El capítulo XXI de Leviatán de Hobbes analiza la noción de libertad. Siguiendo la estela del mecanicismo y materialismo imperante en pleno siglo XVII Hobbes intenta privar a la noción de libertad de los contornos metafísicos con los que había sido envuelta por la tradición escolástica. Esta noción metafísica de libertad intentaba conciliar la omnipotencia divina con la noción de libre albedrío. En Hobbes la libertad ya no va consistir en la existencia de una voluntad no condicionada por factores materiales, psicológicos o teológicos. Todos ellos factores empíricamente inverificables. Por el contrario la libertad en Hobbes va a consistir en algo fácilmente verificable: la ausencia de obstáculos externos al propio movimiento. Esta definición materialista de libertad lleva a Hobbes a considerar a un río, cuyo cauce no está obstaculizado por dique alguno, tan libre como a los actos del individuo llevados a cabo sin coacción externa alguna. Esta noción de libertad, que nos puede parecer tan contra intuitiva y alejada del sentido común, busca justificar que las acciones políticas sean compatibles con lo que Hobbes cataloga como el principio de la dinámica política: el miedo. De ahí que Hobbes sea caracterizado como un precursor de lo que en filosofía se llama compatibilismo, que intenta conciliar libertad con necesidad. De esta manera para Hobbes es posible actuar bajo el influjo del miedo y ser libre al mismo tiempo
Este miedo, que los hombres experimentan en el llamado estado de naturaleza, es el que les llevan a buscar la protección de esa personificación de la potencia soberana que recibe diversos nombres en la obra de Hobbes (Gran Hombre, Gran Máquina, Gran Animal, Deus Mortalis). Con cada uno de estos epítetos Hobbes quiere destacar algún aspecto relevante de esa nueva forma de organización política que él postula como instrumento para acabar con la anarquía de la Inglaterra de mediados del siglo XVII. En el capítulo XXVIII se le presenta como un Dios mortal, que en tanto entidad soberana tiene en su mano el poder terrenal supremo capaz de imponer la paz social. Frente al Behemoth, el monstruo bíblico con el que Hobbes personifica la anarquía, se erige el Leviatán que se constituye en la personificación de la necesidad de un poder supremo, inapelable, y capaz de conducir la voluntad de todos los hombres hacia la paz social.
El Estado en Hobbes nace en último término para acabar con cualquier tipo de disputa religiosa acerca de su legitimidad. A partir de entonces la noción de Estado no se enjuicia en función de los fines a los que sirve sino en función de los resultados que con él se consiguen
Carl Schmitt en su obra Teología Política realiza una interesante relectura de la figura del Leviatán Hobbesiano e introduce un interesante matiz con respecto a la lectura de Hobbes. Para Schmitt este artificio creado para garantizar la paz social tiene a su vez la virtualidad de acabar por destruirla. Como bien pone de manifiesto Schmitt este nuevo Leviatán ya no tiene en la verdad religiosa su fundamento sino que precisamente de la neutralización de esa legitimidad religiosa hace su fundamento. El Estado en Hobbes nace en último término para acabar con cualquier tipo de disputa religiosa acerca de su legitimidad. A partir de entonces la noción de Estado no se enjuicia en función de los fines a los que sirve sino en función de los resultados que con él se consiguen.
El Estado hace de su propia lógica de poder su fundamento, como muy bien pone de manifiesto Schmitt al caracterizar al nuevo Estado soberano como aquel en el que la “auctoritas non veritas facit legem”. Como muy bien pone de manifiesto Schmitt en esta consideración puramente instrumental del Estado está la raíz del positivismo que hace del derecho el resultado de exclusivos procedimientos formales de elaboración. Esta lógica positivista del derecho, que priva a este de cualquier tipo de consideración de tipo axiológico, permite que éste, en manos de un tirano, se pueda convertir en instrumento de opresión, especialmente en un sistema político, el democrático en el que está presente lo que Max Weber caracterizara como una forma de politeísmo de los valores. Este politeísmo axiológico conlleva un relativismo y una puesta en cuestión de cualquier pretensión de fundamentación última que es presentada como una forma de dogmatismo, incompatible con la modernidad.
