El diario El País publicaba el último día de 2023 un artículo titulado Las familias son cada vez más pequeñas, delgadas y alargadas; como un menú en un restaurante caro. El título es confuso. No porque no refleje el contenido, sino porque parece anunciar un nuevo logro en el ámbito social del actual gobierno. Pero no, no es eso.
El objetivo del artículo es describir las principales conclusiones de un estudio titulado Projections of human kinship for all countries; algo así como Proyecciones sobre la familia humana para todos los países. Por eso, y a pesar del título, el artículo no tiene un tono de celebración. El País reconoce que sería demasiado presuntuoso presumir de que su campaña contra la familia tiene efectos en todo el orbe.
Llamar “tradicional” a la familia trae aparejada la acusación de ser conservadora. Pero a eso vamos, a una sociedad de personas que llenarán el vacío de su independencia con “experiencias”
El artículo del diario español comienza diciendo que “una niña que nazca en 2024 apenas tendrá hermanos o primos”. Como el chiste, su prole se limitará a uno o ninguno. Y cuando muera, será muy anciana. Y estará sola.
Con las proyecciones demográficas ocurre como con las previsiones que podamos hacer sobre nuestro comportamiento en el próximo minuto: se cumplen prácticamente siempre. Por ello, este tipo de predicciones resultan muy preocupantes. No las podemos tomar como las profecías sobre el apocalipsis climático.
El tamaño de las familias, continúa resumiendo el artículo, no ha dejado de descender desde los años 50. En una media mundial, una mujer de 65 años tenía en 1950 41 parientes, y a finales del presente siglo tendrá 25. El descenso es generalizado, pero más lento en aquéllos países donde esa transición demográfica se ha acelerado, como es el caso de España. Caemos desde más abajo.
La poda del árbol familiar es por las ramas. Tenemos, y tendremos, menos hermanos y primos. Pero como viviremos más, volveremos a ver a los bisnietos saludando a los más mayores. A eso se le llama “paso de la familia horizontal a la vertical”. Como en tantas cosas, el país que lidera esta tendencia es China. En los años 50 las niñas nacían con once primos, y a final de este siglo ese número se habrá diezmado, hasta los 1,1 primos de media.
Parte de esta transición es consecuencia del desarrollo de las sociedades de mercado. Multitud de bienes y servicios que se prestaban en casa, comenzando por la comida, se pueden adquirir desde fuera de ella. Además, la incorporación de la mujer al trabajo ha hecho más complicada la división del trabajo dentro de la familia. Muchas solventan la situación contratando los servicios de personas externas que cumplan con ciertas tareas domésticas. Las migraciones han facilitado estos cambios en los países ricos. Pero a medida que los sueldos suban (o, en casos como el de España, a medida que el Estado quiera llevarse una mayor tajada de estos acuerdos privados), eso va a ser más complicado.
Los impuestos han sustituido a los hijos. Bien, es una exageración, pero sólo una exageración. A medida que nos hemos hecho ricos, hemos aumentado el gasto por hijo con el objetivo de darles una educación más cuidada. El hecho de que el Estado se quede con una parte creciente del aumento de la renta en los países ricos (en España, en las últimas dos décadas han subido los impuestos, pero no la renta), no ha ayudado. Por otro lado, el número de hogares aumenta más que la población, porque los hogares tienen cada vez menos personas. Esto presiona sobre el precio de las casas, que cada vez es mayor. Otro aspecto que drena nuestra renta y presiona sobre la planificación de tener más hijos.
He estado tentado de ilustrar el artículo con negras estadísticas sobre el cambio social, pero no es del todo necesario. Aumentan los hogares con una sola persona. Sumados a los que tienen dos, suponen el 54% del total.
Pero también hay otros aspectos cuya incidencia no es tan directa, pero no es menos efectiva. Hay un hostigamiento a la familia. Se le llama “tradicional” para poder denostarla, y se proponen fórmulas alternativas al padre, la madre y los hijos como si fueran las únicas aceptables. Se lanzan mensajes apocalípticos sobre el clima, con efectos sobre la sociedad que no veíamos desde el año 1000. Acusamos a nuestra cultura de los peores crímenes y escondemos con vergüenza sus asombrosos éxitos. Y planteamos a los jóvenes que, en un mundo absurdo, carente de valores y que se autodestruye, lo único razonable es vivir el momento.
Todo lo que nos una a la institución que nos ha forjado como personas nos aleja de convertirnos en siervos del Estado todopoderoso. Por eso, llamar “tradicional” a la familia trae aparejada la acusación de ser conservadora. Pero a eso vamos, a una sociedad de personas que llenarán el vacío de su independencia con “experiencias”, y se plegarán a la ideología del poder, que nos lo va a dar todo a cambio de quitárnoslo todo.
Por descontado que tener un hijo es un atentado contra la humanidad y, lo que es peor, contra el ocio. Lo explicaba recientemente Javier Benegas. Hay toda una rama podrida de la filosofía que es abierta y orgullosamente antihumanista que plantea una sociedad sin hijos.
Foto: Victor Chaidez.
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