«Ser o no ser… esa es la cuestión«, la primera línea del soliloquio del príncipe Hamlet de la obra homónima de William Shakespeare, es una de las preguntas ontológicas más conocidas de todos los tiempos. El interrogante del atormentado príncipe danés sigue teniendo la vigencia que solo los clásicos consiguen en esta época de incertidumbre y sobre todo de búsqueda de respuestas. Shakespeare, “Hamlet”, Heidegger, “El Ser y el Tiempo”, el drama, la filosofía y la existencia misma, parecen hoy diluirse entre la telepolítica y la telebasura, entre lo inmoral y amoral de una sociedad reblandecida por un bienestar débil y pasajero. Nada más relativo que el Ser y la existencia, su cuestionamiento y el peligro que corre, en estas primeras dos décadas del siglo XXI.

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Por distintos motivos, y hace tiempo ya, se duda de certezas naturales ancestrales: ¿Qué somos? ¿Quiénes somos? ¿Podemos ser lo que se nos ocurra? Para muchos parece que sí, empujados hacia un relativismo extremo y enfermo con tintes de libro de autoayuda en una fraudulenta búsqueda de supuestas libertades. El “Puedes ser lo que quieras” es el pilar y lema actualizado en los discursos políticamente correctos del “haz tu voluntad: será toda la ley” proclamado por el controvertido brujo Aleister Crowley, cuyo uno de sus seudónimos fue La Gran Bestia.

Nadie afirma que esto sea fácil, pero sí que es posible. Aún hay una oportunidad de oro para reorientar nuestro destino

En política, hoy parece que se puede ser una cosa y la contraria, a gusto, a discreción, por mero oportunismo cuyo único fin es el poder por el poder. Los principios y valores parecen licuarse y sus restos, entremezclarse con una esotérica psicología de masas, con el mercadeo y el eslogan vacío por bandera. En definitiva, un perverso negocio ocultista con apariencia de custodiar las cualidades y virtudes ciudadanas de una nación. Son tiempos de duda y oscuridad y en ellos tiene lugar este fenómeno.

En una reciente entrevista radiofónica el presidente Pedro Sánchez dijo que nunca ha mentido, sino que ha tenido “cambios de posición política en algunos asuntos de Estado”. También afirmó que a la hoja de servicios de su Gobierno “se le puede poner un notable como calificación”, y agregó: “No hemos gobernado con Bildu porque no hay ministros de Bildu en el Gobierno de España”. Con una gélida naturalidad -común en su persona- aseveró con convicción que “son públicas y notorias esas discrepancias que he tenido con la ministra de Igualdad (…) Intenté persuadir a la ministra Montero del error”, respecto a la Ley del solo sí es sí. Por todo lo dicho, podemos permitirnos diagnosticar que el Ser presidencial padece una forma de trastorno de identidad disociativo, un trastorno de personalidad múltiple que acaba con la coherencia y el contacto con la realidad.

Esa voluntad presidencial, la de ser una cosa y mañana otra, es la misma que la del ocultista Aleister Crowley, según la cual su voluntad es la única ley: una cosa es el Sánchez dirigente socialista, otra el candidato, el presidente del gobierno, jugador de baloncesto, personaje de su propia miniserie, líder internacional o entrevistador televisivo. Pedro Sánchez es un político fluido, poliédrico, multiforme, simbiótico, que adopta lo que sea necesario para complacer sus deseos, arrastrando a débiles acólitos y seduciendo a millones como un flautista de Hamelin posmoderno.

Se puede ser o no ser un hombre de palabra, confiable, honesto, integro, o lo contario, un mentiroso, falso, deshonesto o indigno sujeto. Ser o no ser. Y no solo Sánchez sufre esta dicotomía, lamentablemente. Enfrente -o a su lado- a Alberto Núñez Feijóo le sucede algo parecido. ¿Sabe o no sabe quién es? ¿Sabe o no sabe adónde va y a dónde llevar en su viaje hacia la Moncloa a millones de descontentos con esta situación política? Podemos preguntarnos con toda justicia ¿qué es el Partido Popular? ¿El PP es Ayuso, Guardiola, Mazón o Azcón? Y ahí también está la cuestión del Ser en lo que queda de los rescoldos de la hoguera de la llamada derecha sociológica.

España ha sido dirigida en estos últimos cinco años por una clase política perversa, amoral y dañina. Gobernada por aprendices de hechiceros que no repararon en las consecuencias de sus conjuros. A pesar de ello, muchos españoles y también quienes viven en esta tierra nacidos fuera de ella, todavía saben qué son, y quiénes son a pesar de la perversa ingeniería social de la disparatada corrección política. Eso sí, no hay que dar por ganada ninguna batalla de esta guerra cultural, habrá que seguir alertas, expectantes y también exigentes para poner fin, no al sanchismo, derogarlo o echar simplemente a Sánchez de la Moncloa, sino acabar con un ciclo político y social perverso que desintegra la esencia misma del Ser.

Nadie afirma que esto sea fácil, pero sí que es posible. Aún hay una oportunidad de oro para reorientar nuestro destino. Hay una mayoría de españoles sensatos, con sentido común que está aquí, hombres y mujeres que saben lo que realmente son, gente de bien que ama su tierra, sus raíces, su cultura, su identidad y su libertad. Ante el ser o no ser, ante el relativismo y la duda o el determinismo catastrofista optamos por la libertad, que nos permite elegir el camino correcto y salvaguardar lo que auténticamente somos.

Foto: Mikes-Photography.

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