No han tardado un ápice en ponerse manos a la obra. Desde que Joshep Goebbles desarrollara con descarada eficacia y enorme proyección los fundamentos prácticos de la propaganda, todos los políticos son plenamente conscientes de la necesidad de controlar el relato que en el que embuten a sus ciudadanos a través de cada medio a su alcance. Siendo una necesidad recurrente para cualquier gobierno de cualquier color, toma especial relevancia cuando lo que se pretende llevar a cabo no es otra cosa que ingeniería social.

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Por ejemplo, desde que tenemos oficialmente una menestra de ministros y ministras la igualdad de las mujeres es un hecho. No como el año pasado, cuando España era uno de los mejores países para nacer mujer, uno de los países más seguros para las mujeres, un país donde la igualdad de oportunidades entre personas de ambos sexos (y de todo el conglomerado de opciones de género que se les ocurran) era más efectiva a lo largo del ancho mundo, según cualquier ranking de cualquier institución que se dedique a ello. No. Es ahora, queridos amigos, cuando las mujeres, por fin, son iguales a los hombres.

El vicepresidente Pablo Iglesias se afana en desdecirse y desmentirse. Quien era parte de las cloacas del Estado merece una oportunidad para ser Fiscal General. Nadie cuestiona a ninguna ministra por ser mujer, si no por su currículo, cuando el único que presenta es ser pareja de quien es. Sin embargo, oiremos hasta hartarnos que los peros son por el sexo de la interfecta y no por sus capacidades.  (Por cierto, que los amoríos del Consejo de Ministros son dignos de cualquier serie que se precie, la realidad supera a la ficción con creces. Yo lo dejo caer, por si a alguien le van estos mejunjes.) Todo lo van a pagar los ricos cuando a nadie medianamente informado escapa que todo lo pagan las clases medias e incluso las bajas.

Repitiendo circunspectos el mensaje convenientemente vestido, utilizando el púlpito del periódico o la televisión que corresponda, se va uno apoderando del verbo y modelando un cuento acorde a sus necesidades. Se desdibuja la realidad hasta que el ciudadano medio grita “¡vivan las caenas!” y pide látigo comunista

Por extraño que parezca, es mucho más fácil de lo que parece —muchos son los estudios al respecto que lo ponen de manifiesto— hacer creer al vulgo la versión oficial antes que lo que ven sus propios ojos, más aún cuando la mirada está puesta en ganarse la vida o pagarle la ortodoncia al pequeño de la casa. No hay mucho tiempo libre para pararse a pensar con espíritu crítico y menos aún para contrastar datos y teorías. Repitiendo circunspectos el mensaje convenientemente vestido, utilizando el púlpito del periódico o la televisión que corresponda, se va uno apoderando del verbo y modelando un cuento acorde a sus necesidades. Se desdibuja la realidad hasta que el ciudadano medio grita “¡vivan las caenas!” y pide látigo comunista. Así se teje la tela de araña que nos va atrapando y que acaba por implantar sistemas del todo contrarios a la Libertad y por lo tanto contrarios a la esencia del ser humano.

El bombardeo irá in crescendo, sin desfallecer, para hacernos comulgar cada vez con mayores ruedas de molino. Los desajustes económicos que se proponen precisan de gran cantidad de mensaje, de cucharadas llenas de relato. De otra manera, llamando a las cosas por su nombre, no tendría futuro alguno el planteamiento que se vislumbra y pretenden llevar a cabo.

En cualquier caso, como son muchos los frentes, sociales, económicos o medioambientales abiertos, se prevén grandes dosis de recomendaciones, consejos y multas preventivas. Son necesarias grandes dosis de televisión y radio pública y privada, entendiendo que muchas de esta última categoría sobreviven en gran medida gracias a las prebendas estatales, como lo hace la prensa, condenada a reinventarse, como tantas otras industrias tras la irrupción de internet, y que tiene en el gobierno uno de sus mejores clientes.

Ahora bien, de la misma manera que la música o el cine ya han adaptado en gran medida el funcionamiento de sus industrias a las nuevas tecnologías y a la red de redes, y la prensa se afana en encontrar su camino, la propaganda tiene que adaptarse a la vida en el siglo XXI. Así, todos vemos como las redes sociales se convierten con frecuencia en cajas de resonancia de las ideas más absurdas y peregrinas. Hemos oído hablar de los perfiles falsos que se dedican a difundir ideas interesadas, creando y copando hashtags, insultando o señalando al disidente. La propaganda también busca su sitio dentro de este orden espontáneo.

Sin embargo, internet tiene tres características que imposibilitan en gran medida el éxito de la versión oficial frente a la tozuda verdad del mundo real. La permanencia de la información y el acceso sencillo a la hemeroteca que dicha información constituye, la descentralización en la generación de contenidos y el crecimiento tecnológico y su rápido desarrollo son tres problemas con los que los nazis no tenían que lidiar, pero el señor Sánchez y sus secuaces y los que vengan, tienen que pelearse.

Cuando alguien miente y cabalga contradicciones son muchos los que lo ponen de manifiesto. Ahí están todas las gilipolleces que se dijeron. Son convenientemente recordadas cuando la ocasión lo requiere. Además, son muchos los que pueden acceder a ellas y generar nuevos contenidos, nuevas opiniones o diferentes críticas. Aquí estamos nosotros, ciscándonos en la estampa del nuevo gobierno – y de los próximos, no lo dude – y poco pueden hacer por el momento. No dudo que intentarán amordazarnos. Se utilizan muchos euros en acallar las ideas contestatarias contra el poder establecido, pero lo cierto es que hoy más que nunca existen infinidad de recursos para circunvenir cualquier prohibición.

El gobierno no puede prohibir lo que todavía no existe y hoy vivimos en un mundo en el que no pasa un solo día sin desarrollarse una nueva tecnología. Hasta que el burócrata de turno conoce y comprende la novedad, podemos hacer uso de ella para luchar contra ese burócrata. Descentralización y creatividad son dos herramientas contra las que cualquier gobierno tiene muy difícil luchar. La tercera pata, como decía en el párrafo anterior, somos nosotros, los ciudadanos, la sociedad civil, conociendo y usando.

Un gobierno sociocomunista —o comunista del todo— es muy peligroso, sin duda, pero lo hubiera sido mucho más hace 20 o 30 años, cuando la información estaba totalmente encapsulada. Hoy, por suerte, tenemos muchos más medios a nuestro alcance para hacerlo caer. Tenemos muchas más herramientas para mantenerlo a raya. Ese es nuestro deber ciudadano. Son nuestros empleados, es nuestra hacienda. De nosotros depende por lo tanto controlarlos. Es cosa nuestra poner de manifiesto su nefasta realidad y luchar contra su incansable propaganda.

Foto: Erdenebayar


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