La expresión ex oriente lux, de Oriente viene la luz, se empleaba para significar, que las ideas fundamentales de la cultura europea provienen de Asia. La empleó, quizá por última vez en ese sentido, el pesimista Schopenhauer (1788-1860) -“el último de los budas” (J. Fueyo)-, uno de los maestros de Nietzsche.[1] Quien le debe seguramente su descubrimiento del nihilismo como el porvenir de Europa.

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De Asia, venían también epidemias, uno de cuyos caminos solía ser “la ruta de la seda”. La del coronavirus, venida por rutas más modernas, puede también traer, junto con sus males, alguna luz a un Occidente, no tan nihilista como auguraba Nietzsche, pero bastante alejado de la realidad debido al predominio del modo de pensamiento ideológico.

El virus está sacando a la luz muchas cosas que pasaban desapercibidas para la mayoría de los ciudadanos. Una de ellas, la cristalización (W. Pareto) de las clases dirigentes unidas en el consenso socialdemócrata que dirige el Estado de [los] Partidos, forma de la estatalidad difundida durante la guerra fría para hacer frente al Imperio Soviético. Clases que, contagiadas del enemigo como si fuera un virus, han devenido nomenklaturas confirmando el diagnóstico del disidente soviético Vladimir Bukowski (1942-2020), «la Unión Europea es la nueva Unión Soviética».[2] EI impacto psicológico del virus ha dejado asimismo al descubierto entre otras cosas, la incuria típica de las nomenklaturas, el terrorismo intelectual del marxismo cultural reactivado por la political Correctness, el terrorismo mercantil de la política mundialista, el capitalismo de Estado peculiar del socialismo en el que es el Estado el único dueño capitalista al estilo soviético, o el centro de negocios de las oligarquías que explotan la sociedad, crean de clientelas servi-les a las nomenklaturas, utilizan la legislación para desintegrar la vida colectiva y jibarizar al ciudadano, etc. En suma, el virus puede haber consumado el fin de la “normalidad” anunciado por Gabor Steingart.[3]

Habiéndose cumplido este 23 de abril los famosos estúpidos cien días de gracia que se conceden a los nuevos gobiernos, por cierto un día después del aniversario de la muerte de Cervantes, más importante que el Día de Tierra inventado por la ONU, muy celebrado por la Iglesia de la Climatología, pueden tener interés algunas divagaciones sobre la situación cliopolítica del único Estado de las Autonomías y la única Nación de naciones existentes. Justo, los más afectados proporcionalmente por la pandemia.

La dirección de la transición se encomendó, casi era lógico, al partido socialista, que había acumulado tantos méritos en sus cien años de honradez y comenzó el revolucionarismo para cumplir el mandato constitucional de avanzar hacia la tierra prometida

España había permanecido bastante inmune al contagio sovietizante hasta la muerte del general Franco. Comenzó entonces el largo proceso bautizado “la transición”, sustituyendo su dictadura personal por la del consenso policrático formalizado en torno a la Monarquía. El consenso, que reduce la política a la disputa entre los consensuados por las plusvalías que acompañan a la posesión del poder, imitaba el consenso socialdemócrata existente en la futura Unión Europea, no demasiado sovietizada todavía. A la que se incorporó España después de aprobada la llamada Constitución “de la reconciliación” de 1978. Técnicamente una Carta Otorgada, introducía empero muchas novedades en la historia constitucional española e incluso en la universal. Desde considerar a partidos y sindicatos algo así como bienes del Estado, dividir la Nación –divide et impera– en 17 autonomías o estadículos, a la innovadora idea rectora del punto cinco del preámbulo: “establecer una sociedad democrática avanzada”. Los constituyentes -no el pueblo, que, confiado en su sabiduría y sus buenas intenciones, se limitó a aprobarla-, ofuscados quizá por la euforia del momento o encantados con el hallazgo,[4] no advirtieron que la sociedad democrática avanzada era el modo, método, camino o procedimiento recomendado por Lenin para llegar a establecer la auténtica democracia, die wahre Demokratie de Carlos Marx. Método que explica, lo que llamaba Carl Schmitt en su comentario al libro Eurocomunismo publicado oportunamente por don Santiago Carrillo, la revolución legal mundial que se hace perma-nente de modo que la revolución estatal permanente se hace legal.[5] La dirección de la transición se encomendó, casi era lógico, al partido socialista, que había acumulado tantos méritos en sus cien años de honradez y comenzó el revolucionarismo para cumplir el mandato constitucional de avanzar hacia la tierra prometida. La transición es, pues, un aspecto de la revolución mundial representada como progresismo, aunque los escépticos lo consideran profundamente reaccionario dados sus antecedentes y la finalidad que persigue.

