Los inconvenientes de la implantación de una educación que no requiere esfuerzo ni moral de trabajo suelen asomar en el paisaje cada equis tiempo, como los catarros durante la estación invernal. Lo saben los padres, los alumnos y no pocos profesores… que viven en carne propia los problemas que causa la continuidad de un mal sistema educativo.
Los pésimos resultados que proceden de las pruebas del Programa Internacional de Evaluación de Alumnos (P.I.S.A.) ratifican que la enseñanza que se estructura en torno a unos mínimos académicos que incitan a su vez a rebajar los mínimos académicos existentes, lejos de ampliar vías del conocimiento, provoca fuego amigo. ¿Sorprende que en 2017 España haya exhibido respecto de los 28 países que integran la Unión Europea (UE-28) el desacreditado honor de tener, solo por detrás de Malta, la mayor tasa de abandono escolar con un 21’8% duplicando el 12,1% de la tasa de la UE-28 en abandono escolar?
Una tercera parte de la juventud española situada entre los 24 y 35 años no alcanza a tener ni el Bachillerato
Dado que la tasa de abandono escolar remite a la población integrada por jóvenes de entre 18 y 24 años que no han obtenido el graduado escolar por no haber logrado completar el ciclo de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (E.S.O.), resulta habitual, de nuevo dos más dos son cuatro, que esos jóvenes cuelguen para siempre sus ganas de formación. Y esa apatía posee por sus consecuencias gran valor por cuanto una tercera parte de la juventud española situada entre los 24 y 35 años no alcanza a tener ni el Bachillerato. Con lo que, visto desde otra perspectiva, España vuelve a doblar la media de alumnos sin Bachillerato en comparación con el resto de los países industrializados.
¿A nuestros líderes les preocupa cómo el sistema de enseñanza al naufragar lleva a la indigencia intelectual a cientos de miles de alumnos? Parece que no, obsesionados, como están, con la idea circular de que nuestras leyes educativas, aun siendo poco exitosas en los resultados, son no obstante tan capaces como igualmente eficaces de solventar los perjuicios que esas mismas leyes educativas generan a su paso.
La Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE), iniciada con Felipe González como Presidente del Gobierno de España, tiró voluntariamente por la borda todo el andamiaje del conocimiento basado en el esfuerzo por aprender. La llegada del Presidente José María Aznar no reparó los daños de un sistema que incentivaba la holganza y la molicie en alumnos. Y en profesores. La Ley Orgánica Educativa (LOE) que vino en sustitución de la LOGSE por la mano del entonces Presidente José Luis Rodríguez incidió en dar más facilidades al alumnado con asignaturas suspensas. Con tal de camuflar ideológicamente las estadísticas sobre repetidores y abandonos del aula, la consigna legal que se empleó fue clara: que no hubiera repetidores, o sea, que las asignaturas suspensas no fueran obstáculo para la promoción del discente.
En medio de marrullerías, astucias y muchos cambalaches, las notas 0 y 10 acabaron proscritas. Luego vendría la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) bajo el gobierno del Presidente Mariano Rajoy que, estaba cantado, no modificó ni un ápice el espíritu de las leyes (des) educativas que se habían sucedido desde la posTransición.
La actual Ministra Isabel Celaá pretende entregar el título de Bachillerato a alumnos con una asignatura suspensa
Y así, liderando detrás de Malta las mayores tasas europeas en abandono escolar, nos encontramos ahora con la actual Ministra Isabel Celaá que quiere demoler la LOMCE para, en su lugar, introducir una nueva reforma educativa en la que, figura estrella de su proyecto, se concibe entregar el título de Bachillerato a alumnos con una asignatura suspensa.
En esta jugada, nada original, se repite el fractal harto frecuente en sectores preuniversitarios y universitarios. Y es que igual que se concede el Graduado Escolar (o título de E.S.O.) a alumnos con al menos dos asignaturas suspendidas, existen en la Universidad comisiones de profesores que modifican la nota de los profesores universitarios con tal de aprobar a esos universitarios que, caramba, andan desmotivados por habérseles atragantado una materia.
Lo peor de este plan en ciernes reside en la argumentación que ha empleado la Ministra de Educación, Isabel Celaá. Anuncia esta ex profesora de enseñanza secundaria cuán vital es para el futuro bachiller obtener el título de Bachillerato, incluso con suspensos, dado que “el peor castigo es la rebaja de la autoestima”, fin de la cita. Es decir, según Celaá no se puede desilusionar ni desanimar al que ha suspendido.
Y la cigarra se comió a la hormiga
En estos tiempos buen número de políticos mal entiende que la disciplina intelectual causa discriminación social. De ahí su urgencia por enterrar los enojosos programas de estudios que, por cierto, ya no existen. Y si no es adecuado denominar “asignatura” a las asignaturas -ahora se llaman “materias”, “áreas” e, incluso, “módulos”-, tampoco es conveniente dotar de conocimientos a la gente común: a ésta se le proporcionará algo light, como “competencias” y espacios para la “creatividad”, para el “autoaprendizaje”, la “sensibilidad”… Y mucha ideología.
Por otra parte, y comparado con la caduca enseñanza tradicional, resulta más innovador, dónde va a parar, el “currículo”, el cual permite por su dúctil naturaleza menguante reducir cualquier temario gracias al criterio de “mínimos” para, de paso y siempre que sea preciso, cortar y recortar aún más los mínimos. Lo cual implica que tijeras, que no conocimientos, es lo que juzgan necesita la gente.
Seguimos bajo el hechizo de esa filosofía posmoderna que profesa un culto «ludita» a la pereza. Y a la ignorancia
Así que con esos antecedentes escribir acerca del deterioro de la cultura en las aulas no sirve de mucho si de facto la inspección educativa solo se remanga la camisa para funcionar como amigo ideológico del partido político en el poder. Y a la docilidad y mansedumbre del cuerpo de inspectores, fuertemente ideologizado, se añade la peculiaridad de que no hay autoridad política regional y/o nacional en España que esté dispuesta a admitir o a reconocer tan siquiera el fracaso de las leyes de Educación.
Entretanto, seguimos bajo el hechizo de esa filosofía posmoderna que profesa un culto ludita a la pereza. Y a la ignorancia. “No instruya en absoluto al hijo del aldeano, pues no le conviene ser instruido”, advertía el clasista y padre de la Pedagogía Jean-Jaques Rousseau. “Apruebe por compasión al alumno”, propone Celaá a los profesores, puesto que lo que está en juego, opina, es el entramado identitario-afectivo de nuestros adolescentes.
Estamos en manos de una élite (de izquierdas y de derechas) que aplaude la llegada de ciudadasnos. ¡¡¡Pues nada, adelante!!! Tan solo decir a estos gobernantes y amanes del estatismo que en estas medidas palpita una objeción grave: “así como el hierro se oxida por falta de uso y el agua estancada se vuelve putrefacta, también la inactividad destruye el intelecto” (Leonardo Da Vinci).
Foto: Sammie Vasquez
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