Creo que no sorprendo a nadie si afirmo que la metafísica nunca ha estado de moda. Esa mierda no es fácil; se lo digo yo, querido lector, que la he estudiado. Indagar la realidad misma, su estructura y naturaleza, las partes de las que está compuesta y sus principios fundamentales no es algo que vaya a volverse viral como quien no quiere la cosa. En el ámbito de la metafísica, la ontología, que se ocupa de las relaciones entre los entes, entre los universales y los individuos, el campo que trata qué es la materia y el Ser, pues qué quiere que le diga, tres cuartos de lo mismo: no es de esperar que se hagan bestsellers con eso, ni que se venden tazas ni camisetas con citas ontológicas —y antológicas— en plan «Ser es siempre el ser de un ente» junto al careto de Heidegger.

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Pero la posmodernidad es rara, y el mercado tiene razones que la razón no entiende. Y por eso ahora existe una cosa llamada coaching ontológico que lo peta en cursillos, conferencias y asesoramientos. En Coaching ontológico profesional, obra que firma Óscar Anzorena, leemos que se ha constituido en una de las «profesiones más pujantes y auspiciosas del nuevo siglo», gracias a «su concepción sobre el ser humano y su devenir en el mundo, la valoración del carácter generativo del lenguaje y su rol en los dominios de la acción y la transformación de las personas y la concepción ética». Estará usted pensando, como yo, qué demonios tiene que ver ese «arroz con cosas» con la ontología. La respuesta es «nada». Alguien debió leer lo del «Ser» en algún manual de ontología y confundió las mayúsculas con el autoensalzamiento del individuo y luego no más fue añadiendo exactamente lo que le dio la gana.

Desaparecida la filosofía en general y la ética en particular de las aulas, descartada la verdad por reaccionaria y dado el estigma (y el engorro) que supone ponerse en manos de un profesional de veras (un psicólogo, por ejemplo), se creó una oportunidad de mercado para decirle a la gente qué debía hacer con su vida

Miguel D’Addario («Ph.D.») refiere en su libro sobre la materia (en la «2ª Edición Ampliada») que hay una «Rueda de la vida ontológica©» que tiene ocho quesitos, como los del Trivial Pursuit: «emocional, relación-amor, sentido de la vida, misión en la vida, espiritual, evolución personal, cuerpo, pensamientos». Poco importa que nada de lo anterior tenga que ver un pimiento con la ontología, que por supuesto no se ocupa de nuestros asuntos mundanos y menos de nuestras particulares vidas; y ese es por cierto uno de los principales atractivos de su estudio: permitirnos salir del zulo del yo siquiera un rato. Qué más da; una vez que a uno le han sujetado el cubata, puede poner lo que le plazca sobre un círculo, una pirámide o un poliedro, porque se trata de jugar a que se entiende algo de la complejísima experiencia humana para vendérselo a los incautos. A D’Addario desde luego le importa una higa la coherencia; escribe: «La ontología tiene origen filosófico y es llamada la teoría del SER, viene del griego» (sic). Luego sigue: «Coaching ontológico se encarga de la reflexión que el ser humano puede hacer sobre sí mismo, a través del lenguaje y por medio del lenguaje y por medio de él cambiar su manera de observar la realidad». Tragarse este engrudo es como leer que la epistemología es «la rama de la filosofía que estudia el conocimiento, su naturaleza, posibilidad, alcance y fundamentos» y luego decir que practicas cocina epistemológica porque a ti los asados te salen de miedo.

En Granujas de medio pelo, de Woody Allen, el más tonto de los ladrones se dispone a cavar un túnel con el casco del revés, con la linterna apuntando a su espalda en vez de alumbrando su camino. Cuando el personaje de Allen le dice que no es el modo de llevarlo, el otro responde: «Ya, pero así queda más guay». Pues esto es lo mismo. Resulta que el adjetivo «ontológico» suena fetén (¿quién lo hubiera dicho?), tal vez sesudo y profundo. ¡Nos lo quedamos! El resto consiste en hacer combinaciones más o menos imaginativas, sin importar cómo sean de demenciales. En Ética y coaching ontológico, Rafael Echevarría habla de «los seis ejes ético-emocionales de la ontología del lenguaje», del «coaching ontológico como depuración de los resabios metafísicos de nuestro sentido común» y de lo que usted o yo le dejemos hablar en los otros cuarenta capítulos de su magna obra.

