La elección de Emmanuel Macron como presidente de Francia fue una sorpresa y una esperanza.
Sorpresa porque removió el anquilosado edificio de gaullistas y socialistas en Francia.
Esperanza porque, mucho franceses y europeos, entre los que me incluyo, esperábamos acciones concretas que variaran el cansino y caro estatismo francés y un proyecto europeo que tomara buena nota de sus actuales defectos y limitaciones.
La música de sus discursos anuales (hay uno célebre ante el episcopado francés) parecían sugerir que estábamos ante un estadista. No un administrador como Rajoy o una gobernanta estricta como Merkel.
El Brexit y los «chalecos amarillos» demostraron que Francia seguía igual (mucho estado, muchos impuestos) y que Europa mantiene una dinámica federal que conduce a la UE a la disolución.
Hace una semana, en tono solemne, Macrón nos ha dirigido una Carta a los Ciudadanos de Europa que es una decepción. Macron no ha hecho un análisis acertado del descontento interior ni de las tensiones de los europeos con la UE: predica más de lo mismo.
Un ejemplo, Macron: «Europa, que creó la seguridad social, debe establecer para cada trabajador, de este a oeste y de norte a sur, un escudo social que le garantice la misma remuneración en el mismo lugar de trabajo, y un salario mínimo europeo adaptado a cada país y revisado anualmente de forma colectiva.»
Pero criatura, ¡si esto que propones es la URSS!
La respuesta de ayer de Laurent Wauquiez, presidente del partido de la derecha francesa los Republicanos, y, esperemos que alguna posición similar en España, inicien un debate sobre el futuro de Europa menos grandilocuente («El Renacimiento de Europa» de Macron, música con letra disonante) pero más realista.
Para salvar la UE, tenemos que pasar del platonismo al aristotelismo.
Foto: Remi Jouan