Al dimitir misteriosamente el Sr. Rajoy, continuó la representación el Dr. Sánchez, personaje parecido a su amigo Macron. Tras dos intentos fracasados, consiguió instalar la estúpidocracia en el Estado al ser nombrado virrey del consenso como jefe de la cohorte socialista, gracias al apoyo de los republicanos independentistas, separatistas, ex-etarras, prosoviéticos y similares. Gente desagradecida, pues sigue siendo republicana a pesar de que, sin la paciencia del rey, que esperó al tercer intento, no hubieran accedido al gobierno o a condicionarle. Desde luego son todos “antifas-cistas”, pero tan profesionales, que, salvo los ilusos y sectarios, podrían ser lo contrario si lo considerasen más rentable.

El anarquizante gobierno del Dr. Sánchez es el resultado del avance de la democracia hacia la estúpidocracia durante cuarenta años. Un Links-Staat,[6] Estado de izquierdas y de las Autonomías desgobernado por impostores, resentidos, logreros, inútiles, chiquilicuatres, ganapanes, arribistas, feministas y feministos, ecologistas y ecologistos, sin que falten narcisistas, tarados, orates y los despistados habituales que le dan un aire liberal. Convertidos en hombrecitos de Estado, juegan infantilmente a revolucionarios y destruyen todo lo que no entienden, desde la sanidad a la economía, y lo que no les interesa, por ejemplo, la cultura.

El enjambre de viceministras y viceministros, ministras y ministros del gobierno del Dr. Sánchez, tan incompetentes con leves excepciones -algunas incompresibles- como su presidente y cada uno más ridículo que la otra y el otro, se las prometía muy felices en sus poltronas. Su felicidad y sus grandes proyectos se marchitaron al informar alguna o alguno en alguna de sus reuniones, que la palabra epidemia (επιδημια, relacionada con demos, pueblo), de la que habían oído hablar hacía meses a personas e instituciones competentes, significa estancia o asentamiento en una población de bichos generalmente invisibles, más destructivos que el peor gobierno imaginable incluido el del Dr. Sánchez. No obstante, el gobierno, fiel a sí mismo, lo que le honra, decidió no suspender las manifestaciones de los “individuos [e individuas] manquées” (M. Oakeshott) españoles y españolas contra el machismo ancestral, argumentando que “el machismo es mucho más peligroso que el virus” y dicharachos del mismo jaez. Paradójicamente, vistas las consecuencias, la alianza tácita con los coronavirus invasores fue una decisión supermachista. Hasta don Felipe González, progenitor político del Dr. Sánchez, le ha amonestado porque “el error en política es perdonable. Lo que no es perdonable es la estupidez». La estupidez vive en la irrealidad.

Abundan las conjeturas sobre las causas de la ineptitud y el desprecio sectario al pueblo acostumbrado a pagar, en todos en los sentidos de la palabra, las consecuencias de la democracia avanzada, de la LOGSE y demás experimentos pedagógicos del consenso