Anzorena se refiere en su definición al «carácter generativo del lenguaje», y el doctor D’Addario hace otro tanto. Tras la ampulosa palabrería está la Programación Neuro Lingüística (PNL), algo así como la piedra filosofal del coaching. También es una pseudociencia que ha sido denunciada una y otra vez por su absoluta falta de rigor científico. Por cierto que tampoco es «Neuro» y apenas es Lingüística; es un mejunje conceptual pretencioso —«pragmagráfica», «metamodelado», «metaprogramación», «submodalidades»— que disfraza una dogmática sectaria sobre el poder y el éxito cuyo principal postulado es que «cada cuál moldea su realidad». Para entendernos: es un constructivismo a lo bestia que convierte una afirmación más o menos trivial —«para el observador, la realidad es siempre un constructo personal»— en un conjunto de sortilegios disfrazados de metodología científica que niega sin más que la realidad exista. El Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos ya la desacreditó hace cuarenta años; pero ahí sigue la PNL, lozana y rumbosa, «porque funciona», aunque lo que los metaanálisis y demás pruebas serias realizadas digan es que de eso, nada.

El coaching ontológico, en definitiva, es una mezcla —otra más— de autoconocimiento superficial y barato, otro Spa del yo, otra pseudotrascendencia e ideología de la productividad y el éxito que imparte gente sin ciencia y con mucha «escuela de la vida», que es la escuela en la que invariablemente se han graduado todos los que no han estudiado una materia decente en su vida. Es barato en cuanto que es vulgar, no porque salga precisamente barato: pasar un día con estos figuras no baja del millar de euros. Y eso los de segunda división; pruebe usted a pedirle cotización a Alan Sieler, autor del bestseller Coaching to the Human Soul, y verá qué risa. Decía Jardiel Poncela que la medicina es el arte de acompañar al paciente a la tumba consolándolo con palabras griegas; el coaching ontológico hace otro tanto, pero con palabrería pseudofilosófica y pseudopsicológica.

Hace tiempo que los vendedores de crecepelo identificaron que con la desorientación moral y la creciente ignorancia se podía hacer caja. Desaparecida la filosofía en general y la ética en particular de las aulas, descartada la verdad por reaccionaria y dado el estigma (y el engorro) que supone ponerse en manos de un profesional de veras (un psicólogo, por ejemplo), se creó una oportunidad de mercado para decirle a la gente qué debía hacer con su vida, un espacio que fue ocupado a la carrera por una jauría de «profesionales». A fin de cuentas, ¿hay ocupación más sencilla que aconsejar a los demás sobre algo tan difuso como «la vida»? Sospecho que en la Argentina, donde hubo en su día más psicoanalistas que camareros, ha habido un trasvase entre estas dos ocupaciones. Con todo, y a pesar de todos sus desvaríos, Freud fue un investigador concienzudo y respetable, además de un pionero de una verdadera ciencia, a diferencia del coaching, cuya «historia» ocupa cuatro líneas —con cero nombres— en la entrada en inglés de la Wikipedia.

Pero ¿quién necesita ciencia cuando puede montar un sistema de certificaciones, que hace las veces de esquema Ponzi con guirnaldas y pompones? El colmo de la desvergüenza es que ya hay mucha gente que se gana la vida no aconsejando sin ciencia, sino haciendo cursos o estampado su seal of approval a quienes quieren aconsejar a los demás sin ciencia. Sabíamos desde Ambroise Bierce que el consejo es «la más pequeña de las monedas en curso»; visto lo visto, voy a proponer algo muy loco: que en lo de aconsejar vuelvan a la primera línea los amigos. Los míos son sin excepción honestos y cabales. Cada uno tiene sus referentes, Jesús de Nazaret unos, Cicerón o Vicente Ferrer otros; ninguno le ha puesto un altarcito a Elon Musk. Se entiende lo que dicen y la mayoría de ellos conoce sus limitaciones, a las que se atienen. Y lo mejor de todo: aconsejan gratis.

Foto: Gratisography.


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