El término “liberal” está siendo objeto de discusión. Hay una parte de la derecha, no sólo en España, que está descontenta con algún liberalismo, y prefiere echar por la borda todo él. Ya proclamarán los principios liberales, si es que no lo hacen ya, cuando la izquierda realmente existente les prohíba expresarse, por ejemplo. O cuando tome la propiedad de todos como feudo propio y banco de pruebas de sus proyectos de ingeniería social. Entonces no hablará de liberalismo, pero exigirá que se le respete la libertad de expresión, o el derecho de propiedad.

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Sobre ese término se ciernen varias confusiones concurrentes. Por un lado, el término “liberal” ha venido a significar en los Estados Unidos casi lo contrario de lo que significa en Europa, tal como advirtió Joseph A. Schumpeter nada menos que en 1939 (Capitalismo, socialismo y democracia). Ahí, liberalismo denota a los diversos proyectos que quieren ahormar la sociedad según una concepción previa de cómo debe ser. Es una palabra que une a quienes ven la sociedad como un lienzo en blanco sobre el que pueden plasmar sus colores, a su antojo. Para ellos, cualquier acto libre y espontáneo es sospechoso, cuando no culpable de traición. Hillary Clinton llamó a una mitad de los Estados Unidos “despreciables”, poco antes de perder estrepitosamente una elección presidencial ante Donald Trump.

Sí, los liberales eran la izquierda. Lo fueron, hasta que el socialismo se situó más hacia ese lado, y desplazó al liberalismo a ambos lados del centro, o directamente a la derecha. Para mí no tiene relevancia; lo que tiene calado es quién defiende la libertad y quién no

El otro uso de la palabra “liberal”, que es absolutamente mayoritario en España y en Europa, denota una realidad opuesta. Define los ámbitos de libertad de las personas, y confía en el resultado espontáneo de su ejercicio en la sociedad. El liberal no sabe cómo va a evolucionar la sociedad, ni quiere controlar su futuro. Pero confía en que la libertad permitirá que sus usos razonables y virtuosos se impongan en conjunto sobre los que no lo son, si logramos que la acción y las consecuencias de la misma vayan muy juntas; y eso ocurre gracias a la institución de la propiedad.

El primer sentido de la palabra refiere una ideología que quiere ordenar la sociedad de arriba abajo, y el otro confía en las fuerzas de la sociedad para que se organice gracias a sus propias instituciones. ¿Son visiones distintas del liberalismo? No. Son dos ideas contrapuestas.

Adriano Erriguel le quita el tapón a la bañera para que con el agua (el liberalismo-woke, que diría Hughes, con su globalismo y su ideología identitaria), se vaya también el niño (verdadero liberalismo). Critica al primero, pero para que los golpes caigan sobre el segundo. Como si no estuviesen en las antípodas. ¿Por qué?

El sentido de su artículo es que la derecha se había aliado con el liberalismo, pero éste (¿cuál?) ha acabado traicionándola, al echarse en brazos de la izquierda. “Tras un largo matrimonio de conveniencia con los conservadores, los liberales han vuelto al regazo de la izquierda, donde tienen sus orígenes históricos”.

Sí, los liberales eran la izquierda. Lo fueron, hasta que el socialismo se situó más hacia ese lado, y desplazó al liberalismo a ambos lados del centro, o directamente a la derecha. Para mí no tiene relevancia; lo que tiene calado es quién defiende la libertad y quién no.

La derecha, la que quiere y aprecia Adriano Erriguel, no gusta de la libertad económica. Es, lo dice él, anticapitalista. O “anti mercantilista”, en un nuevo uso equívoco de los términos, que esto empieza a ser ya una mala costumbre. Quizás si respetase el uso convenido de las palabras, vería menos “contorsiones ideológicas”. El mercantilismo es la ideología económica del poder, y aunque para los ideólogos del poder económico de los estados esta topografía política les da más o menos igual, es difícil no situarles en la derecha, rancia o no rancia.

En su crítica al capitalismo, Errigel recurre a los autores marxistas. Y hace bien, pues una parte no desdeñable de las mejores mentes dedicadas a la crítica al capitalismo son marxistas. Acaba citando al Che Guevara.

¿De qué habla, entonces, Errigel? Yo hice mi propia distinción entre izquierda y derecha. No estoy seguro de que le sea útil a Errigel. La que sí le vale, entiendo, es la distinción que realizó hace años uno de los mejores intelectuales españoles de la derecha actual, que es José Javier Esparza: la izquierda es la modernidad, y la derecha es el rechazo a la modernidad.

En ese plano, con la modernidad dividiendo el tablero político, ¿dónde está el liberalismo? Errigel le acusa de ser “relativista” y “hedonista”. Le ahorro al autor el sonrojo de responder a esta última acusación. Pero ¿es el liberalismo “relativista”? Es imposible que lo sea por lo que se refiere a los derechos de la persona y a su libre ejercicio. En el plano moral, el liberalismo reconoce la libertad del otro de seguir sus propios planes personales, aunque puedan ser considerados inmorales. Pero seguro que no encontrará mucha dificultad en la comprensión de una distinción fundamental: legítimo e ilegítimo hacen referencia a lo que la persona puede hacer sin invadir los derechos ajenos. Moral o inmoral se refieren a lo que es bueno o malo que haga con lo que le pertenece.

Un poco de tiempo de reflexión sobre esas dos dicotomías no le harán daño. Que yo reconozca tu derecho a consumir drogas, por ejemplo, no quiere decir que yo lo sancione desde el punto de vista moral. Esa confusión de los dos planos acaba siempre mal. Quien nos acusa a los liberales de relativismo moral acaba prohibiendo los comportamientos que él considera inmorales. ¿Como la izquierda woke? Como la izquierda woke. Al final son indistinguibles. nadie les acusará, en ese empeño, de ser liberales.

Imagen: Jacques-Louis David, El juramento del juego de la pelota.


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