Esta pandemia que tiene a los españoles, bajo arresto domiciliario, y a la escucha de las ocurrencias del Gobierno y/o de alguna de sus inverosímiles comisiones, secretas o no, plantea serias dificultades de principio para que pueda ser tratada como un mero problema científico o técnico. Una de las más básicas reside en lo que se llama la cifra oscura, un término que aparece en un reciente informe que las cuatro principales sociedades científicas alemanas han entregado a la señora Merkel, y que se refiere a que se desconoce el número exacto de casos de infección, pues solo han podido hacerse estimaciones indirectas a partir del número de infecciones identificadas, unas estimaciones que crean una gran incertidumbre respecto a la morbilidad y letalidad del SARS-CoV-2. La otra gran incógnita se refiere a la duración posible del virus, a si habrá o no nuevos brotes y a si los afectados habrán adquirido la suficiente inmunidad como para no volver a infectarse, aunque la opinión más común respecto a este punto tiende a ser bastante optimista, dadas las características del virus.
Frente a esa incertidumbre sanitaria se alza otra no menor, de índole social y económica: no hay manera de estimar con precisión los daños indirectos que se pueden causar por las restricciones a la movilidad, en especial en la vida de las personas que más dependen del salario diario, pero también por la evidente retracción que la forma de tratar la pandemia ha tenido en que muchos enfermos, ocasionales o crónicos, se hayan visto privados de asistencia por el miedo al contagio sin que se pueda suponer que sus dolencias hayan decidido tomarse un período de descanso.
En el fondo estamos ante la imposibilidad de comparar dos magnitudes desconocidas, lo que coloca las medidas que se han tomado y las que se hayan de tomar, fuera del campo seguro y estricto de las decisiones que se pueden basar en evidencias. El trato de la pandemia ha diferido en distintos países porque no se puede llevar a cabo sino tomando decisiones políticas, que se han basado, sobre todo, en tres factores: el primero, escuchar a los técnicos a efectos de previsión, cosa que en España ha sido un absoluto desastre porque han abundado los que, como el famoso Simón, apenas veían el riesgo de una gripe no muy severa; el segundo fundamento ha sido la cultura política dominante (la gran diferencia, por fijarnos en extremos, entre China y Suecia), y el tercero el miedo de los gobiernos a equivocarse, como se vio en Inglaterra en donde un plan inicial de Johnson, fue derribado por unas “predicciones” de los epidemiólogos que colocaban el impacto previsible en Inglaterra en una cifra insoportable que, de momento, ha quedado muy lejos de la realidad, claro que eso compensa el caso de los que, en otros países que no quiero citar por afecto, hicieron hermosas curvas para asegurar que la cosa se quedaría en apenas unos centenares.
Las democracias consolidadas no se basan en la coacción sino en la responsabilidad ciudadana que nace del respeto que se tiene al Gobierno cuando actúa con transparencia, explica con claridad lo que pasa, y respeta las libertades
Aunque la batalla contra el virus no ha concluido, da la impresión de que, al final, no va a poder mostrarse que exista una ventaja decisiva en aplicar los métodos más radicales frente a los resultados de aproximaciones más respetuosas con el buen sentido de los ciudadanos, mientras que parece evidente que los daños causados por los sistemas más restrictivos van a superar con mucho a los de las políticas menos agresivas con la movilidad ciudadana. La pregunta que nos tenemos que plantear en España, esa que dice el Gobierno que ya habrá tiempo de contestar, es si las ventajas obtenidas van a superar los daños causados por el confinamiento más estricto y tendencialmente largo de toda Europa. Los datos disponibles, de momento, no anuncian una respuesta muy positiva para Sánchez & Iglesias, aunque, como tienen mucha labia, tal vez consigan disimularlo durante algún tiempo.
