Es muy pronto todavía para hacerse una idea precisa del daño que ha podido suponer al PP el conjunto de escandalosos y poco comunes acontecimientos que, en días muy recientes, han afectado a su dirección nacional y al conjunto del partido. Algunos pensarán, pues en futurología cabe todo, que el PP habrá salido reforzado pero, más allá de las preferencias de cada cual respecto a las causas que se han aducido y las soluciones que se han pergeñado en torno al caso, cabe preguntarse si en estos sucesos ha asomado alguna novedad en la conducta política de los partidos y si se pueden adivinar, o no, ciertos rasgos de comportamiento que vayan más allá del fuerte enfrentamiento interno que se ha podido contemplar, no sin perplejidad y asombro.
Cabe decir, para empezar, que en los partidos españoles, como ya pasó con la crisis socialista de Pedro Sánchez, el papel de los militantes está siendo creciente, puesto que, sin ninguna duda, lo que precipita la solución casi innegociable en prejuicio de la dirección nacional del PP es la insólita manifestación ante la puerta de Génova. Por lo general se tiende a pensar que en los partidos mandan los dirigentes y que los militantes apenas son una pálida comparsa. No ha parecido ser así, sino que los dirigentes, fuese cual fuese su posición, parecen haberse resignado a no llevar la contraria a lo que parece ser la expresión de la voluntad del militante. La fórmula sería muy defendible si los militantes fuesen la traducción más fiel de la opinión de los electores, pero son varios los análisis que indican que esto no es así, que los militantes extreman las posiciones de los dirigentes hacia una dirección que no siempre ha de coincidir con la que pueda ser más conveniente, razonable y moderada (Weak parties and strong partisanship are a bad combination). Cabe recordar al respecto, el grito de “Con Ribera no” que emanó de los militantes socialistas ante Ferraz en fecha no muy lejana y que hizo muy cuesta arriba cualquier intento de formar un gobierno de coalición con Ciudadanos, fueren cuales fueren las otras causas que inclinaron a Sánchez hacia los experimentos más a la izquierda.
Los acontecimientos han mostrado que en el PP quienes tienen alguna clase de capacidad política son los líderes regionales, los llamados barones, en especial cuando presiden el gobierno regional, y que estos barones no parecen resignarse a ningún recorte de su papel
La siguiente consideración que me parece necesario abordar es la de la relación entre los partidos y los gobiernos que se originan en ellos. De la misma forma que, en teoría, el legislativo debiera ejercer un control sobre el ejecutivo, hay que tener en cuenta que en España asistimos más bien a lo contrario, cabría pensar que los partidos debieran ejercer alguna influencia externa y de control sobre sus gobiernos, como, por ejemplo, sucede en el caso del PNV, pero la crisis madrileña muestra que el poder de los gobiernos, en caso de roces o discrepancias, es mucho más fuerte que el de los partidos. Si la democracia requiere poliarquía, aquí puede haberse perdido una oportunidad. Claro es que se trata de un asunto espinoso, pero los sucesos recientes han mostrado lo mucho que mandan los presidentes de gobierno, sean o no presidentes del partido que de habitual lo son, y la escasa fuerza que ha tenido el puro poder del aparato nacional para imponer sus criterios.
Un tercer asunto es el riesgo de que en los partidos se pierdan por completo las formalidades. No ha sido nada edificante ver cómo una marea creciente de dirigentes de todo tipo se ha considerado en condiciones de exigir la renuncia de una dirección elegida por un Congreso, al margen de lo que, al respecto, pudieran decir los Estatutos. Por graves que hayan sido los errores cometidos por la dirección del partido, supongo que así piensan los que han conminado a la dirección nacional a desaparecer, habría sido razonable actuar con contención. La indignación en política es muy importante, pero nunca debiera servir para arrumbar las formas. Ya dijo Ortega hace más de un siglo que entre nosotros, el mayor vicio de la política, junto con el particularismo, era la acción directa.
En esta misma línea cabe apuntar el afán de buena parte de la prensa más cercana a posiciones conservadoras por encontrar una solución rápida y acosar con exigencias fuera de lugar a quienes tenían que resolver el problema planteado. Ver a un periódico nacional afirmando que lo que habría que hacer es refundar el partido entorno a la figura de X no deja de causar un asombro notable. Si este periódico fuese un medio de influencia planetaria, amén de un boyante negocio, tal vez cabría alguna excusa a un proceder tan sorprendente, pero, por desgracia, no es el caso.
Por último, los acontecimientos han mostrado que en el PP quienes tienen alguna clase de capacidad política son los líderes regionales, los llamados barones, en especial cuando presiden el gobierno regional, y que estos barones no parecen resignarse a ningún recorte de su papel, lo que hace temer que se quede en nada el poder de los órganos formales del partido y, en el fondo, da píe a la sospecha de que el PP esté dejando de ser un partido nacional para ser una coalición de partidos regionales, una fórmula que no sería nueva en la derecha. Desde este punto de vista, ver cómo se ha arrollado a la dirección nacional, y cómo se ha obviado la función de los órganos estatutarios, no presagia nada bueno para el futuro del partido que podría llegar a verse reducido a una especie de partido bisagra que adopte unas políticas y unos pactos distintos, incluso contradictorios, en función de los intereses regionales que, por definición, tienden a ser diferentes en el norte que en el sur y en el este que en el oeste.
En política, como hemos visto en estas jornadas, nada es del todo cierto si se pregunta por el mañana, pero no cabe duda de que hay movimientos de fondo y que los políticos debieran tratar de contar con ellos para controlarlos. Una consideración que debiera preocupar al partido en el futuro, para terminar, es que el vaciamiento ideológico del PP, su tendencia a defender retóricas muy gastadas, a limitar el contacto con la sociedad civil, y a una cierta autarquía ideológica muy al margen de cualquier debate interno, hacen que la dirección nacional se haya convertido en una superestructura poco funcional que no ha sabido promover los debates que dotan a un partido de credibilidad por su capacidad de análisis y de anticipación. Me permitirán que retuerza, con buena intención, algo que dijo José María Aznar hace poco en Valladolid: si no se deja claro para qué, es bastante inútil esforzarse por llegar a la Moncloa.
Tal vez la llegada al poder de generaciones de jóvenes que, por sus orígenes profesionales en el partido, pueden llegar a confundir la política con una especie de escala de Jacob, olvidando que nadie es nada en política si no tiene algo nuevo y atractivo que ofrecer a los electores, sirva para explicar la anemia intelectual que ha padecido la imagen reciente del partido. Es posible que esa carencia resulte más onerosa para la función nacional de un partido que en sus expectativas locales o regionales, pero si la nueva dirección pretende ser algo más que un adorno en una federación de partidos locales debiera corregir con urgencia esa tacha que en otros momentos, ya lejanos, no había afeado la imagen política del PP.
Foto: European People’s Party.