Para arreglarlo, el gobierno -sin dejar de respon-sabilizar a la oposición como es preceptivo entre los niños-, impuso, mejor, decretó, pues le gustan tanto los decretos como los dulces a los bebés, el estado de alarma. Tal vez una exageración con un gobierno normal, pero justificado teniendo en cuenta que el gobierno no sabía que hacer y que está en rebeldía una parte de la Nación. En todo caso, tardío después de las advertencias conocidas e incluso notificadas por la OMS. Abundan las conjeturas sobre las causas de la ineptitud y el desprecio sectario[7] al pueblo acostumbrado a pagar, en todos en los sentidos de la palabra, las consecuencias de la democracia avanzada, de la LOGSE y demás experimentos pedagógicos del consenso. Hay quien desconfía de que sean improvisadas. El periodista Salvador Sostres, no cree que se impusiera el confinamiento para evitar muertos, sino para evitar una revuelta en la que se dan cuenta hasta los tontos que podrían perder el poder, sus beneficios y tener que dejar de jugar a la política. Otros aún más desconfiados recuerdan que el caos es una técnica revolucionaria leninista.[8] La misma tendencia del gobierno a interpretar, a la verdad algo confusamente, el estado de alarma decretado para compensar la ineptitud y la desidia, como un estado de excepción en el que armas silent leges,[9] es sospechosa. Le sirve ciertamente para intensificar el miedo colectivo, imponer sus intereses y pulsiones partidistas y establecer un poder totalitario tan pasadista y reaccionario por muy infantil que sea -se dice que “quien con niños se acuesta…” y que los niños son muy crueles- como el del tipo leninista o “socialismo del siglo XXI” que subsiste en algunos países. Dada la personalidad de los protagonistas, es probable, que sea un efecto de la ley de Hanlon.[10]

Decía Mises, que el socialismo es un error intelectual. El de los nuevos socialistas hispanos ni siquiera es un error, sino una confusión. Pues para equivocarse hay que tener alguna inteligencia. Pero si carecen de inteligencia política y sus amigos arribistas son sólo listillos sin sustancia, la cuestión es como consiguen tener cierto apoyo popular, por lo que cabe especular que les den instrucciones elementos extraños.[11]

Si el gobierno es un problema lo es también la oposición legal. Quizá por respeto al consenso, el partido popular no demuestra tener inteligencia y voluntad políticas. Salvo excepciones personales, compadrea con el gobierno, le deja hacer sin más reticencias que las protocolarias, y, en lugar de atenerse a la realidad, apelar al pueblo y rebelarse contra el consenso que atenaza a la Nación, se rinde a su adversario -que la trata en cambio de enemigo-, como si considerase la coalición gobernante una imposición del Destino. Vox será una excepción coyuntural mientras no rompa abiertamente con el consenso.

Lo importante es romper el consenso que conserva el sistema para que no perezcan, dicho con exageración, la Nación y el pueblo. La situación es desconcertante, la crisis del coronavirus ha colmado el vaso y empieza a ser desesperante.[12]

“Después de mí las instituciones”, decía Napoleón satisfecho de haber creado el Estado. Que sigue siendo sustancialmente el napoleóni-co, aunque devenido totalitario. En unos casos de tendencia y modos bolchevique y nacionalsocialista. En otros “liberal” porque hay elecciones libres para votar al partido estatal que se considere menos nocivo o del que se depende por alguna razón o cuya propaganda es más demagógica y seductora, y se consiente la libertad de expresión. Cada vez menos como en España, pues la mayoría de los medios de comunicación simpatizan con el consenso socialdemócrata o los controlan directa o indirectamente los gobiernos. La epidemia está abriendo los ojos a mucha gente.

El pueblo más inerme en la Unión Europea frente al peligro del totalitarismo sin retorno es sin duda el español, como ha puesto también de relieve el virus chino. La pandemia –ex oriente lux– ha obligado a los gobernantes a reconsiderar la realidad de las naciones incluso en la Unión Europea. «Es ist die Stunde der Nationalstaaten« (es la hora de los Estados-nación) dice el eurodiputado del AfD Jörg Meuthen.

