Si prestamos atención a la forma en la que caen en las garras de la Justicia políticos, funcionarios y amiguetes corruptos, observaremos que en prácticamente todos los casos concurren alguna de las siguientes circunstancias: se vuelven avariciosos y descuidados o pisan el callo del pie de algún compinche con poco que perder o de algún enemigo con algo que ganar. En ambos casos, y siendo España como es un país con su sistema judicial aletargado, infectado políticamente y poco práctico para que cuestiones importantes se resuelvan en un tiempo razonable, – vamos a terminar el estado de alarma sin haber resuelto judicialmente muchos de sus puntos – la sensación de impunidad provoca el descuido de los pretenciosos mercachifles de influencias y treses por ciento y algunos de ellos acaban cambiando la moqueta por los barrotes.
La Convergencia de los Pujol y la Banca Catalana, los ERE de Andalucía o la Gürtel popular, en mayor o menor medida vienen a demostrar que todas las torres pueden llegar a caer y que, por desgracia, a todos los culpables no les acaban cayendo encima.
Quizá tengan que venir doce pandemias como esta, pero no cabe duda de que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo
Puesto que no disfruto a diario del tacto de los sillones de piel en despachos oficiales, se me hace difícil ponerme en la piel esos políticos que llevan entregados a la causa desde su adolescencia y que alcanzan el estrellato mediático que se acompaña de coche oficial, palmeros y entrevistas-masaje en prime time, despegándose por completo del mundanal ruido y su cotidiana fealdad, con sus pobres, sus hipotecas, sus liquidaciones trimestrales de IVA y sus complicados finales de mes. El proceso parece empezar el mismo día en que se jura el cargo y como una suerte de alzhéimer selectivo, en el que solo se olvida aquello que tiene que ver con la realidad fuera del Congreso o de la Moncloa, avanza irremediablemente hasta que en no demasiado tiempo el político no sabe ni el nombre de las calles por las que transita. En la misma medida que es poco recomendable conocer a tus ídolos, lo es conocer a tus políticos y, si coincide que tus ídolos son políticos, solo puedo recomendar electroshock.
El caso es que tan legitimados se creían The Who para destrozar cada hotel en el que se alojaban como se sienten los Sánchez y compañía para destrozar aquello que les rodea si casa con su estrategia o ideología. Hay una diferencia abismal, sin embargo, en esta comparación. Mientras que el daño de los primeros se hacía frente con los dineros privados de los propios músicos o de su séquito de aduladores, los abusos de un gobierno los paga el abusado.
Todo el conglomerado de musas, ninfas y elfos del bosque que pululan alrededor de hogar palaciego acaban imbuidos de esta especie de sortilegio, se infectan de este virus de la irrealidad y acaban por volverse intocables, omnímodos y omniscientes, a imagen y semejanza del jefe de la banda de los 22 ladrones, digo ministros. Sus opiniones ex cátedra son Palabra de Dios, sus estrategias superan con creces “El Arte de la Guerra”, su previsión, templanza, estudio y trabajo se estudian como casos de éxito en las universidades más prestigiosas del planeta y pasarán a la Historia, dejando como mindundis a Alejandro Magno, Gengis Kan y a la Thatcher. Arriolas, Redondos o MARes son imprescindibles para comprender el éxito de sus protegidos.
Una dictadura no es más que un Estado corrupto y malogrado. Un sistema de gobierno a mayor gloria de sus cabezas visibles en las que todo aquello que por ellas pasa, cabe llevarlo a cabo. España, cada vez más próxima a la inviabilidad legal, por exceso de BOE, y económica, por falta de efectivo, no escapa a este símil. Es el engaño y la tergiversación el modus operandi. Es el artificio ininteligible del que lidera una secta para engañar sus adeptos, para ocultar que el rey está completamente desnudo y tiene micropene. Los líderes se fabrican, se instruyen y se venden. Es necesario un enorme equipo para convertir a cincuenta millones de fulanos en seguidores ciegos, pero no hay que negarles la voluntad y el esfuerzo que a ello dedican. De hecho, no lo consiguen y solo engañan a una parte. La vida es apariencia. La política vive de percepciones y ellos ponen toda la carne en el asador, sin duda. Pagada por nosotros, eso sí.
Deus ex machina. Si hay un dios inapelable se llama realidad. Si hay una máquina capaz de triturar cualquier relato es el puñetero día a día, sobre todo cuando pasa el tiempo y se van descuidando. Quizá tengan que venir doce pandemias como esta, pero no cabe duda de que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Se puede mantener un pequeño grupo de irreductibles fanáticos convencidos de que existe la encarnación de todas las virtudes en un solo hombre, pagar para que todos los medios de comunicación lo pregonen, pero los vaivenes, la incompetencia, la intromisión y todos los liberticidios cometidos acaban por dejar el plato vacío y por ende el estómago y eso no hay gurú que lo venda.
No hay nadie tan inteligente que pueda mantener una mentira toda la vida. Las mentiras atraen más mentiras y dejarlo todo por escrito para no equivocarse es prueba inequívoca de las tropelías cometidas, dejarlas al alcance de un mundo lleno de hackers y enemigos. Si, como parece ser el caso, nuestros políticos y sus botarates no son precisamente las personas más brillantes del mundo, una leve brisa o un magnífico huracán se llevarán sus castillos de naipes por delante.
No peco de optimista. Escribo esto el 4 de mayo de 2021, sin saber aún lo que ha pasado. Tengo por seguro que en esta vida todo pasa y todo termina. La cuestión que queda por averiguar es si acaba para que lo disfrutemos o ya nos pilla criando malvas. Los ídolos tienen los pies de barro y acaban por derrumbarse bajo el impulso de la lluvia corriendo por las calles. Seamos lluvia porque a todos nos alcanza el karma y a mí, como dice la canción, me gustaría que el fin de su mundo me pille bailando.