El infantilismo que envuelve nuestra sociedad y cultura, también infecta el pensamiento. Cuando somos niños tendemos a pensar con categorías absolutas, simples, focalizamos los extremos. O es blanco o negro, o sí o no, los matices y detalles quedan en una zona de sombra, de este modo es más sencillo pensar y también decidir. Esta forma binaria de pensar, no contempla el contexto, no importan los diferentes ángulos que cualquier objeto proporciona, ni admite una mínimo análisis de sumas y restas, pero tiene una ventaja, ofrece seguridad y ahorra el esfuerzo de pensar. Aunque las consecuencias de este pensamiento rígido sea la falsa interpretación de la realidad, aunque el sujeto se instale en el cómodo sofá de la distorsión cognitiva.

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La educación no se libra de esta pandemia. En este último trimestre la ministra Celaá, antes en funciones ahora de facto, ha protagonizado dos estelares intervenciones, la primera en noviembre del año pasado, donde invitada por las Escuelas Católicas a su XV Congreso, proclama delante de más de 2000 directores de centro y profesores, que la Constitución no ampara ningún derecho de las familias a elegir colegio, ni a elegir enseñanza religiosa. En su segunda intervención, entrada la semana pasada, la ya ministra de educación anuncia que su ministerio recurrirá por vía judicial el “pin-parental” impuesto por el Gobierno de Murcia en sus centros. Como se sabe la propuesta de este pin es que el centro informe y solicite a los padres su autorización para la realización de las actividades complementarias, es decir, aquellas que se programan dentro del horario escolar y complementan contenidos propios del currículo. Este pin permite a los padres vetar acciones, sean charlas o talleres o dinámicas, que cuestionan sus convicciones morales, ideológicas o religiosas en los colegios.

Ante estas desafortunadas afirmaciones de la ministra, a las que nos tiene malamente acostumbrados, a todos sorprendió con su excelente oratoria cuando afirmó que “los hijos no pertenecen a los padres”, de lo que se podría deducir que pertenecen al Estado, por lo que la polémica estuvo inmediatamente servida. Sin entretenerme en la argumentación legal, solo diré que el artículo 1 de la LOMCE, afirma que “el reconocimiento del papel que corresponde a los padres, madres y tutores legales como primeros responsables de la educación de sus hijos.” Y que “ es la libertad de enseñanza, la que reconoce el derecho de los padres, madres y tutores legales a elegir el tipo de educación y el centro para sus hijos, en el marco de los principios constitucionales.” En cuanto a las Constitución en su artículo 27, protege el derecho fundamental a la educación y afirma la libertad de enseñanza; al mismo tiempo, garantiza el derecho de los padres a elegir la formación religiosa y moral que estimen más oportuna para sus hijos. A pesar de que todo esto ya lo indica el sentido común, lo refrendamos en la jurisprudencia existente.

Arrebatada a la familia su derecho y deber de educar a sus hijos, el Estado se legitima como padre protector de “sus hijos”, de su formación, de sus valores y de sus derechos

Con la irrupción del PIN se encendió la mecha de la polémica, aunque solo sea ruido y fuegos artificiales, porque el problema de fondo no es el uso o no del artefacto en cuestión, sino la educación que queremos para nuestros hijos. La familia es la primera y principal escuela, los padres son sus primeros y principales educadores, no debiera existir ningún tipo de sustituto, ni efecto placebo, de ningún tipo o formato, ni público ni privado, si se respeta el derecho y el deber de la familia en la educación de sus hijos.

Dicho lo cual, que es el fondo de la cuestión, nos podemos entretener de diferente manera, unos lo hacen viendo los telediarios, otros enganchados a Netflix o cualquier otra plataforma, y otros echando una copa en el bar o en los toros. Cada cual es libre de asumir su dosis de “distorsión cognitiva”, e interpretar la realidad con una mayor o menor falsedad.