La lógica perversa de lo estatal explica que una máquina de coacción, como es el Estado, al menos desde su caracterización moderna, pueda servir a los intereses espurios de unos gobernantes sin escrúpulos, incluso, aun cuando este mismo Estado responda a una lógica democrática, esté dotado de una constitución y recoja una serie de valores que lo definen como un Estado social, de derecho y del bienestar.
Esta interesante lectura de Schmitt permite explicar las derivas autoritarias de los estados formalmente democráticos. España aparentemente está dotada de una constitución que recoge amplios derechos a la ciudadanía, se celebran (al menos todavía) elecciones libres, periódicas y al menos parcialmente competidas y existía (al menos formalmente) una división de poderes. Por si esto no fuera poco, España está englobada en una organización supra-nacional, la Unión Europea, que recoge muchos de estos principios en sus tratados fundacionales. Sin embargo, con la reciente aprobación de una serie de medidas restrictivas de derechos individuales mediante sucesivos estados de emergencia constitucional, que han contado no lo olvidemos con amplios consensos de las élites políticas, es cada vez más cuestionable que podamos afirmar que en España realmente vivamos bajo un régimen de libertades.
Esta tendencia creciente hacia el autoritarismo no sólo está presente en nuestro país. Buena parte del otrora mundo libre, por mor de la preservación de la salud pública y la generalización de una agenda global política que responde a intereses políticos muy diversos, se encamina hacia modelos de sociedad cada vez menos libres.
La justificación de esto último obedece a una doble confluencia. Por un lado una agenda política que vez con notable incomodo la libertad, ya que esta supone un obstáculo en la implantación de la misma a escala planetaria. Por otro al legado Hobbesiano que legitima al Estado no tanto por los fines que persigue sino por los servicios que este presta.
Normalmente se entiende a Hobbes como un teórico de la monarquía absoluta, lo cual es sin duda una lectura poco atenta de su obra. Hobbes es más bien un teórico de la soberanía absoluta, la cual se puede ejercer bajo arquitecturas institucionales muy diversas, incluida la propia democracia.
Esta visión de Hobbes como la del teórico de la soberanía absoluta ha llevado a autores, como Noel Malcom, a discutir el carácter liberal de su pensamiento. Aunque no han faltado quienes han visto en Hobbes un precursor de ideas liberales (Ian Hampsher-Monk), tampoco debe obviarse en el enorme influjo que su obra ha tenido en ciertas corrientes de opinión que se suelen caracterizar como de izquierdas. Una buena parte de esta tradición de pensamiento ha comprendido las enormes posibilidades que la lógica de la teoría del Estado hobbesiana lleva implícitas. Un Estado que desprovisto de cualquier justificación axiológica permita imponer un modelo de organización de la sociedad sobre la base de una emoción política como es el miedo.
Esto lo ha entendido el feminismo, buena parte del cual se reivindica como neohobbesiano, cuando reclama un nuevo contrato social (Pateman) basado en el miedo a la violencia estructural del heteropatriarcado. También el ecologismo radical puede ser caracterizado como hobbesiano ya que postula la transformación del Estado de derecho de corte liberal en una suerte de Leviatán que nos libre del cambio climático al que dibujan con contornos tan sombríos como el behemoth hobbesiano. Si hay un Estado en el mundo que responda claramente al modelo hobbesiano ese es la china comunista cuyo modelo de sociedad colectivista y basada en el miedo se quiere exportar a escala planetaria con ocasión de la pandemia de la COVID-19.
Por otro lado, la lógica censora con la que las grandes plataformas de contenidos, como Facebook o Twitter, persiguen a aquellos que manifiestan opiniones contrarias a los dogmas del pensamiento políticamente correcto no puede por menos que catalogarse de hobbesiana. El miedo a que unas redes sociales libres degeneren en un clima anárquico y que favorezca el enfrentamiento civil parece justificar cualquier tipo de medida censora. Difícilmente Hobbes hubiera podido pensar en un Leviatán más perfecto que el control que sobre las redes sociales ejercen estos gigantes. En cualquier caso parece que el siglo XXI se tornará en Hobbesiano.
Foto: Kaleb Nimz