Si hay personas más moralistas que los periodistas de la sección política, son los periodistas de la sección deportiva. Salvo contadas excepciones, la explosión del deporte como negocio nos expone a padecer horas y horas de hombres y mujeres que con una formación, en general, bastante deficitaria, se erigen como portavoces de lo que está bien y de lo que está mal, de lo que se tiene que hacer y de lo que no. Y para peor: no asumen sus dichos desde una perspectiva personal sino que se identifican como referentes del sentir popular; consideran que son un médium a través del cual el sentido común aflora.
Pero además, en las intervenciones de los periodistas deportivos proliferan toda una gama de metáforas “sociales” acerca de cómo se comportan y conforman los grupos, y una serie de explicaciones psicológicas acerca del desarrollo humano individual que no superan el más mínimo análisis.
A los periodistas deportivos sumemos todos aquellos referentes del fútbol con algún tipo de responsabilidad dirigencial. En este sentido no deja de llamar la atención cómo, en muchos casos, esa dirigencia, en nombre de la modernidad y de los “nuevos tiempos”, naturaliza las fantasías tecnocráticas más burdas, siguiendo, claro está, los senderos que proponen las dirigencias políticas nacionales. Insisto en que, por suerte, hay excepciones pero hoy hablaremos de la regla ya que esta breve introducción viene al caso para reflexionar sobre todos los prejuicios y el fuerte sesgo ideológico que se encuentra detrás de lo que parecería ser el acto nimio de la implementación de la tecnología en el fútbol y, en particular, de lo que se conoce como VAR, esto es, un sistema que permite brindar asistencia técnica a los árbitros que se encuentran en el césped.
Dado que se van realizando continuos retoques a la reglamentación, diré, en general, que el VAR supone la existencia de una cabina de videoarbitraje con diversas cámaras de video que permiten a uno o más árbitros auxiliares junto a otros asistentes, examinar las jugadas controversiales, en particular, los goles, los penales, la utilización de las tarjetas y los problemas de identificación de algún jugador.
Hay una materialidad existente, hay datos, hay hechos pero también hay interpretación, intervenciones subjetivas que interactúan, perspectivas que no hacen que todo valga lo mismo pero que no pueden tampoco dejarse de lado en función de algún ideal positivista decimonónico
Las principales ligas del mundo comenzaron a utilizarlo aunque los que tomaron la iniciativa fueron los torneos internacionales, sean de selecciones o de equipos. Sin ir más lejos, hace algunos días culminó una nueva edición de la Copa América en la que Brasil fue coronado pero varios partidos culminaron en escándalo. A Uruguay le anularon tres goles en un partido (uno de ellos, como mínimo, con excesivo celo); a Argentina no le cobraron dos penales claros contra Brasil; Messi fue injustamente expulsado contra Chile y Perú fue perjudicado en la final contra Brasil cuando se le sancionó un penal en contra. En la UEFA Champions League también hubo jugadas polémicas donde el árbitro o quienes lo asisten tecnológicamente han confirmado o revocado fallos injustamente.
Prácticamente todos los protagonistas, incluso muchos de los periodistas deportivos que lo pedían a gritos en nombre de vaya a saber uno qué concepción de la justicia, coinciden en que la implementación del VAR tal como se ha desarrollado hasta ahora está desnaturalizando el juego especialmente porque se pierden muchos minutos y toda jugada de gol, incluso los off side, están a consideración de la mirada de la tecnología. A juzgar por lo que se ha visto en la Copa América, en breve, los jugadores dejarán de celebrar los goles para no quedar en ridículo ante la posibilidad de que éste sea anulado, y los simpatizantes más cautelosos aguardarán la confirmación de la tecnología para abrazarse con quien tuvieran circunstancialmente al lado. Perder la espontaneidad y el goce estético que supone el grito de gol no es una buena señal pues es de las cosas más lindas del fútbol y es de lo poco del espíritu amateur que al fútbol de megaestrellas le queda.
Por otra parte, cada vez resultan más difusos los criterios de la utilización del VAR y el espacio de discrecionalidad es aún mayor que el que existía antes. Así, lejos, de brindar mayor transparencia, la sensación de opacidad ha crecido: no se sabe por qué se analizan determinadas jugadas y otras no; el árbitro del campo de juego pierde autoridad y las sospechas crecen porque quienes finalmente acaban tomando las decisiones son aquellos que se encuentran en la sala de Videoarbitraje.
Pero hay todavía una pregunta previa, que es la que me interesa indagar porque sospecho que detrás de la implementación del VAR hay toda una concepción tecnocrática del mundo, aquella que considera que la tecnología está asociada a la transparencia y que ésta viene a solucionar todas las injusticias del deporte y del mundo; que los sistemas de derecho funcionan deductivamente sin opacidades, sin lagunas y sin discrecionalidad; y, asociado a este último punto también, que todo lo existente puede reducirse en última instancia a un dato duro, a un hecho incontrovertible. Y todo esto es falso más allá de quien reflexiona aquí no caiga en la moda de los relativismos tontos que creen que todo es una construcción social y que la materialidad del mundo es un invento de gente muy mala que quiere someter a otra.
Dicho de otra manera, hay una materialidad existente, hay datos, hay hechos pero también hay interpretación, intervenciones subjetivas que interactúan, perspectivas que no hacen que todo valga lo mismo pero que no pueden tampoco dejarse de lado en función de algún ideal positivista decimonónico. Sin entrar aquí en un debate epistemológico, esto sirve para la percepción general de la realidad como para pensar la complejidad de los sistemas de derecho, entre los cuales me permito incluir el reglamento de un deporte como el fútbol. Subsumir un hecho en una determinada categoría de un sistema de derecho supone una interpretación del mismo como evaluar la intención de una infracción en el área supone una enorme cantidad de saberes y empatías que la sola imagen no brinda. Distinto, claro está, puede ser determinar si una pelota cruzó o no una línea, pero la gran mayoría de las jugadas controversiales, incluso las del off side en las que también, al fin de cuentas, se trata de trazar una línea imaginaria, hay controversias y juega, de una u otra manera sobre una base real y material, cierto sesgo interpretativo. No hay solución para eso más allá de todas las fantasías tecnocráticas que intentan erigirse como el Ojo ecuánime, pulcro y transparente de Dios.
Todo esto, claro está, sin entrar en el debate, aun a riesgo de cierto romanticismo, que plantearía si la opacidad y, por qué no, la imprevisibilidad, la picardía y el error arbitral no son parte del mismo juego y uno de los condimentos maravillosos que hacen tan pasional y emocionante al fútbol. En eso, naturalmente, no es lo mismo un espectáculo como el fútbol cuyo sentido es también entretener, que un sistema de derecho que rige las relaciones interpersonales de una sociedad desde una perspectiva penal, civil, etc., aunque este punto, por supuesto, merecería un desarrollo mayor.
Quienes consideran que la opacidad no es parte del juego son los principales impulsores del VAR pero ahora caen en la cuenta que esa implementación la ha hecho crecer, no ha eliminado la picardía ni los errores y, por si esto fuera poco, ha aumentado la sospecha sobre la discrecionalidad y sobre quiénes son finalmente los que toman las decisiones. Dirán, claro está, que el sistema deberá mejorar su implementación y seguramente lo hará. Lo que nunca entenderán es que la supuesta perfección del sistema es inalcanzable porque la interpretación jugará siempre, sea del referí que está en el campo o de cien asistentes que vean una imagen desde una cámara. En el caso de un deporte y de un deporte como el fútbol, que esa perfección mecánica sea inalcanzable puede que sea una suerte.
Foto: Comfreak