Algunas noches que el sueño no se anuncia pronto me quedo a ver un programa de televisión bastante entretenido que dirige un periodista harto avispado y, al parecer, muy trabajador, me refiero al llamado Chiringuito de Jugones heredero de aquel Punto Pelota que puso en píe el mismo Josep Pedrerol en una época que ahora parece ya el Pleistoceno.
El programa se aguanta bastante bien porque el director acierta a cambiar con gran celeridad de asunto, siempre dentro del deporte y sobre todo del fútbol, que es la razón por la que yo, como tantos, me arrimo a la pantalla. Pero hay algo que me incomoda enormemente, aunque a veces sea risible, que son las polémicas interminables que se entablan entre los defensores del Real Madrid y los acérrimos del Barça.
Franco no ha aparecido en este contexto por propia voluntad, algo imposible en cualquier caso pues lleva cincuenta años muerto, sino que ha sido puesto sobre la mesa de debate por Pedro Sánchez que es el líder indudable y persistente de una de las facciones que pretende aniquilar al enemigo
Esas ocasiones me producen una enorme melancolía porque no hay manera de que ni unos ni otros, aunque me parece que más todavía los otros que los unos, sean capaces de conceder nada a las argumentaciones de adversarios tan nítidos. Esto estaría muy bien si el fútbol fuese un deporte en el que la objetividad resultara imposible, pero no es el caso, o si la verdadera función del fútbol consistiera en la aniquilación total del adversario lo que conduciría, sin duda, a la desaparición de tan magnífico espectáculo.
Lo que me pregunto en ocasiones es si ese cerrado enfrentamiento sin fisuras es un derivado de la política española o si es la política la que hereda la misma disposición que se ve en esas encerronas dialécticas a finiquitar al adversario, como si esa actitud vital fuese parte esencial e imperecedera del carácter nacional y que, como tal aplica en todos los contextos.
¿Vivimos los españoles para aniquilarnos? ¿Somos incapaces de reconocer los méritos ajenos? ¿Es imposible que nos podamos unir para nada que sea medianamente inteligente y de utilidad común e indiscutible? No lo creo, la verdad, pero sí veo claro que la forma en la que ahora padecemos la política y la manera en que los protagonistas de esas polémicas, inacabables y, en el fondo, un tanto estúpidas, con las que nos obsequian los adalides del Madrid y del Barça son una rémora gravísima de la capacidad española para construir y progresar.
Lo que más facilita la peste del fanatismo es el hecho malhadado de que las reglas se puedan interpretar en provecho propio en lugar de hacerlo en favor de la función que les da sentido. Los fanáticos no reconocen límites a su pasión partidista y discuten incluso lo más obvio para cualquier espíritu medianamente independiente.
¿Y qué tiene que ver Franco con este quilombo? Algunos de mis amables lectores pensarán que exagero si pongo al General Franco, que fue Jefe del Estado en España durante más de cuatro décadas, en relación con la comparación que me ha venido a la cabeza entre las inagotables polémicas chiringuíticas y la polarización habitual e insoportable en la política española.
Pues verán, creo que tiene bastante que ver, Franco no ha aparecido en este contexto por propia voluntad, algo imposible en cualquier caso pues lleva cincuenta años muerto, sino que ha sido puesto sobre la mesa de debate por Pedro Sánchez que es el líder indudable y persistente de una de las facciones que pretende aniquilar al enemigo. Sánchez ha utilizado argumentos que, me temo sobrepasan ampliamente el fanatismo futbolero y es posible que, si le queda un ápice de buen sentido, haya llegado a la conclusión de que tiene que finiquitar al adversario con algún argumento indiscutible, contundente, la bomba atómica de los argumentos y eso piensa Sánchez que representa Franco el archienemigo de las libertades políticas que Sánchez pretende considerar propiedad exclusiva de su clan.
Una de las cosas que caracterizan al fanatismo es el desprecio de todo lo que pueda servir para argumentar en su contra o para poner límite a sus pretensiones. Ya les puse otro día, creo recordar, un ejemplo de ese desprecio absoluto a la lógica y al buen sentido que a mí me da dolor de cabeza cada vez que lo recuerdo: Sánchez argumentó que puesto que la UCO no había encontrado grabaciones incriminatorias en los teléfonos de su Fiscal era evidente que los que habían acusado al Fiscal debían pedirle perdón de inmediato.
Me resulta imposible imaginar un argumento más torticero y faltón que el de Sánchez que ignora una evidencia elemental, claro que en España es corriente ese tipo de desprecios, a saber, que no es lo mismo decir que no se ha hallado una prueba que decir que se ha hallado una prueba de que no. Esto le parecerá a Sánchez y a su equipo de opinión una muestra de exquisitez lógica impropia del campo de batalla político, pero es que si en la política se le pegan patadas a la lógica, sin que eso suponga que el público se sienta insultado, lo mejor sería implantar de inmediato una dictadura para la que no es ni siquiera pensable la discrepancia.
Sánchez, que es hombre de estudios, como sabe todo el mundo, ha debido caer en la cuenta de que necesitaba reforzar sus argumentos más descalabrantes y ha supuesto que el cincuentenario de la muerte de Franco, podría prestarle un servicio difícil de pagar, el poder señalar como franquista, facha o enemigo de la libertad a todo aquel que no acuda con entusiasmo a cualquiera de los 100 actos que va a convocar para machacar el clavo.
Para que se entienda, sacar a Franco en medio de la polvareda en la que está envuelto Sánchez es como si en el Chiringuito uno de los madridistas fuese capaz de llevar a Messi en persona al programa y hacer que éste proclamase con toda solemnidad que Cristiano ha sido mucho mejor que él y que siempre quiso ser del Real Madrid pero no pudo conseguirlo. No creo que se considerase más contundente traer a Dios mismo al escenario, porque Dios puede parecer, como diría Zapatero, un personaje discutido y discutible mientras que Messi es bastante más que Dios en este terreno, en opinión de muchos culés que yo conozco.
Sánchez quiere usar a Franco como el madridista del Chiringuito querría usar a Messi, para que le dé toda la razón sin la menor sombra de duda y que los del Barça quedasen abrumados del todo y para siempre, lo que, dicho sea de paso, acabaría con el hastío de la polémica infinita, aunque también con las risas que provoca, claro que por barrios.
Franco está cumpliendo una última misión histórica y es probable que resulte más larga que la mismísima guerra civil, hacer ver a los españoles con la paradójica autoridad que se le concede que Sánchez es nuestra salvación, que sin Sánchez no habrá nunca más ni progreso ni libertad ni nada que merezca la pena.
¿Qué creen ustedes que pasaría si Messi se proclamase humildemente inferior a CR7 y reconociese la superioridad histórica y ontológica del Real Madrid sobre el Barça? Me temo que lo consideran imposible y hacen bien, pero no será distinto el éxito que obtengan las apariciones persistentes de expertos asegurando que Franco tralará, tralará. Al final va a resultar que no es que Sánchez sea muy resiliente, sino que es un As en romperse las narices sin demasiada necesidad, sólo por unos meses más haciendo como que manda mucho.
¿Por qué ser mecenas de Disidentia?
En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 3.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos (más de 250) En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han silenciado.
Ahora el mecenazgo de Disidentia es un 10% más económico al hacerlo anual.