Es triste que ni siquiera las exhibiciones de incompetencia de nuestras administraciones, como la de estos días en el sudeste de España, sirvan para que los españoles caigamos en la cuenta de que la democracia no ha servido para evitar un Estado desmedido, disfuncional e inoperante. Claro es que es difícil reparar en algo así cuando vemos que, pese a la inmensa tragedia, abundan los que sólo piensan en seguir con lo de siempre, con el fútbol de los domingos, las informaciones sobre cómo folla el personal (famosillos en general) y las lecciones de nutrición, salud y sexo a cargo de influencers que ocupan cada vez mayores espacios en la prensa que se supone seria, sin que afloje la tendencia de los politizados a echar la culpa de todo a los del otro bando y a inventar explicaciones bastante subnormales sobre lo que ha pasado. Pareciera como si siguiese muy lejos de nosotros la funesta manía de pensar.
Lo de nuestras autoridades es de traca. La ministra de Defensa, que solía pasar por seria, ha declarado que la UME no ha podido utilizar todo el personal que ella, muy generosa, pensaba desplegar, porque estos efectivos no han podido llegar al teatro de la catástrofe. ¿No le da vergüenza una explicación tan lela? ¿Nos dice en serio que una unidad militar no puede llegar al lugar en que es necesaria porque no tiene los medios para hacerlo? ¿pero qué clase de unidad es esa que no es capaz ni de despejar una carretera o de cruzar un torrente? Apuesto que la explicación es una mentira estúpida, aunque no descarto del todo que su ministerio no haya sido capaz de dotar adecuadamente a estas unidades. Se ve que la ministra piensa que una vez que la gente de a píe retire los coches y el barrizal, los militares, con ella a la cabeza, podrán acercarse un poquito más a los lugares del desastre.
¿Llegaremos a ser alguna vez los españoles capaces de exigir a nuestros gobiernos y administraciones que se ocupen de lo importante y que dejen de usarnos para organizar batallitas culturales y morales que sólo sirven para sobrelegitimar el poder de los partidos y la irresponsabilidad de los gobiernos?
Politiquillos de uno y otro tipo han estado dedicados a insinuar que la culpa de la desastrosa respuesta pública al desastre no ha sido de ellos, que si aquel no apretó el botón o el otro no dijo que la cosa era grave. Es de auténtica vergüenza que este espectáculo de acusaciones partidistas sea lo que más claro se ve a través de la ausencia del menor plan y la absoluta incapacidad mostrada para hacerse cargo de una tragedia como la que padecemos.
Tampoco se libran del ridículo ese innumerable corro de entidades que no han sabido estar a la altura de la tragedia colectiva. La Liga de fútbol que no se ha dado cuenta de que es inmoral celebrar partidos cuando los cuerpos de centenares de españoles no han encontrado sepultura y cuando una región enorme del territorio español está incomunicada por carretera y ferrocarril. Muchísimas empresas de buen tamaño que viven del esfuerzo y el consumo de la gente que sufre no han tenido la menor iniciativa y ha habido Bancos que han tenido la desvergüenza de afirmar que iban a perdonar las comisiones de los cajeros… que nadie en muchos kilómetros podrá usar durante semanas.
La desfachatez política llegó a no suspender un pleno del Congreso para aprobar a toda prisa una norma que permitirá a una docenita de enchufados llevarse más de 100.000 euros por aconsejar a la TV pública, al parecer tan ayuna de directivas. Pero todo esto son detalles menores ante el pasmo que produce la insolente decisión de no haber declarado un estado de alarma justificadísimo para atender con todos los medios a los mil aspectos de esta catástrofe tratando de afrontarla de la manera más pronta y eficaz. Hubo estado de alarma para meter en cintura, si es que se ha hecho, a unas docenas de controladores aéreos, pero no lo habrá cuando hay centenares de muertos sin enterrar, un número desconocido de desaparecidos, gente sin agua ni alimentos, infinidad de viviendas destruidas, miles de personas sin teléfono ni electricidad y tan aisladas del resto de España como si estuvieran en la Antártida. Un verdadero escarnio.
No espero gran cosa del Gobierno de Sánchez ni del ridículo e ineficaz laberinto competencial que hemos montado con la disculpa de dar autonomía a distintas zonas de España, pero lo que estamos viendo deja como optimistas enloquecidos a los más escépticos con la supuesta eficacia de nuestras administraciones. No tengo otro remedio que recordar de nuevo el espléndido libro del recientemente fallecido Alejandro Nieto en el que alertaba, ya hace más de treinta años, contra “la organización del desgobierno”; lo que estamos viendo es una prueba palpable del desastre administrativo en el que vegetamos: gasto brutal, endeudamiento inmoral, incompetencia técnica, contradicción, solapamiento, politización, privatización del poder administrativo por parte de los funcionarios que trabajan, sobre todo, para sí mismos, etc.
Para tratar de tapar todo esto y disculpar el desastre político y administrativo que padecemos pronto surgirán los agoreros que le echen la culpa de todo al cambio climático, que es la gran disculpa de las políticas “imaginativas” y “proféticas” que no quieren someterse al control de la opinión porque buscan imponer una supuesta verdad científica a martillazos… aunque el mundo se venga abajo. No negaré que haya cambio climático y que haya que procurar combatir sus malos efectos y todo lo que ustedes quieran, pero en el sudeste español vienen produciéndose estas avenidas destructoras desde mucho antes de que nadie hablase ni del clima ni de nada parecido. Hay registros terribles hace siglos. Lo que no se puede decir es que lo que ha pasado era inevitable y es muy fácil entender por qué.
Cuando las famosas inundaciones de Valencia en 1957 se ideo un plan que pudiera evitar las consecuencias de futuras riadas. De esa fecha son el nuevo cauce del Turia y las presas de Benageber y Forata, que han sido determinantes para disminuir en alguna medida el brutal impacto de la gota fría de estos días, aunque no han sido suficientes, entre otras cosas porque, casi setenta años después, todavía no se ha construido la presa prevista en el sudeste de la región que sería la que hubiese permitido contener avenidas como la reciente y superiores. ¿Se hará ahora o seguiremos haciendo monerías en homenaje al cambio climático sin mirar seriamente por la vida de las gentes?
Se tratará de una obra cara, sin duda, y es probable que impopular entre algunos ecologistas que desearían que volviésemos al paleolítico para que el planeta reviviese en todo su esplendor, pero con todo el gasto que suponga no será comparable a la debacle económica y humana que nos acabará dejando el desastre que ahora padecemos.
¿Llegaremos a ser alguna vez los españoles capaces de exigir a nuestros gobiernos y administraciones que se ocupen de lo importante y que dejen de usarnos para organizar batallitas culturales y morales que sólo sirven para sobrelegitimar el poder de los partidos y la irresponsabilidad de los gobiernos?
Los españoles de a píe estamos dando un ejemplo reseñable de solidaridad, como lo muestran esas colas de voluntarios que tratan de remediar la ausencia de los técnicos y empleados públicos que tendrían que estar desde ya combatiendo in situ los efectos de esta catástrofe, pero tendremos que darnos cuenta de que no basta con esa solidaridad primaria, buena por descontado, porque tenemos que aprender a exigir responsabilidades a quienes gobiernan e imponer una vigilancia seria sobre la manera en la que gastan las inmensas cantidades de dinero con las que se lo pasan tan bien mientras nos arruinan cada día un poco más.
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