¿Pero qué instituciones políticas -aquellas que se supone están al servicio exclusivo de los intereses y el bien común de la Nación- funcionan aceptablemente en España?¿Ha reaccionado alguna políticamente al patente desgobierno o antigobierno tan infantilmente sectario que puede llegar a ser siniestro? Le preocupa más el proyecto de ley sobre la eutanasia, mintiendo como ocurrió con la primera ley del aborto en tiempos del modernizador Sr. González sobre su demanda social, y mantener abiertos los hospitales de abortos, una idea socialista, mientras la natali-dad se derrumba; inventar impuestos cuando se derrumba también la economía (en parte gracias a sus medidas absurdas o intervencionistas); multas disparatadas, etc. El gobierno no sólo se desdice, contradice y miente continuamente, sino que anima empresas difusoras de bulos confiando en el éxito propagandista de la “bulocracia”, al mismo tiempo que ordena a la guardia civil perseguir a quienes le critiquen: “el que se mueva no sale en la foto” amenazaba el también socialista don Alfonso Guerra. Y como “el dinero público no es de nadie” (la vicepresidenta Dra. Calvo Poyato dixit), destina 15 millones de euros a comprar los medios de comunicación, 100 millones para la lucha contra la violencia de género, varios miles para pegatinas igualitarias, se dice que tiene previstos 100.000 millones para combatir el mítico cambio climático del que nadie sabe nada concreto salvo quizá el Papa y sus acólitos, etc. Y no hay que descartar que haya comisiones y malversaciones de fondos en los gastos que está haciendo. Otro de los hombrecitos de Estado, el hablador vicepresidente Iglesias, dice, evocando el caos de la táctica leninista, que hay que “aprovechar los momentos de excepción” y consignas del mismo jaez.

Hasta ahora, ninguna institución competente, si queda alguna, se ha inmutado. Y, por supuesto, en un Estado tan intervencionista como el español, las instituciones privadas, si no colusionan con la administración, los partidos o los sindicatos de la policracia consensuada, dependen de la buena o mala voluntad de los gobernantes. La misma Iglesia da la impresión de considerar más importante la Carta que funge como Constitución, que el Evangelio, e invoca como solución a los problemas suscitados por la pandemia y los previsibles, recuperar el espíritu de la transición-transacción. La Iglesia es sustancialmente caridad y las excepciones particulares, sobre todo en el bajo clero, son numerosísimas y calladas. Pero como institución jerárquica, ha colaborado con su atronador silencio ante la legislación inicua, a la rápida descristianización de la Nación como si fuesen una exigencia de la modernización y al auge de los nacionalismos. Las excepciones entre la jerarquía, desasistidas por la mayoría, son intrascendentes. Llama la atención, que, dada la sumisión del episcopado al poder político, haya recordado por si acaso el dicharachero vicepresidente Dr. Iglesias, a los obispos, que “hasta nueva orden [¿del gobierno?], el Papa es el jefe de la Iglesia católica”.[13]

La situación empieza a parecerse, emocional-mente, a la que precedió a la guerra de la Independencia, cuando el pueblo, abandonado y traicionado por la Monarquía y las clases dirigentes, decidió ejercer por sí mismo el derecho de resistencia. En este momento, la enconada lucha sanitaria entre los buenos y los malos del consenso (en realidad, todos se consideran los buenos) parece centrada al terminar esta divagación, en qué niños “deses-calar” y cómo desescalarlos.[14] Pero el virus oriental está aclarando muchas cosas. El consenso revolucionarista es incapaz de hacer frente a la pandemia, que no se sabe cuánto durará ni cuanto daño puede hacer además del paro previsible por la recesión económica en una España desindustrializada por el consenso, una agricultura mediatizada por el ecologismo y excesivamente dependiente de la construcción y el turismo. El monto de la factura de la epidemia se desconoce. Pero podría causar más víctimas que el virus.

Salus populi suprema lex esto. El pueblo y la Nación necesitan un gobierno que no juegue a ser de derechas o de izquierdas. Un gobierno realista, es decir, político, que, libre del compromiso del consenso y del virus de la ideología invisible que les carcome y jibariza, inspire confianza y les sirva. Wait and see.

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[1] El poema «Ex oriente lux» (1890) de Sergio Vladimiro Soloviev, amigo de Dostoiewski, partidario de la unión de la ortodoxia rusa y el catolicismo romano, es posterior, pero la expresión tiene aquí un sentido distinto al tradicional.

[2] El judío Raya Epstein lo dice de otra manera: la Unión Europea es “la nueva iglesia del totalitarismo”. Israel and the postzionists. Sussex Academic Press 2003. Cf. entre otros, J. Laughland, La fuente impura. Los orígenes antidemo-cráticos de la idea europeísta. Santiago de Chile, Andrés Bello 2001.

