Desconozco los motivos que tienen algunas personas para sentirse atraídos por el “Arte de la fuga” de Bach, “El sol del membrillo” de Erice, las dilatadas películas de Akira Kurosawa, algunas interminables novelas o los dibujos de Escher. Según el ensayista norteamericano Scott Timberg ese interés se debe a que, en una edad muy temprana, esas personas descubrieron el placer de sumergirse con toda su capacidad de concentración en la lectura ininterrumpida.
No es fácil encontrar en español una palabra tan usada en el lenguaje habitual como estas seis letras juntas, t-i-e-m-p-o. Vastamente utilizado en la literatura y filosofía, en las ciencias, historia, poesía y dichos populares. Aun tratándose también de una magnitud física, esta disciplina admite diferentes interpretaciones, la RAE dispone de diez y ocho acepciones. Pero seguramente la expresión más usada es decir que “el tiempo pasa”. Sin embargo, el tiempo oculta en su espesa y dura máscara, el disfraz del movimiento. Étienne Klein en las “Las tácticas de Cronos” desentraña algunos espejismos del tiempo y avisa que “todo reloj difunde el tiempo gracias a una mezcla de movimiento y duración, lo cual nos invita a confundirlo con el tiempo en sí”.
Las relaciones existentes entre el ser, o la existencia si se prefiere, y el tiempo provocan inquietantes reflexiones en esta acelerada sociedad de las prisas. La percepción del tiempo se centra en sus adornos, que son sus efectos y consecuencias, que conducen con facilidad al engaño sobre su naturaleza y su existencia. En efecto, cuando decimos que el tiempo pasa, confundimos el objeto con su función, pues “en toda realidad la que pasa, no es el tiempo en sí, que nunca deja de estar ahí”, recuerda oportunamente Klein.
El tiempo es juez implacable, no solo de nuestra propia existencia, también de todas y cada una de nuestras manifestaciones
Las paradojas que encierra este término invitan a una parada que exige un cierto acto de voluntad y decisión, a pesar del vértigo de las prisas. El tiempo es juez implacable, no solo de nuestra propia existencia, también de todas y cada una de nuestras manifestaciones. Una obra artística filtra las circunstancias y las impurezas para distinguir el arte de su simulacro. Una ópera, pintura, película, novela, muestra su calidad en el tiempo y a su pesar. Rigoletto, Pinturas Negras, Sed de mal, Ulises, son obras que han permanecido en el tiempo, que se disfrutan una y mil veces, pero para su disfrute también es necesario un tiempo de aproximación, exploración, reflexión, que eclosiona “después” en un tiempo de gozo y placer.
Afirma J.F. Martel en “Vindicación del arte en la era del artificio”,que la belleza se experimenta como el ajuste de algo a un canon que hemos interiorizado. El encuentro con el arte es la vivencia de un tiempo radicalmente real y esencial, que a su vez produce la sensación de que se ha detenido, como si desapareciera.
El ritmo de vida cotidiano no permite cultivar la atención por la lectura. El tiempo rápido prioriza la velocidad, la fragmentación sobre la continuidad. Lo leído en la pantalla diluye el espacio y el tiempo, desdibuja las letras y barre las palabras. No es una percepción nostálgica, también las nuevas generaciones comprueban que la lectura en dispositivos móviles es superficial y rápida, de modo que prefieren el papel para una lectura reflexiva y sosegada. El ecosistema formado por ceros y unos que nos envuelve, prioriza lo efímero e inmediato. Una imagen o un mensaje escrito en las redes sociales establecen los protocolos del presente continuo, el etiquetado del ahora.
Los ingredientes pueden ser los mismos, pero el tiempo lo puede cambiar todo. En el proceso artesano de elaboración del pan, se dejaba reposar la masa alrededor de tres horas antes de dividirla, más otra para una segunda fermentación. En la panadería industrial actual se acortan los tiempos a menos de la mitad, en su lugar se añaden diferentes aditivos que maquillan el sabor y el aroma, y aceleran los procesos. El pan rápido, la comida rápida, las relaciones rápidas necesitan gratificaciones inmediatas, no está en la agenda la amistad, que exige esmero y esfuerzo, la educación en y fuera de la familia con son muchos tiempos de necesaria presencia.
El pan rápido, la comida rápida, las relaciones rápidas necesitan gratificaciones inmediatas
Los esquimales llaman a hacer el amor “reír juntos”. Parece que el orgasmo femenino dura entre 10 y 25 segundos, mientras que el masculino puede durar de tres a diez segundos. Si atendemos al Journal of Sexual Medicina, establece que la mejor duración del coito rondaría los siete segundos para los más escasos y los trece para los más afortunados. El sexo también tiene prisa, la duración del orgasmo como métrica despoja la intimidad de su vinculación psicológica, de su comunicación espiritual, con muchas probabilidades de ser más gozosa y duradera.
Los productos y servicios se han convertido en experiencia donde se valora y cotiza la vivencia especial, las sensaciones inolvidables, frente al conocimiento que se alcanza con poso y tiempo. Junto al “no-tiempo” tenemos los “no-lugares”, que describe Marc Augé, producidos por los excesos del hiperpresente, repletos de estimulación, ruido y movimiento. Esos no-lugares, espacios para el tránsito y el flujo, que sustituyen al lugar antropológico y de encuentro, como las plazas, aldeas, patios y parques, en los que se conversaba, y hasta se conocía a la gente.
El show de lo efímero agrupa esos espacios sin lugar, y esos tiempos sin tiempo. Aeropuertos, estaciones, calles congestionadas por el tráfico y la gente, grandes superficies comerciales. Añadamos el vértigo de las redes sociales, con los cientos de “me gusta” y la ansiosa necesidad de llegar primero y contarlo. La novedad es lo bueno, y si quieres ser auténtico tienes que emocionar. Un escenario tecnocrático bien armado, donde el selfie permite la construcción de un gran ego. La vida como escaparate, con grandes vistas, externa y frágil, intolerante a la frustración, incapaz de afrontar un problema. Brevedad e intensidad en el arte, la convivencia, las relaciones, la cultura, con una desarrollada alergia a los vínculos y al compromiso.
El tiempo actual, conjugado en su presente absoluto, dibuja una inmediatez que aboca al despotismo de lo banal,“todo es relativo, todo perecedero, pero la novedad es un valor que exhibe y alimenta lo insustancial. El disfrute cultural de cualquier manifestación artística o cultural exigen un conocimiento básico, una disposición para un cierto ejercicio de voluntad intelectual, esfuerzo y tiempo”.
Foto: Seth Macey