periodista que había hecho su carrera en las grandes cadenas de televisión, que anteponía su instinto al cuidadoso trato con las fuentes, y para quien “se puede ser honesto y mentir en una serie de cosas”. Se puede, porque para Dan Raher la verdad era la propia ideología, y hacer una o dos afirmaciones que no fueran correctas no podían desmentir el influjo del progresismo con que se trataba la realidad.

Pero como expliqué en el artículo en Disidentia, los comentarios en un medio de comunicación hicieron saltar las primeras alarmas sobre una información supuestamente comprometedora con George Bush. Unos blogueros las escucharon, e investigaron por su cuenta. Hasta que los propios medios de comunicación no tuvieron más remedio que recoger la evidencia de que Rather estaba contando una mentira sobre unos documentos falsos. Incluso acuñé una expresión para referirme a todo ello, seguramente no muy feliz: “Periodismo disperso”.

La idea de que internet facilitara que cualquiera pudiera someter a los propios periodistas y medios de comunicación a un escrutinio me seducía. Muchos periodistas, especialmente los más jóvenes (entonces) se sumaron con entusiasmo y, sí, algo de papanatismo, a esta celebración.

Todo cambió en 2016, como dice Javier Benegas en un reciente artículo, y ha señalado en alguna otra ocasión. ¿Qué ocurrió entonces? Que Donald Trump ganó las elecciones presidenciales.

Era evidente para todo el mundo, menos para sus votantes, que no podíamos permitir algo así. Quiénes éramos nosotros y dónde deja nuestra fe en la democracia es otra historia. La cuestión es que no lo podíamos permitir. Y lo hicimos. El sistema tenía un agujero, y éste eran las plataformas Facebook y Twitter.

Era necesario un control. Como en Casablanca, los medios de comunicación comenzaron a denunciar: “¡Qué escándalo, aquí se miente!”. Y comenzó una lucha contra las noticias falsas con el espíritu de Dan Rather: no se trata de terminar con las noticias que no dicen la verdad, sino de limitar aquéllas que comprometan nuestra visión del mundo. De nuevo, un “nosotros” difuso y cambiante.

Facebook se alió con diversos medios de comunicación, como Newtral, para que realizaran esa labor de control ideológico revestido de control informativo. Twitter perfeccionó sus métodos para silenciar algunas voces y aumentar el volumen de otras, pero en ocasiones tuvo que recurrir directamente a la censura. Como cuando expulsó a Donald Trump de la plataforma o prohibió que se compartiese una información sobre Joe Biden y su hijo Hunter. El peligro no vino de que fuera falsa la información o ilegítimo el origen de los documentos, sino que podría volcar el difícil equilibrio electoral del lado de Donald Trump una vez más.

Esta es la situación en la que Elon Musk ha entrado como accionista único de Twitter. Musk dice no tener objetivos económicos con la compra, lo cual es dudoso. Lo que sí parece ser cierto es que quiere volver a convertir a Twitter en lo que prometió ser: Un instrumento de la libertad de expresión.

Hay que recordar el comunicado oficial de Twitter de 2011 The twits must flow: “Nuestra posición sobre la libertad de expresión conlleva el mandato de proteger el derecho de nuestros usuarios a hablar libremente y preservar su capacidad de impugnar que se revele su información privada. Continuaremos aumentando nuestra transparencia en esta área y lo alentamos a que nos haga saber si cree que no hemos cumplido nuestras aspiraciones con respecto a su libertad de expresión”.

Musk quiere contribuir a la libertad de expresión con tres principios: El primero de ellos es que Twitter censure sólo lo que prevea la ley. Como es una empresa estadounidense, la ley que se le aplica es la de aquél país. Y allí la libertad de expresión está protegida por una larga tradición politica, por la primera enmienda, y por una Corte Suprema que cada vez que ha tenido ocasión ha resuelto en favor de la libertad de expresión desde que comenzó a tratar este derecho fundamental; desde la I Guerra Mundial.

El segundo principio es que si hay casos dudosos, Twitter optará por mantener el twit hasta que se vea que es un caso claro de violación de la ley. Y el tercero proviene de una cuestión práctica. La empresa no puede controlar el ingente torrente de tuits (500 millones al día) para identificar a aquéllos que violan la ley. Para ello se apoyará en un algoritmo, que le ayude a automatizar el proceso de identificación y control. La novedad es que Musk ha dicho que lo hará en código abierto para que todo el mundo pueda contribuir a su perfeccionamiento. En la actualidad, Twitter esconde su algoritmo. La oscuridad protege su arbitrariedad.

Que Twitter es tramposo, arbitrario y tendencioso no necesita demostración. Pero recojo un dato en el que se ha fijado un usuario de la propia red social. Tras la compra de la compañía por Elon Musk se produjo el siguiente cambio en varios usuarios destacados de la izquierda: @maddow (periodista de la NBC) pierde 18.684 usuarios en un día. @andersoncooper, el famoso periodista de la CNN, 10.383. @AOC, la famosa demócrata partidaria del socialismo-pero-democrático, pierde 27.641 usuarios. La vicepresidenta @KamalaHarris, 22.453. Y @HillaryClinton, 17.630.

Por el contrario, @TuckerCarlson (nueva estrella de Fox News) gana en un día 62.083 usuarios. @JoeRogan, que tiene uno de los podcast más famosos del mundo, ganó 63.313 usuarios en dos días. En 24 horas, @DonaldJTrump ganó 87.296 usuarios y @tedcruz 51.405.

¿Por qué se producen esos cambios? Porque la nueva propiedad ha indicado que se deje de favorecer a unos y perjudicar a otros, o porque los todavía gestores se adelantan y no quieren llegar a una auditoría con los pantalones bajados.

El movimiento de Elon Musk, de nuevo, entra dentro de lo que no podemos permitir. La reacción ha sido inmediata. Thierry Breton, comisario de la UE del mercado interior, le ha dicho al magnate: “Damos la bienvenida a todos. Estamos abiertos, pero bajo nuestras condiciones. Al menos sabemos qué decirle: ‘Elon, hay reglas. De nada, pero estas son nuestras reglas. No son tus reglas las que se aplicarán aquí”. Las reglas de Elon consisten en no tener reglas, precisamente. Entonces, ¿a qué se refiere Thierry Breton?

El poder ha privatizado la censura en Twitter. Ahora la red social vuelve a ser una plataforma abierta a todos sin censuras, y el poder va a tener que asumir esa función con sus propios medios. Nos espera una era de oro de la censura. Los Estados Unidos ya han dado el primer paso. El Departamento de Seguridad Nacional ha creado un Comité de Gobierno de la Desinformación. Es sólo el primer paso.

Foto: Dimitri Svetsikas.


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