[3] Das Ende der Normalität. Nachruf auf unser Leben, wie es bisher war. Munich/Zurich, Piper 2011..

[4] O quizá despreocupados, porque las constituciones, sean malas, buenas o regulares, no se hacen en España para cumplirlas, como sugirió Salvador de Madariaga a propósito de la de 1876, sino para utilizarlas como armas en la lucha política.

[5] “La revolución legal mundial. Plusvalía política como plusvalía sobre la legalidad jurídica y superlegalidad”. Revista de Estudios Políticos. Nº 10 (julio-agosto 1979). 1, p. 7. Cf. N. Koch, Staatsphilosophie und Revolutonstheorie. Zum deutschen und europäischen Selbstbestimmung und Selbsthilfe. Hamburgo, Holstein 1973. 10,1, pp. 99 y 100. El Estado es de suyo revolucionario al ser un ente artificial.

[6] C. Jung y T. Gross, Der Links-Staat. Rottenburg Kopp Verlag 2016

[7] Televisión española, que depende del gobierno, aprovechó la ocasión para estrenar una comedia sobre el coronavirus.

[8] Plinio Corrêa de Oliveira reconocía la importancia de provocar el caos en su gran libro Revolución y contrarrevolución (1959). Está en Internet.

[9] Es muy significativo el episodio del general que desveló la misión encomendada a la guardia civil por el gobierno de perseguir a los críticos. El gobierno rectificó al verse en entredicho, pero la ministra Celaá volvió a ratificar en seguida contundentemente: “no podemos aceptar que haya mensajes negativos, mensajes falsos, en definitiva”. Es decir, las críticas son falsas si son contra el gobierno. Como ni siquiera saben mentir, mienten y se contradicen continuamente.

[10] Es curioso el paralelismo de la actitud del Dr. Sánchez con la del megalómano Macron tal como la describe Guy Millière, otro desconfiado, en “Pandémie: que veut Macron?” Dreuz.info.com (23.IV.2020)

[11] Se atribuyen a Putin toda clase de injerencias, como si no tuviese graves problemas en Rusia, empezando por el de superar ochenta años de bolchevismo, y se dedicase a intrigar en todas partes para no aburrirse. Puestos a especular, es más probable, por ejemplo, la injerencia Mr. Soros -enemigo de Putin- quien se considera un hombre de Estado sin Estado. Su visita al Dr. Sánchez a las tres semanas de okupar el poder no sería para hablar de baloncesto. Parece que no ha sido el único encuentro, directo o indirecto y que su fundación Open Society tiene algo que ver con los independentistas catalanes. La ideología invisible es como el coronavirus

[12] La encrucijada histórica y política en que se encuentra España es increíble. Buscando una explicación histórica, es pertinente preguntarse desde el punto de vista de la historia contrafactual, si la situación sería la misma en el caso hipotético de que hubiera instalado Franco una República, probablemente presidencialista a lo de Gaulle, en vez de la Monarquía, que es en España la clave del consenso. Razón por la que quieren prescindir de ella los revolucionaristas radicales: Unidas Podemos, los independentistas, el partido comunista, etc.

[13] Infovaticana.com (23.IV.2020). El motivo de la papolatría podemita es, que los obispos parecen tener dudas sobre la demagógica renta mínima que han inventado para crear clientelas adictas imitando el PER de los socialistas. Pues, en cambio, el misericordioso papa Francisco, un gran economista, es pide instituir una rente básica nada menos que universal.

[14] Desescalar es un palabro inventado por el gobierno (¿quizá por la catedrática Sra. Celáa, experta en lenguaje inclusivo y en inglés?). Los que no sabe todavía este idioma, lo interpretan como prohibir a los niños encerrados subir y bajar escaleras dependiendo de las edades. El gobierno pensaba, es un decir, seguramente en los bebés al utilizar ese término, no en los escaladores de montaña.

Foto: Pool Moncloa / Borja Puig de la Bellacasa

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