Hace unos cuantos años, en 1987, el novelista Javier Marías escribió sobre la tendencia monoteísta de la sociedad española. Marías se refería a la literatura, pero su observación tenía un fondo más general, una cierta tendencia a peculiares unanimidades en materias que, de suyo, debieran favorecer una mayor diversidad. No creo que en estos 32 últimos años hayamos mejorado mucho en este aspecto, de forma que entiendo sigue vigente el diagnóstico, nuestra propensión a encumbrar a un único escritor, un único futbolista, un solo periódico o a la cantante indiscutible. En 1987, Marías, que apuntaba al culto de Cela, no incluyó en la lista de unanimidades ni a políticos ni a partidos, pero me temo que nuestro monoteísmo al respecto se ha hecho todavía más agudo. La situación en la que estamos, sin Gobierno en plenitud, que, de una u otra forma nadie considera normal, es consecuencia, entre otras cosas, de esta peculiaridad española.

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Por increíble que parezca todo está pendiente de las incomprensibles maniobras de un personaje político ciertamente singular. Tenemos un Parlamento y un Senado y casi una veintena de asambleas dispuestas, en teoría, a controlar a sus respetivos gobiernos, pero aquí no se mueve una hoja sin estar pendiente del voluble verbo y la errática estrategia del presidente en funciones.  Supongo que muchos pensarán que eso puede ser un alivio y sin duda lo es en muchos aspectos que el BOE pase por unas semanas de astringencia legislativa, pero no deja de ser pasmosa la capacidad de que hemos hecho gala para transformar un sistema parlamentario en un monoteísmo político tan abrumador.

Los constituyentes prestaron oídos, en el fondo, a la doctrina franquista sobre que la democracia en España sería ingobernable y ello les impulsó a forzar los poderes del presidente sin advertir en ello mayor peligro. Tal vez no muchos caigan en el hecho de que, con este Parlamento, si Sánchez alcanza la investidura se convertirá en un presidente tan inamovible como si tuviese una mayoría absoluta, porque no es hacedera ninguna fórmula de censura, y de ahí su máximo interés en conseguirla, aunque sea a base de sumir a España entera en un sopor sin fin y sin sosiego. Rajoy pudo ser censurado, pero sería imposible censurar a Sánchez, la unanimidad contra Rajoy era difícil pero factible, mucho más que lo hubiera sido conseguir la investidura, como se está viendo ahora, y por eso resulta estrafalario que Rajoy no hubiese intentado buscar una fórmula distinta a la que pareció encontrar cerca de la Puerta de Alcalá, aunque eso ya sea una historia que todavía no puede escribirse por no estar completa.

Nuestros dioses políticos siguen imperturbables a lo suyo, enredando y desenredando el único argumento, su gran relato, a la espera de que se les reconozca ser los más bellos del reino, lo único que importa

Sánchez tiene difícil alcanzar una votación positiva, mas si lo logra tendrá un poder por encima de cualquier control. Mientras llega el momento, Sánchez se ha impuesto una tarea que debiera ser imposible, pero resulta hacedera dado el monoteísmo político español: hacer que todos los que no le apoyan, a derecha como a izquierda, parezcan ser los responsables únicos de que España esté al pairo.

La extraña incapacidad del Parlamento para investir presidente tiene varias causas, y no todas están tan a la vista como debieran. El presidente en funciones pone todo su empeño en que interpretemos a su favor la situación y el maniqueísmo político reforzado en el que estamos parece favorecerle, porque sugiere que la presidencia de Sánchez es algo así como un imposible necesario por decirlo en forma paradójica que, ya puestos, tiene ciertas resonancias teológicas. Lo que no hace Sánchez es decir la verdad, no le interesa. No puede decir, por ejemplo, que un Gobierno con Podemos le colocaría en una posición asaz difícil en la UE y, por descontado, frente a los EEUU, sin que eso pueda cargarse en la balanza de Trump en la que todo desastre parece tener su morada para algunos.