La promoción de este pensamiento binario blanco o negro, dentro o fuera, perfecto o imperfecto, todo o nada, produce una notable hostilidad para afrontar el debate y la necesaria discrepancia, en particular manejando dos mecanismos. La generalización, como facilidad para sacar conclusiones generales de un hecho puntual. Y la polarización que conduce a una simplificación extrema de cualquier idea o acontecimiento. Así, la casuística, o las emociones o vivencias de cada cual, se convierten en argumento para defender desde la desinformación determinadas posturas, muy próximas a uno u otro extremo. Un estado permanente de desinformación, bien untando en la salsa ideológica que corresponda, con sus populismos de uno y otro signo. Cuatro de los grandes dogmas del momento, feminismo, animalismo, cambio climático y nacionalismos son elocuentes ejemplos, que llenan día tras día las portadas de los medios.

Las divagaciones genéricas del primer mecanismo, con la fácil polarización y el correspondiente menú mediático de tal o cual lado, aunque es justo decir que el aparato mediático impone un guion “progresista” conducido por el grupo Prisa y la Sexta, acompañado de una buena ingesta en tiempo y dedicación a las redes sociales (bien virtuales o presenciales), regala la burbuja perfecta para que cada cual permanezca ensimismado en la conformación de sus ideas y pensamientos, donde parece que algo cambia para que siga todo igual.

La educación ha sido tradicionalmente el plato de lentejas de todo partido político, aunque bien sepamos que lo uno siempre funciona a largo plazo y lo otro no. Pero la realidad del día a día educativo apenas tiene que ver con las intenciones de sus burócratas y dirigentes, ni con los numerosos gurús que pontifican en las cátedras de las instituciones financieras y empresariales, compañías de seguros, plataformas tecnológicas o despachos ministeriales, de donde sale la última ocurrencia, eso sí con mucho papeleo, puntualmente maquillado para la foto, en lo que ellos llaman innovación, por supuesto inútil para las necesidades que acucian a la educación.

Las declaraciones de la ministra Celaá, la aparición del PIN-PARENTAL-REVOLUTION, (debo reconocer que estuve tentado de titular así el artículo) las posteriores declaraciones de los dirigentes del PP, espesan la interesada cortina de humo que impide observar el trasfondo, la negación de la familia y la imposición del Estado, así como su proteccionismo editado en sucesivos dogmas sociales impregnados de igualitarismo, eso sí, muy progresista. Las ramas del árbol se están moviendo, las nueces caerán, por lo pronto la crispación y el enfrentamiento aumentan. No se trata de oponer a las familias con los profesores, ni a la escuela pública con la privada, ni a esos centros pioneros innovadores con los tradicionales. Si existen y persisten los centros que reflexionan y renuevan sus planteamientos y metodologías, adaptándose a los cambios necesarios, no lo son debido a las propuestas institucionales y los tentáculos neopaternalistas del Estado, sino al voluntarismo de muchos maestros y profesoras generosos y verdaderos servidores de lo público, de la iniciativa privada, que afortunadamente los hay.

En un reciente artículo Luis Gómez indicaba que “asistimos a la metamorfosis del Estado social de bienestar en un Estado social preventivo”. La promoción de este pensamiento dicotómico y binario facilita enormemente la indefensión del individuo frente al exterior, sea institucional, político o económico. La naturaleza humana es lo suficientemente contradictoria, y los tiempos que nos tocan vivir lo suficientemente complejos, para que el esfuerzo de pensar, también la sensibilidad cultivada para sentir, y la responsabilidad de decidir solo desde nuestro más íntimo y sagrado yo, haga frente a la incertidumbre.

El corolario para la identificación de esta interesada polémica es que arrebatada a la familia su derecho y deber de educar a sus hijos, el Estado se legitima como padre protector de “sus hijos”, de su formación, de sus valores y de sus derechos. De este modo el proceso constituyente de un Estado paternalista en la educación, salud, pensiones, no solo nos protege, también usurpa la libertad de los padres para aquello que realmente nos define como tales, que es la crianza y educación de los hijos. Los padres son necesarios, la educación es necesaria. El ciudadano en su libertad individual también lo es.

Las obligación del Estado es facilitar un marco educativo en el que los ciudadanos no tengan la necesidad de ningún pin para ejercer su libertad y su responsabilidad. De lo contrario, lo único que queda es un totalitalismo, bien expresado en los “Orígenes del totalitalismo” de Hannah Arendt, “El súbdito ideal del totalitarismo […] es aquel para quien la distinción entre realidad y ficción […] y entre verdadero y falso […] ya no existe»”. Y así nos instalamos en una “opinión pública” marcada a toque de corneta.

Foto: Kelli McClintock


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