Con frecuencia se ha dicho que una buena teoría es lo más práctico que existe y me parece que esta observación puede ser vista desde un ángulo un tanto canalla porque, en efecto, pocas cosas son más rentables para el que quiera engañar que refugiarse tras una moral fingida para que, al menos los más crédulos, le tengan por un ejemplo de sabiduría y de santidad.
Lo que acabamos de ver en el caso de Errejón ilustra perfectamente acerca de la perversa utilidad de la hipocresía: un aura bien cultivada de caballero feminista y anti patriarcal le ha servido para ocultar vicios y conductas ante el coro de una parroquia entregada a su labia.
Lo que resulta insoportable es que se pretenda mantener el aura de santidad moral sobre personas que puedan quedar al descubierto en su mentira, que puedan ser denunciadas en su hipocresía, sea del tipo que fuere
Lo peor del caso es que este señor ha pretendido llevar el truco exculpatorio hasta el momento mismo de su desenmascaramiento, pues el comunicado con que trata de poner fin a su vida política lo presenta no como al lobo que ha sido sorprendido en pleno festín cazador sino, de nuevo, como al predicador que fustiga las debilidades humanas dando a entender, en su humilde confesión, que incluso alguien como él podría ser víctima de los males del neoliberalismo y la perversa condición masculina.
Nada que ver con su modesta persona que se presenta como una víctima más que viene luchando largamente contra el imperio del mal y que precisa de nuevos auxilios en el generoso retiro al que se destina. ¿Alguien ha hecho algo mal?: Fuenteovejuna, señor. Díganme si no, cómo es posible escribir una especie de confesión bajo la retórica que lo presenta como “una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica”. Errejón dice que él no ha hecho nada, que sólo trata de ponerse a salvo de las funestas consecuencias de no vivir en el universo moral que dibuja su discurso político, sino en el fangal que es culpable de haber mancillado su inocencia.
Errejón nos viene a decir que él no tiene culpa de nada, que es su masculinidad la que le atormenta y su salud mental la que le deteriora y le hace padecer esa subjetividad tóxica que tanto lamenta. Así pretende acabar como en el soneto cervantino con un “fuese y no hubo nada” tras la nueva exhibición de fanfarronería ampulosa, dizque izquierdista, feminista, inclusiva y, con toda probabilidad, bastante resiliente.
Errejón no sabe explicar el misterio implícito en el hecho de que sean millones los hombres que respetan a las mujeres y no tratan de someterlas por la fuerza, porque, aunque Errejón haya sostenido en numerosas ocasiones que en España existe una agresión sistemática a las mujeres por el mero hecho de serlo, la verdad es que tenemos la suerte de que en la sociedad española se dan estos casos, por lamentables que sean, en proporciones muy menores y eso no se debe a que los seguidores de las doctrinas feministas y anti patriarcales de las que Errejón se ha hecho insistente y engolado portavoz sean amplia mayoría.
Errejón es un caso más de esa flagrante hipocresía que se cifra en “no hagas lo que yo hago sino lo que digo” y que puede subsistir gracias al cerco de silencio con el que la grey de la izquierda extrema protege a sus líderes. Lo siento por ellos, pero ese muro de espeso silencio ante los deslices sexuales de Errejón o ante las bravatas de cualquiera de esos líderes de guardarropía es un índice inequívoco de que quienes los amparan no creen de verdad en nada de lo que predican y esperan el gozoso día en que esas protecciones les beneficien a ellos. Iglesias llegó a obligar a votar a sus seguidores a favor del casoplón en que habita, tal es el grado de esquizofrenia con el que se fustiga a estos creyentes.
Lo que Errejón haya hecho y lo que de él se pueda decir no viene al caso porque hasta un hipócrita redomado tiene derecho a que se presuma su inocencia, pero lo que resulta insoportable es que se pretenda mantener el aura de santidad moral sobre personas que puedan quedar al descubierto en su mentira, que puedan ser denunciadas en su hipocresía, sea del tipo que fuere. Sólo nos faltaba que otras especies de corruptos menos sexuales y más monetarios aprendan de la retórica errejoniana y se presenten como víctimas del mercantilismo, el consumismo o la adoración al dinero que han traicionado su inocencia y vencido su inclinación natural al trabajo honrado, que es lo que pretende Errejón al hablarnos de la toxicidad que padece su subjetividad herida por el machismo estructural.
Siento haberme dejado llevar por la corriente de opinión dominante que lleva demasiadas horas presentado este chusco episodio como un grave problema nacional, pero si se consiguiese que a algunos se le cayere la venda ideológica que le impide ver cómo la hipocresía no sólo es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud, como dijo el clásico, sino el disfraz más efectivo de una izquierda que no sabe gobernar porque es incapaz de distinguir la realidad de sus ofuscaciones habría merecido la pena. En esto sí puede ser ejemplar el expediente Errejón, el de un pícaro que construye su virtud con palabras y engañifas bastante memas mientras se reserva la intimidad con que le rodean sus corifeos para hacer lo que mejor le define. Que es lo que hace el que sólo quiere mandar y gozar del boato que el poder trae consigo mientras no se cansa de proclamar que su causa es la de los desposeídos y el no dejar a nadie sin la protección que dice procurar, un caso tan común que apenas merece comentario.
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