Sánchez tampoco puede mirar a su derecha, porque allí se ha encontrado con aspirantes a quitarle el sillón, mejor dicho, con personajes que solo aspiran a eso y creen que, y en esto coinciden con Sánchez, España tendrá que hacer un esfuerzo para que ellos lleguen a donde creen merecer. La opinión pública ha señalado que tanto Ciudadanos como el PP debieran procurar el mejor gobierno posible forzando a Sánchez a aceptar una serie de condiciones que derivarían, en último término, de sus limitaciones parlamentarias, pero Sánchez no ha hecho lo mínimo en este aspecto, aunque los demás tampoco. Tal es lo que pasaría en una democracia europea normal, pero aquí estamos todavía en una fase maniquea de la política.

Sánchez quiere ser el dios que imaginan sus monoteístas y no admite concesiones en la omnipotencia que cree merecer tras aplicar su Manual de resistencia. Por supuesto que por su cabeza no pasa lo que él exige a todo el mundo, ofrecerse como prenda generosa en el altar de la abstención ante la minoría mayoritaria que podría formarse porque sabe que en esa operación nunca habría acuerdo sobre el cabeza, aunque tal vez por eso cualquier día se le podría ocurrir proponerlo a ver la cara que se les quedaba a los tenores sin plaza.   Por si acaso, se refugia en un arma electoral, en el probable apocalipsis de tres derechas distintas en un solo voto verdadero, y cree saber que eso le basta, al menos de momento.

En España no hay gobierno porque el dios trino del Parlamento no se pondría de acuerdo ni para que siga saliendo el Sol, si con ello se pusiera en riesgo lo que cada cual de esa trinidad considera su primogenitura. Y mientras tanto, el público a aplaudir a los suyos, aunque cada vez con menos entusiasmo. Esta es, en esencia, la clave del monoteísmo al hispánico modo, que la creencia está por encima de cualquier evidencia, que se cree al dios de elección, aunque mienta como un bellaco. Nos hemos acostumbrado a que la verdad política se reduzca al presente y a que lo dicho en el pasado no cuente para nada. Sánchez es en esto el auténtico campeón, dice lo contrario de lo que dijo, sin el menor problema, con esa inaudita facilidad con la que ahora le niega acogida al mismo Open Arms que hace unos meses fue a recibir, a bordo de su Falcón y bajo palio en Valencia. Como ha escrito Ignacio Varela, sus posiciones de hoy no vienen condicionadas por las de ayer ni le vinculan para mañana, es decir que cree gozar de un poder omnímodo para reescribir lo que haga falta.

Tan acostumbrados estamos a que los políticos nos mientan que solo la fe del carbonero puede explicar la fidelidad de los votantes a las volubles consignas de sus partidos de preferencia, y eso es también monoteísmo porque a un dios se le perdona lo que sea necesario en aras de la salvación, de una promesa o de un carguillo.

La mejor demostración de esa inmunidad ante los efectos lógicos que debiera tener la mentira descarada es que una de las cosas que más extraña al respetable de la conducta casi insolente de Rivera es que se niegue a asociarse con Sánchez en cualquier asunto, porque así prometió hacerlo en campaña, como si tal cosa funcionase bien como argumento determinante en el mercado político ordinario. Claro es que muchos pueden pensar que el momento elegido para ser fiel a una promesa no parece el más recomendable, pero la extraña conducta del líder de Ciudadanos es fácil que se deba a que piensa que esa coherencia puede llevarle muy lejos, habida cuenta de que los del PP andan entretenidos en sus cosas, por ejemplo, en prohibir conciertos de cantautores perversos y en revocar al malvado juez que puso en un apuro muy desagradable e improcedente al bueno de don Mariano.

Algunos despistados están empezando a advertir que vienen olas, que baja la contratación, que disminuye la compra de viviendas, o que lo de Trump y los chinos podría hacer pupa, como si eso pudiera servir para que el presidente modifique su estrategia, pero nuestros dioses políticos siguen imperturbables a lo suyo, enredando y desenredando el único argumento, su gran relato, a la espera de que se les reconozca ser los más bellos del reino, lo único que importa.

Foto: PSOE Extremadura


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web