Cuando el árbitro estadounidense Mark Geiger señaló el final del encuentro, los futbolistas marroquíes se abrazaron y sonrieron satisfechos, aunque no sin cierta melancolía. Acababan de perder 1-0 con Portugal: resultado idéntico al obtenido, cinco días antes, en el partido contra Irán.
Ambas caídas deportivas implican, en los hechos, la eliminación de Marruecos del Mundial de Fútbol que transcurre en Rusia; la primera del torneo. El lunes 25 de junio los súbditos de Mohamed VI se enfrentarán con la poderosa España de Fernando Hierro. Probablemente, perderán.
Las reacciones en Rabat no se hicieron esperar. En un hecho inusual para los tiempos que corren, los marroquíes se mostraron orgullosos del fútbol desplegado y la imagen exhibida por sus jugadores, quienes compiten en el máximo certamen futbolístico internacional luego de 32 años.
Marruecos no tiene un historial futbolístico del que se pueda blasonar. Campeones de África en 1976, los Leones del Atlas participaron de cinco Copas del Mundo. Su mejor resultado fue la caída en octavos de final durante el Mundial de México 1986. En esa oportunidad cayeron por un exiguo 0-1 frente al combinado de Alemania Federal, que sería subcampeón del mundo. Además de eso, cuenta con algunos trofeos de menor valía.
Hay una tendencia que va a contracorriente de la posmodernidad: la vindicación del perder, el desprecio por la victoria
La anécdota marroquí sirve como ejemplo de una tendencia que va a contracorriente de la posmodernidad: la vindicación del perder, el desprecio por la victoria.
El poeta y revolucionario cubano José Martí (1853-1895), precursor del modernismo latinoamericano, alabó la derrota en uno de sus textos más famosos. En pocas palabras, desdeñó el triunfo de los poderosos y la obvia satisfacción que produce ganar. Los exitosos, los triunfadores, los ganadores son, para Martí, traidores y aprovechadores, contaminados por la gloria.
¿Qué valor tiene la victoria en sí misma? Despojada del trabajo en equipo y del sacrificio como camino, ninguno
¿Qué valor tiene la victoria, en sí misma, entonces? Despojada del trabajo en equipo y del sacrificio como camino, ninguno. En las sociedades modernas, que estigmatizan al perdedor y cantan loas al triunfador, cabe señalar que la derrota es una vía posible. Quien pierde, siempre puede levantarse y seguir adelante. Como decían los antiguos anarquistas, nunca se llega al horizonte, pero el horizonte nos sirve para no dejar de caminar.
Es preferible perder junto a nuestros amigos que triunfar rodeado de extraños
Retomando el símil futbolístico, todos los aficionados recuerdan a la portentosa Hungría de 1954 o a la fantástica Holanda de 1974: brillantes derrotados que eclipsaron a los correspondientes campeones. No es casualidad que en ambas formaciones se advirtiera una camaradería y un esfuerzo común sin igual; como alguna vez dijo el escritor argentino Alejandro Dolina, es preferible perder junto a nuestros amigos que triunfar rodeado de extraños.
Más moral que el Alcoyano
Ya en España, equipos como el venerable y esforzado Alcoyano se incrustaron en la memoria popular; sacrificado y nunca vencido (aún vencido), el equipo alicantino dejó una expresión que hizo fortuna: “tener más moral que el Alcoyano”.
El Antihéroe, fracasado y oscuro pero con propósito noble, es más atractivo e interesante que el héroe tradicional, intachable y sin mácula
Curiosamente, los propios medios de comunicación de masas tomaron debida nota de este fenómeno: tanto en el cine como en la literatura, el personaje del Antihéroe (ese paladín fracasado y oscuro, que quizá utiliza métodos reprochables, pero siempre con un propósito noble y que nunca reclama nada) es infinitamente más atractivo e interesante que el héroe tradicional, intachable y sin mácula.
Desde el Rick Blaine de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) hasta el vaquero solitario de Shane (George Stevens, 1953) y desde el Quijote de Cervantes hasta el Solomon Kane de Robert E. Howard, por nombrar sólo algunos pocos ejemplos de un arquetipo legendario, son numerosos los protagonistas que, pudiendo triunfar, eligen resignar la victoria y seguir adelante, sin reclamar premios ni gratificaciones.
Al boxeador Rocky Balboa, el irresistible personaje principal de la película homónima (Rocky, John G. Avildsen, 1976) no le interesa disfrutar de su gesta deportiva: al terminar el combate, solamente quiere volver con su amada. Como aprendemos desde niños, en hacer el bien (en la virtud) está la propia recompensa; no necesitamos medallas ni trofeos para confirmarlo.
En un mundo impregnado de triunfalismo y éxito fácil, hay un objetivo superior: rechazar las mieles del triunfo, para disfrutar del camino hacia él
En un mundo profundamente impregnado de triunfalismo y éxito fácil, conviene no confundir esta idiosincrasia con el derrotismo o el mero chapoteo en la derrota; hablamos de un objetivo superior: rechazar las mieles del triunfo, para disfrutar del camino hacia él.
A quienes que me hayan leído hasta esta última línea, los invito a que perdamos juntos. No habrá laureles, pero seguramente nos divertiremos.
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