“Google Memo” es como suele llamarse en EE.UU. al memorándum Google’s Ideological Echo Chamber, escrito por el ingeniero de Google James Damore, que suscitó el inmediato despido de su autor y una jugosa polémica en los medios de comunicación y la intelectualidad. Aunque los hechos se remontan a Agosto de 2017, creo que se ha hablado muy poco de ello en España.

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Al parecer, Google celebra regularmente seminarios internos sobre “cómo incrementar la diversidad” de su personal. Se refieren, por supuesto, a la diversidad racial y sexual, pues están obsesionados por la infrarrepresentación de las mujeres y de las personas de razas distintas de la blanca o la amarilla (entre los programadores y matemáticos de Google, como en otras empresas tecnológicas, hay muchos orientales). En uno de ellos se invitó a los participantes a desarrollar sus ideas sobre el asunto; James Damore escribió entonces su memorándum. Pero sus ideas no gustaron. De hecho, le costaron su empleo. Google ha procedido en esto como Mao en su campaña de las Cien Flores de 1956-57: anunció que el régimen iba a permitir la libertad de expresión y animó a los disidentes a expresar sus críticas; los incautos que picaron fueron eliminados poco después.

¿Qué aberraciones vertió Damore? Opinó que el enfoque de Google sobre la diversidad está viciado por el marxismo cultural o ‘identity politics’

¿Qué aberraciones vertió Damore? Opinó que el enfoque de Google sobre la diversidad está viciado por el marxismo cultural o identity politics, que presume que, si no hay más mujeres o personas de otras razas entre los empleados, sólo puede deberse a los prejuicios sexistas y racistas de los empleadores: de ahí esos seminarios-exámenes de conciencia, en los que –según ha contado Damore- se pide a los participantes que rastreen sus mentes en busca de “parcialidades” (biases) sexual-raciales más o menos conscientes.

Damore afirmó que la filosofía pro-diversidad de Google es “extremista” y “autoritaria”. “Extremista” porque presupone que “todas las disparidades [sexuales o raciales] en la representación se deben a la opresión” (o sea, los varones blancos se valen de sus “privilegios” para cerrar el paso a mujeres y miembros de otras razas). “Autoritaria” porque entiende que “debemos discriminar para corregir esa opresión”: es decir, seleccionar en base al sexo y la raza (dando prioridad a mujeres y no blancos), y no en base al mérito y la capacidad.

En realidad, proseguía Damore, la infrarrepresentación femenina en las empresas tecnológicas no se debe a ninguna conspiración patriarcal, sino a diferencias psicológicas entre hombres y mujeres sobradamente acreditadas por la ciencia. Esas diferencias no son producto del ambiente o la educación: parecen enraizadas en la biología, como demuestra el hecho de que “se repiten en todas las culturas” (de hecho, son más agudas en los países más feminista-igualitarios, como los escandinavos) y “se corresponden exactamente con lo que cabría predecir desde una perspectiva de psicología evolucionista” (es decir, son rasgos psicológicos aparentemente seleccionados por la evolución para especializar al varón en tareas que implican asunción de riesgos, esfuerzo físico y orientación espacial -miles de años de caza del mamut y defensa de la prole frente al tigre dientes de sable o la tribu rival- y a la mujer en funciones que requieren empatía y habilidad verbal, como la crianza de los hijos).

Las mujeres tienen en general mayor interés por las personas que por las cosas; o, como lo formulan otros, prefieren empatizar a sistemizar

¿Cuáles son esas diferencias? No son diferencias de capacidad intelectual, sino de personalidad e intereses. En promedio, afirma el “Google memo”, las mujeres son “más abiertas a la estética y los sentimientos que a las ideas [abstractas]”. También, “las mujeres tienen en general mayor interés por las personas que por las cosas; o, como lo formulan otros, prefieren empatizar a sistemizar”: de ahí que elijan profesiones que implican interacción personal (profesora o enfermera), y les atraiga menos la mecánica o la ingeniería. Otras diferencias: la mujer es más gregaria y menos asertiva. También es más “agreeable”, más compasiva y sociable. Tiene una propensión mayor que el varón a la neurosis y menor resistencia al estrés. Damore habla de promedios, compatibles con muchas variaciones individuales: existe, por supuesto, una amplia zona de intersección en los espectros masculino y femenino de puntuaciones.

¿Tienen fundamento científico las afirmaciones de Damore? Un vistazo a la literatura académica y estudios empíricos sobre diferencias de personalidad hombres-mujeres basta para comprobar que no tienen nada de disparatado. Por ejemplo, Yanna J. Weisberg y Colin G. DeYoung afirman en un metaestudio de Frontiers in Psychology que “las mujeres obtienen regularmente mejores puntuaciones que los hombres en las mediciones de “agreeableness” [empatía-altruismo-sociabilidad]” y que “obtienen resultados más altos en las facetas de “estética” y “sentimientos”, mientras los hombres puntúan más alto en “ideas””. Muy similares son las conclusiones del estudio “Gender Differences in Personality and Interests, publicado por Richard A. Lippa en 2010 en Social and Personality Psychology Compass, con especial énfasis en la divergencia de intereses intelectuales y profesionales: “Las diferencias de género en la dimensión “personas vs. cosas” de los intereses son muy grandes (d = 1.18). […] Estas divergencias de intereses parecen ser constantes a través de las culturas y del tiempo, lo cual sugiere posibles diferencias biológicas”. Pueden encontrarse resultados similares en este artículo académico, y en este otro.

