Una de las cualidades más peculiares del mundo contemporáneo es la que deriva de las dificultades de manejar con tino el enorme número de fuentes de información (y de lo que, en cierto modo, es su contrario, la desinformación, la falsedad y la mentira), una circunstancia que facilita mucho el éxito de los charlatanes más atrevidos. Nunca ha habido tantas formas de entender el mundo a nuestra disposición, pero es probable que buena parte de la humanidad esté más confundida que nunca. Desde el punto de vista de la libertad de opinión y de expresión el panorama podría parecer casi inmejorable, pero no es difícil caer en la cuenta de que lo que Víctor Pérez Díaz ha llamado el “barullo sistémico” nos pone muy difícil alcanzar una idea medio cierta de lo que son las cosas. Lo que debiera preocuparnos es lo que peroran quienes aprovechan este desconcierto para proponer soluciones autoritarias, le pongan el disfraz que fuere, que ahora mismo tiende a ser más científico que político.

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Vamos con la epidemia. Apenas puede haber discusión acerca de su importancia, aunque su valoración ha pasado por momentos comprometidos, pero por todas partes surgen opiniones acerca de su, digamos, significado más profundo. Ciertos líderes de opinión compiten aguerridamente en decir lo más atrevido acerca del caso, como si dedicarse a curar las heridas y a enterrar a los muertos fuese menester de gentes cortas. Me refiero, desde luego, a la numerosísima grey de los pensadores que se tienen por anticapitalistas, y, más en general, a los antiliberales, a quienes siempre encuentran un motivo para denunciar las maldades del sistema (capitalista/liberal) y para repetir lo inteligentes e irreprochables que son regalándonos de manera gratuita su solución a todos los problemas, habidos y por haber. Por ejemplo Zizek, que se ha apresurado a advertirnos que esta pandemia demuestra que ya no hay más remedio que escoger entre comunismo y barbarie (¡¿?¡), además de recordarnos que ya nos había advertido, como el visionario certero que se cree, de que esto, la pandemia, nos pasaría sin remedio. Es una pena que Zizek no dedique algo de su preciosa inteligencia a precisar sus predicciones, cosa, sin duda, más provechosa que la tediosa repetición de sus manías. El valor de Zizek puede discutirse, hay gente para todo, pero la novedad de sus ideas es bastante escasa: más Estado, siempre, para todo, y viviremos en el paraíso comunista. Es decir, no hagan caso de lo que enseña la experiencia, escúchenme a mí, que soy muy listo y lo sé todo.

No esperen que estos predicadores abandonen una matraca que les proporciona una conciencia bella y una vida regalada, universalmente admirados por una legión de periodistas y otros muchos individuos de similar condición

Otro que ha decidido regañarnos, aprovechando que también tiene libro nuevo, es Daniel Innerarity, tal vez no tan conocido ni  polémico como Zizek, pero con una preocupante tendencia a hablarnos de “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rua” para que no nos equivoquemos acerca de lo que creemos nos pasa. El filósofo vasco nos ha reprochado nuestra inmediata movilización contra esta mierda de virus cuando no hacemos nada, a su entender, contra un peligro muchísimo mayor (se refiere al cambio climático, por si no habían caído en la cuenta). No hay nada tan peligroso como un filósofo que piense que no se le hace el debido caso, y más si ese filósofo es poderoso.

Pero por profundas y sólidas que sean las razones de Innerarity hay que reprocharle, al menos, que confunda bajo la categoría de amenazas a los hechos con las teorías. El cambio climático, en especial en sus versiones más fundamentalistas, es una teoría científica, no una evidencia inmediata. Más que a un virus, se parece a la virología, pero, tal vez por desgracia, los humanos nos asustamos más con el cáncer que con la oncología. La segunda cosa que confunde a Innerarity es que no respeta la diferencia que hay entre las realidades efectivas y las previsiones: las primeras siempre tienen consecuencias, las segundas tienen una mala tradición porque, con enorme frecuencia, se han equivocado, para bien o para mal. Puede que el cambio climático acabe siendo el horror que supone Innerarity, que en esto es muy poco original, pero parece aventurado decir que no hacemos nada para evitarlo o suponer que podrá causar daños tan mortíferos como el pequeño virus de ahora. Cierto es que hay quien dice que el cambio climático ya produce decenas de miles de muertos en Madrid, pero, por fortuna, ese tipo de muertos son bastante interpretativos, no han colapsado el sistema sanitario, al menos de momento.

En relación con el virus ha habido también quienes se ha apresurado a elogiar a los chinos por saber ser autoritarios, ignorando el hecho de que muchas democracias, como Singapur o Corea por citar ejemplos asiáticos, han combatido con enorme eficacia la epidemia sin necesidad de suspender las libertades ni establecer un orden orwelliano, y, por cierto, en el caso de Singapur, sin nada que podamos considerar parecido a un sistema sanitario público, aunque, desde luego, tienen un buen gobierno, eficaz y relativamente barato.

A propósito de la desgracia que nos embarga se han puesto en marcha dos poderosos enemigos de la libertad, los que creen que la naturaleza nos está enviando recados para que nos hagamos por fin comunistas, y los que, sin llegar a tanto, al menos en teoría, no saben sino admirar esa capacidad de los que mandan para poner a todo el mundo firme ante las órdenes, siendo ellos quienes las den, por supuesto, ese estado de vida deliciosa en el que ya se encuentra Pablo Iglesias y del que ha sido apartado Errejón por perderse demasiado en disquisiciones abstrusas, estando a relojes cuando había que estar a setas, como en el chiste de los vascos.

Jorge Riechmann, que es uno de los gurús en la tendencia, ya ha advertido de que  que “deberíamos ver la pandemia de coronavirus como uno de los elementos de la crisis ecosocial sistémica en curso”, y como eso ha podido parecerle un pelín excesivo, se ha refugiado so las faldas de Inger Andersen que es responsable de medio ambiente de Naciones Unidas, es decir el que se ocupa de repartir los fondos, no el de que el medio ambiente vaya como va, no se confundan. Y todo esto nos pasa, dice Riechmann, por ser negacionistas, por no hacerles caso, además de que nos pasarán cosas muchísimo peores, porque si hay algo común a muchos de estos profetas es su carácter cenizo, su empeño en predicar un futuro negrísimo, lo que les obliga a negar las ventajas evidentes de que gozamos a la hora de combatir esta epidemia. Basta con pensar lo que habría sido este virus hace cien o trescientos años, aunque, eso sí, en un mundo menos contaminado y, según este tipo de gentes, más feliz, sin viejos, por ejemplo, porque la gente tenía la buena costumbre de morirse a las pocas décadas de nacer.  Bueno, a ver si aprendemos, escuchen estas jeremiadas, y saquen sus propias conclusiones, pero no esperen que estos predicadores abandonen una matraca que les proporciona una conciencia bella y una vida regalada, universalmente admirados por una legión de periodistas y otros muchos individuos de similar condición.

Foto: TheDigitalArtist

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web