A la vista de las charlas que he podido mantener con varios amigos que regentan locales de ocio y restauración, el miedo es un gran invento para gobernantes desalmados. No he intuido un ápice de comprensión o utilitarismo sanitario en el hecho de seguir la normativa y solicitar el pasaporte covid a quienes ingresen en sus instalaciones. Básicamente si se avienen a requerir esta suerte de Estrella de David moderna es por el miedo a ser multados. La coacción es lo que queda detrás de todo este engrudo intragable en el que se ha convertido esta pandemia de la que ya solo queda el asalto a nuestras libertades y su merma constante. Cuando esto ocurre poco queda ya para convertirnos en un estado policial a la altura de cualquier dictadura bananera.
Existen muchas dudas acerca del interminable listado de variantes del virus, tanto en cuanto a su propagación como en lo que atañe a su gravedad, pero parece que ya todos intuimos que existen otras muchas enfermedades que debemos tratar y de las que debemos ocuparnos, que nuestra vida ha de seguir, que esto no acaba aquí para muchos ciudadanos. Sin embargo, de lo que nadie, a excepción de los palmeros de siempre, parece ya dudar es que hay escasas razones médicas detrás de cada nueva medida tomada para intentar poner puertas al océano. Es el sinsentido de la imposición y un atrofiadísimo paternalismo lo que hay detrás de cada acción y, como puesto que no cabe el convencimiento, porque no es posible, solo queda el puño de hierro.
La irrupción de las fuerzas del orden interrumpiendo una actividad perfectamente lícita para requerir a los presentes información médica manifiestan a las claras la vergonzante labor de las fuerzas de seguridad del Estado como correa de transmisión de la voluntad del jefe de turno
La entrada el pasado fin de semana de policías nacionales en varios locales de ocio nocturno, atestigua bien a las claras lo que está ya negro sobre blanco. No quedó bastante claro meses atrás que la patada en la puerta era un método preconstitucional. La irrupción de las fuerzas del orden interrumpiendo una actividad perfectamente lícita para requerir a los presentes información médica sin las pertinentes garantías legales en cuanto a la protección de los propios datos de salud o el derecho a no ser discriminado por razón de su estado manifiestan a las claras la vergonzante labor de muchos agentes de las fuerzas de seguridad del Estado como correa de transmisión de la voluntad del jefe de turno. Por si acaso esto no es suficiente vergüenza, como venimos diciendo, se utiliza a los propietarios de los locales como delatores testiculares, so pena de atraco legal. Por si no están sufriendo lo suficiente desde hace ya casi dos años.
Es aun muy tímida la reacción en contra. Si están ustedes en la caja de resonancia adecuada, habrán visto fotografías y textos llamando a revolverse contra esta aberración que supone imponer de facto la discriminación de parte de los ciudadanos por razón de salud. Quizá sea buen momento para recordar que es deber de todo buen ciudadano incumplir las leyes injustas, que dicho así es muy bonito, porque de nuevo nos meterán mano al bolsillo por esta causa y los procesos judiciales son largos e inciertos, aunque nadie dijo que la Libertad fuera gratis. El que algo quiere, algo le cuesta.
El imperio del terror se va asentando mientras celebramos el cumpleaños de nuestra Carta Magna. El destino es aterradoramente irónico en muchas ocasiones. Un presidente indecente, cuyo devenir ha sido reprobado en varias ocasiones por dictámenes del Tribunal Constitucional, hablando sin empacho de la vigencia de unas leyes que de hecho se ha saltado y se salta con total impunidad sonroja a los estómagos más resistentes. Provoca sarpullido tanta vacua verborrea, tal desatino con conocimiento de causa. Es por ello por lo que cada vez son más constantes y vigorosas las muestras de fuerza. El presupuesto no está todavía para demasiadas subvenciones y si no es por lo uno, será por lo otro con lo que se pueda controlar al populacho respondón.
Foto: Jernej Furman.