Y, en efecto, el mecanismo biológico que podría explicarlo es la exposición del cerebro a la testosterona durante el desarrollo fetal. Por ejemplo, el estudio “Gendered Occupational Interests: Prenatal Androgen Effects on Psychological Orientation to Things Versus People”, de Adriene M. Beltz y Jane L. Swanson, encontró que las mujeres afectadas por hiperplasia suprarrenal congénita (CAH) –una anomalía que hace que, pese a ser mujeres, sus cerebros hayan estado expuestos a andrógenos durante el desarrollo fetal y la infancia- exhibían intereses académico-profesionales mucho más parecidos a los de los varones.

Los hombres están, en promedio, más dispuestos a sacrificarlo todo al éxito profesional y la búsqueda de estatus

Damore apuntaba una última diferencia que explica la infrarrepresentación femenina y el “techo de cristal”: los hombres están, en promedio, más dispuestos a sacrificarlo todo al éxito profesional y la búsqueda de estatus, mientras las mujeres prefieren tener vidas más equilibradas (con espacio, por ejemplo, para la maternidad).

Este despliegue de lucidez le valió a Damore, como dijimos, el despido fulminante. No sólo eso: la Vicepresidenta de Diversidad de Google, Daniele Brown, envió a una comunicación a todos los empleados, pidiendo disculpas si sus sensibilidades habían sido dañadas por el intolerable machismo de Damore (pues el “memo” circuló profusamente) y reafirmando los dogmas políticamente correctos: “Muchos habéis leído un documento interno […] que habla de las capacidades y características naturales de los géneros. […] Creo que avanzó muchas presuposiciones incorrectas. […] La diversidad y la inclusión son parte fundamental de nuestros valores y de la cultura que seguiremos cultivando”.

¿Diversidad? Sin embargo, Google expulsa a un empleado que había afirmado, precisamente, la diversidad natural entre hombres y mujeres. Tampoco parece interesarle a Google la diversidad ideológica de su personal: ahora ha quedado claro que quien discrepe de la doctrina neomarxista (ya saben, esa según la cual las diferencias profesional-económicas se deben exclusivamente al “privilegio blanco y masculino”) debe ir buscando otro empleo. La “inclusividad” progre no incluye a los conservadores, ni a los biólogos, neurólogos y psicólogos. La ideología prevalece sobre la ciencia.

La compañía antepone su obsesión por el género y la raza a la búsqueda del talento individual

Por otra parte, Damore afirma en su “memo” que “Google ha creado varias prácticas discriminatorias: programas, “mentoring” y clases sólo para gente de ciertas razas o sexo; prácticas de contratación que bajan de hecho el listón de exigencia para los candidatos “de la diversidad” [mujeres o personas de raza no blanca]”. Pero esto significa que la compañía antepone su obsesión por el género y la raza a la búsqueda del talento individual: prefieren la diversidad a la calidad.

Es inquietante que una de las empresas más importantes del mundo sacrifique la eficiencia técnica al culto de los ídolos de la corrección política. Es desconcertante ver a los big players del capitalismo tecnológico rendidos a la última encarnación del marxismo: la que sustituye la lucha de clases por la de sexos y razas. La que, en lugar de valorar al individuo en cuanto tal, ve en él simplemente un ejemplar del rebaño sexual-racial correspondiente. Por cierto, Damore recomendaba a Google: “Tratad a las personas como indviduos, no sólo como un miembro de su grupo (tribalismo)”. ¿Piensan Larry Page, Jeff Bezos, Bill Gates o Mark Zuckerberg que su éxito e inmensa fortuna se debió a “privilegios de hombre blanco”, en lugar de a su genialidad tecnológica y empresarial?

Ahora que sabemos que Google tiene ideología, tenemos derecho a sospechar que pueda estar incrustando sus preferencias en los algoritmos que priorizan unos u otros contenidos en las búsquedas

Y Google es el Aleph que le compendia el mundo a la humanidad del siglo XXI. Ahora que sabemos que Google tiene ideología, tenemos derecho a sospechar que pueda estar incrustando sus preferencias en los algoritmos que priorizan unos u otros contenidos en las búsquedas. La sospecha se extiende a otros gigantes como Twitter o Facebook: comentaristas conservadores que no incitan a la violencia (el único límite razonable de la libertad de expresión) son baneados con torpes pretextos. Los contenidos adjuntados por tuiteros de derechas vienen precintados a menudo con un disuasorio “esto podría herir su sensibilidad”; nunca he visto la advertencia en los propuestos por bolivarianos, feministas y comunistas.

¿Están dispuestos Google, Twitter y Facebook a prescindir de todos los que no tragamos con el marxismo cultural? Harán muy mal negocio. Somos cada vez más.

 


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Francisco José Contreras
Soy catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla, donde he ejercido la docencia desde 1996. He escrito y/o dirigido diecisiete libros individuales o colectivos, tanto de cuño académico como dirigidos a un público más amplio. Entre ellos: La filosofía de la historia de Johann G. Herder; Kant y la guerra; Nueva izquierda y cristianismo; Liberalismo, catolicismo y ley natural; La filosofía del Derecho en la historia; El sentido de la libertad: Historia y vigencia de la idea de ley natural; ¿Democracia sin religión?: El derecho de los cristianos a influir en la sociedad; La batalla por la familia en Europa; Una defensa del liberalismo conservador. Activo conferenciante, colaboro regularmente, además de en Disidentia, en Actuall y esporádicamente en Libertad Digital, ABC de Sevilla, Diario de Sevilla y otros medios. He recibido el Premio Legaz Lacambra, el Premio Diego de Covarrubias, el Premio Hazte Oír y el Premio Angel Olabarría. Pertenezco al patronato de la Fundación Valores y Sociedad.