Ante las inauditas y muy peligrosas maniobras de Pedro Sánchez para conseguir la investidura parece que está siendo muy difícil para algunos no perder el mínimo de serenidad y no dejarse llevar por una pasión desgarradora. Habría que pensar si es eso lo que conviene al fin que se persigue, a que Sánchez pase a ser historia derrotado por una alternativa bastante mejor. De no hacerlo así, el frenesí de manifestaciones imaginando molestar al presidente o a la izquierda, sea eso lo que fuere, las llamadas a la insubordinación, las sorprendentes propuestas de huelga general, podrían dar en todo lo contrario de lo que se supone las anima, en el derrotismo y en fortalecer al que se pretende vencer.
Hay mucha gente que no consigue comprender que cuando se pierden las elecciones, pues nada de esto estaría pasando de lo contrario, lo primero que hay que hacer es pensar en las razones de la derrota y, en consecuencia, aprestarse a corregirlas, pero somos gente demasiado pasional y son muchos los que prefieren subir el tono de sus quejas y lamentos como si eso sirviese de algo útil, cuando apenas sirve para otra cosa que para proporcionar al adversario el espectáculo que siempre da la rabia del perdedor.
los cimientos de la Nación y la fuerza de la democracia y la libertad podrán hacer que, más pronto que tarde, esta pesadilla desvergonzada en que Pedro Sánchez ha convertido la escena política se acabará de una buena vez
No negaré que lo que está haciendo Sánchez empeora con mucho lo que había venido haciendo, eso que algunos estrategas miopes pensaron que daba base suficiente para embarcarse en una derogación del sanchismo, cuando ahora nos toca asistir, por nuestra mala cabeza, a que ese sanchismo no derogable parece estar alcanzando, por momentos, en una especie de consagración constitucional, obsérvense las comillas, de su modo de hacer.
No hay que ponerse nerviosos. Lo mucho que Sánchez está añadiendo a su achatarrado capital político, la amnistía, la condonación de la deuda catalana, el traspaso de la red ferroviaria, el reconocimiento del relato de unos alocados separatistas que no tienen, ni de lejos, el capital político que imaginan, admitir que estamos ante un conflicto que requiere observadores internacionales, cargarse la independencia judicial, etc. etc. tendrá su costo, apenas hay duda de ello. Pero para poder hacer efectivo ese costo en términos políticos se requiere una condición imprescindible, tener una alternativa mejor, saber explicarla, convencer a muchos que pueden ser convencidos (hay otros que son inmunes al discurso racional), hacer políticas positivas sin reducirse a poner el grito en el cielo por los desafueros de Sánchez, gravísimos sin duda, pero que no bastaron el 23 de julio para evitar la posibilidad de su investidura y que podrían volver a no bastar si no se hace algo por evitarlo.
Todo lo que Sánchez está pudiendo hacer, intentarlo al menos, se basa en una premisa cultural de la mayor importancia, en la convicción de muchísimas personas de que la Transición fue un camelo, en que la derecha no puede triunfar porque eso sería el fin de la democracia y otras supercherías similares. Se trata de objetivos políticos en los que llevan trabajando sin descanso los socialistas, al menos desde Zapatero, aunque algunos empezaron antes, y todos los separatistas, los lobos disfrazados de corderos que están tras Bildu y los alocados carlistones antiliberales que han gozado en Cataluña de mucho poder y mucho dinero para tratar de convencer a la mayoría de los catalanes de monumentales absurdos históricos.
Ese tipo de labor de zapa exigía una respuesta sutil y constante, por parte del Estado, y cuando el PP de Rajoy estuvo en el gobierno no hizo nada en ese sentido, y, sobre todo, por parte de la sociedad civil, de los empresarios y de las gentes con mayores posibilidades económicas. Jugaron unos y otros a la asepsia, a no meterse en política, a hacer gestión, y así nos ha ido con esa falta de aprecio muy arraigada en sectores conservadores, en especial en los muy pudientes, hacia el pensamiento, la historia, la cultura y la política misma. Ahora se quejan algunos de los abusos fiscales, de que se quiebre el estado de derecho, de las tonterías que dice la vicepresidenta, pero han consentido que esa clase de historias tengan su público por no perder un poco de su tiempo y de su esfuerzo en asentar con firmeza una cultura política liberal y democrática que ha sido extraordinariamente descuidada.
Por eso ahora cuando se perora contra el sanchismo se va cuesta arriba y de nada sirve alzar los decibelios de la protesta. Hay que cambiar de estrategia, entender que estamos ante un proyecto político muy peligroso que puede acabar con la democracia y que debilitará todavía más a una España escuálida sin objetivos ni ambiciones políticas, sin liderazgos inteligentes, sin proyectos atractivos, anegada en un mar de palabras pretenciosas y sin el menor sentido.
Lo que Sánchez acaudilla puede resultar inmune a los gritos, a los nervios, a la agitación más o menos espontánea. Frente a ese tipo de cosas, Sánchez y los suyos tienen una farmacopea bastante eficaz, por más que esté hecha de miserias intelectuales y morales, “es el fascismo que quiere volver”, dicen a hora y a deshora, es la derecha insaciable que os roba el salario, las vacaciones y toda clase de derechos imaginables.
Frente a todo esto hay que saber actuar, con determinación, pero con inteligencia, sin querer ganar la batalla aplicando las mismas recetas que aplicaría la izquierda de estar en caso similar. Por eso creo que haber creado una especie de Podemos de derechas ha sido la idea más torpe que han tenido algunos que creen estar en el secreto de las leyes que rigen la historia universal.
Hace unos días hemos asistido a la jura de la Constitución de la princesa Leonor y hemos podido ver cómo bajo la inteligente batuta de Felipe VI la monarquía ha superado una crisis muy grave y vuelve a aparecer a los ojos de una gran mayoría de españoles como un mástil histórico al que agarrarnos en tiempos difíciles. Se trata del fruto de un trabajo hecho con inteligencia, con constancia, con paciencia y en medio de un ambiente hostil y degradante, pero ha salido bien y eso hay que agradecerlo a la inteligencia no a ninguna desmesura. Me parece que es un buen ejemplo para líderes políticos y para españoles de a píe.
A veces se piensa que Sánchez podría acabar con España, algunos se atreven a afirmar que eso ha sucedido ya, pero la verdad es que los cimientos de la Nación y la fuerza de la democracia y la libertad podrán hacer que, más pronto que tarde, esta pesadilla desvergonzada en que Pedro Sánchez ha convertido la escena política se acabará de una buena vez. Pero harán falta más buenas razones que gritos, más persuasión que insistir en la diatriba, inteligencia, paciencia y verdadero patriotismo, que es desear el bien de España y de todos los españoles sin excepción, en dosis muy altas. Es el momento de la gran política, no el de la algarada y cuanto más se tarde en comprenderlo, mayor y más largo será nuestro sufrimiento inútil, la incesante decadencia y el debilitamiento de la sociedad española.