La influencia de la ciencia moderna en la constitución de un mundo mucho mejor que los anteriores, que cualquiera de ellos, debiera estar fuera de dudas. La ciencia y la democracia liberal han sido capaces de mejorar mucho el bienestar de las sociedades en que se han asentado. Su conjunción se expresaba a través de un conjunto de valores epistémicos, éticos y políticos que ahora mismo parecen en grave riesgo por muy diversas razones.
Los ideales éticos e intelectuales de la ciencia y de la democracia presuponen algo que puede parecer difícil de definir, pero que es imprescindible, el respeto a la verdad y el cultivo de la experiencia y la razón como formas de buscarla, y eso presupone una ética que implica que cuando se dé alguna discrepancia o confusión difícil de despejar ha de existir un cierto grado de tolerancia y se ha de aceptar el juicio de instituciones capaces de arbitrar conflictos.
Esta sumisión al prejuicio es una forma de exagerar los vicios de unas generaciones mal educadas, muy consentidas y acostumbradas a que nada impida la consecución de sus antojos, al precio que sea
De una u otra forma, estas premisas fundamentales están en discusión en esa amplia parte del mundo actual en la que, no por casualidad, se ha aceptado el valor de las falsedades siempre que sea interesante defenderlas.
La política ha sido siempre un campo en el que la verdad ha resultado problemática, pero nunca hemos llegado al nivel de descaro con el que la mentira, incluso inverosímil, se practica en la actualidad. Como sucede con todos los ideales, el sometimiento a la verdad es más fácil de defender que de practicar, pero muchos movimientos sociales parecen haber prescindido con cualquier forma de respeto a un mínimo de objetividad y de tolerancia. La forma en la que el feminismo radical ha impuesto en muchos lugares, en España, por ejemplo, la idea de que siempre se ha de atender a las demandas de presunto delito sexual sin tener en consideración el derecho a defender la inocencia del acusado es un ejemplo palmario de cómo la fuerza, aunque sea momentánea, se ha impuesto a una forma básica de racionalidad.
Ahora tenemos el flagrante caso de la protesta en Cuba, una manifestación, sin cabezas visibles, que surge del infinito hastío de la gente con las mentiras e ineficiencias de un modelo que se proclama revolucionario, pero que es un caso especialmente desvergonzado de dictadura, no ya de partido sino de una casta familiar y mafiosa. Bien, pues Black Lives Matter, que ha conseguido emocionar a miles de figuras públicas en el mundo entero ante el caso de George Floyd, ha emitido un comunicado en que acusa al gobierno de Estados Unidos de los problemas de Cuba y defiende a los Castro y a los líderes del PC cubano. No menos asombroso resulta que los que se arrodillaron en forma de condena ante ese caso no aparenten la menor intención de condenar los arrestos, las palizas y las muertes que la policía política cubana está causando para mantenerse en el poder a toda costa. En España, tanto UP como el PSOE se han negado a condenar lo que allí ocurre y se niegan a hablar de “falta de libertades” o de “dictadura” para referirse a Cuba, en lo que hay que considerar como una secuela mixta del izquierdismo y el oportunismo (no hay valor para dejar en evidencia a UP).
Siempre ha habido fanáticos y gentes dispuestas a defender a Hitler como un ser de fondo amable y amante de los animales, pero lo asombroso es que esa clase de ceguera se generalice ante casos tan notorios de agresión a la población como los de Nicaragua, Venezuela o Cuba.
Por supuesto, que todo el mundo tiene derecho a pensar que el comunismo es un ideal inatacable, como hace un ministro español que quiere emprender la revolución contra los filetes, ya que no se puede privar a nadie de sus prejuicios. Pero lo que no resulta admisible es que se nieguen los hechos que están ocurriendo ante nuestras narices y que se pinte a quienes reclaman comida, vacunas, trabajo y horizonte, libertad, en suma, como agentes al servicio del imperialismo, ¡qué pena que ya no sea presidente Trump para embellecer un poco más la patraña!
Para no caer en el más negro de los pesimismos me gusta pensar que esta clase de fenómenos forman parte de un final de época que todavía puede dar algunos coletazos. Hay muchos que quieren seguir viviendo en una atmósfera intelectual y moral dominada por la exaltación del prejuicio caprichoso, del deseo y la subjetividad, y enfrentada de manera absurda contra los cánones de la lógica, el escepticismo razonable y el aprecio por la experiencia, que nos han permitido crear civilizaciones prósperas, tolerantes y libres.
Esta sumisión al prejuicio es una forma de exagerar los vicios de unas generaciones mal educadas, muy consentidas y acostumbradas a que nada impida la consecución de sus antojos, al precio que sea. Me parece que una buena parte de la juventud empieza a estar bastante de vuelta de esta clase de trampas en el solitario y ahí reside mi esperanza, en creer que la gente joven no pierda del todo su capacidad de juzgar con criterio independiente las evidentes diferencias entre lo que algunos dicen y lo que luego hacen, entre el miserable e ineficaz racionamiento cubano y las fortunas de los jerarcas de esa isla martirizada, el abismo que separa las proclamas de los que estaban contra la casta y se comportan a nada que pueden con el despotismo y la arbitrariedad de señoritos de caricatura.
Tener conciencia es muy costoso porque implica no venderse nunca y jamás a quien mienta. Pero la ventaja de tenerla es que permite distinguir con claridad a los fariseos de los sabios, a la ciencia rigurosa y exigente de las caricaturas de quienes se permiten hablar en su nombre y no sabrían ni resolver una ecuación de primer grado.
En algunos infaustos lugares se está obligando a incluir en textos educativos algunos capítulos de adoctrinamiento, en ideología de género, en militancia ecologista o en cualquier otra religión de moda, es decir se está tratando de poner a la ciencia al servicio del poder político. No creo que eso les sirva para nada: durante décadas los estupendos manuales de magníficos matemáticos y/o físicos rusos se vieron obligados a incorporar una serie de doctrinas muy caras al marxismo leninismo, y en los de Biología se prohibía otras ideas que las de Lysenko el biólogo anticapitalista.
Los rusos sufrieron con eso, pero se han acabado librando. Es penoso ver que en algunas democracias los poderes están cediendo a esa clase de manipulaciones y causando un daño evidente a los estudiantes y a la ciencia libre, pero no prevalecerán. Tampoco tiene el menor recorrido el empeño de quienes quieren ver en las calles de La Habana algo distinto al hastío y la desesperanza de un pueblo que se ha dado cuenta de una vez por todas de que sus dirigentes los quieren como pobres, como prisioneros y como esclavos, salvo que acepten formar parte de las fuerzas que reprimen salvajemente a sus hermanos.
Foto: Kyle Fiori.