Y, junto a esa pregunta por la eficacia, habrá que preguntarse por el estilo de mando que ha utilizado el Gobierno, que, no se olvide, ha tratado de parapetarse tras prestigiosos uniformes hasta que un general de la Guardia Civil dijo verdades que el Gobierno no hubiera querido oír. Sánchez empezó por comparar la pandemia con una guerra y decidió que todo el mundo estuviese quieto porque la victoria solo podría alcanzarse bajo su único mando. Es una pena que los virus no puedan ver la televisión porque apostaría por su retirada inmediata con tal de no soportar más las interminables peroratas del líder máximo. Sánchez ha desenterrado a Franco, pero el dictador estaría admirado de la destreza del presidente para mantener sujeto a todo el mundo sin estridencias ni voceríos, pero sin la menor vacilación. Si Sánchez hubiese tenido la oratoria de Pericles se habría convertido en una leyenda.
Puede ser interesante comparar este estilo de liderazgo con el de la señora Merkel que ha logrado algo mucho más eficaz y menos destructivo de su modo de vida y su economía que lo que puede exhibir nuestro gobierno. Claro es que Merkel está acostumbrada a acordar cosas con la oposición y no suele dedicarse a lacerarla, además de que tampoco tiene una portavoz parlamentaria con la eficacia y la especialización de la señorita Lastra para el insulto. Sin dificultades innecesarias ni normas enrevesadas, Merkel ha logrado sacar a Alemania de la crisis sin causar demasiados daños y con un número de víctimas envidiable. Ha podido hacerlo porque sabe confiar en los alemanes y les ha convencido de que actúen con prudencia y respeten unas normas elementales y claras. Las democracias consolidadas no se basan en la coacción sino en la responsabilidad ciudadana que nace del respeto que se tiene al Gobierno cuando actúa con transparencia, explica con claridad lo que pasa, y respeta las libertades.
Alemania es un país en cuya constitución se inspiraron los redactores de la española, pero las normas por si solas no hacen que las democracias sean admirables y eficaces. En Alemania el Gobierno federal consulta con los gobiernos de los territorios, no los reúne para darles cuenta de lo que ha decidido a solas con sus asesores, porque se toman en serio la separación de poderes y sería inconcebible que las relaciones territoriales estuviesen mediadas por el color político del gobierno federal, y, a la recíproca por descontado. ¿Pasa aquí lo mismo? Pues ya es hora de que empiece a pasar.
El Gobierno de Sánchez & Iglesias está hora mismo articulando una estrategia de salida del confinamiento que es, sobre todo, inverosímil, por nada realista. Es muy llamativo que un Gobierno que no ha sabido enfrentarse a una pandemia que tenía a las puertas de casa pretenda ahora que va a saber dirigir el desconfinamiento progresivo de muchos millones de personas con la destreza que le caracteriza. Es la democracia al revés, el autoritarismo sectario, lo que inspira, para nuestra desgracia, las medidas del Gobierno que, en lugar de respetar la capacidad y la libertad de los ciudadanos parece aspirar a inspirar temor y a una doma indigna y harto brutal. ¿Puede alguien creerse que Sánchez será más cuidados y prudente con nuestra salud que lo que podríamos ser cada uno de nosotros con la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros nietos? Sánchez lo cree, o dice creerlo, y se entretiene en modificar los horarios de paseo como si estuviésemos en un internado o en un cuartel. Aspira a convencernos de que nadie es capaz de hacer tanto por nosotros como él y, a cambio, debiéramos dejarle que nos gobierne a su albedrío.
Veremos en qué acaba este largo período de despotismo posmoderno y ecologista, pero a Sánchez le queda muy poco tiempo para acertar, es muy larga la cadena de errores cometida y será difícil borrar de nuestra memoria a un Gobierno que ha explicado que Portugal lo ha hecho mucho mejor porque está al Oeste, y el virus venía del Este, que si un pequeño negocio no se siente en condiciones de abrir con las ocurrencias establecidas, pues que no abra, o que los test no son tan necesarios como se cree y de ahí que los vaya haciendo sin atropellarse. Hay cifras oscuras, pero también hay razones oscuras, las de este Gobierno para tratarnos como menores o discapacitados cuando cabe suponer que aspire a ganar las próximas elecciones.