Tzventan Todorov en Artistas y dictadores analiza la obsesión de los dictadores por controlar el arte y ponerlo al servicio de sus objetivos de dominación política. Como ponen de manifiesto autores tan diversos como Heidegger, Schopenhauer o Badiou el arte se convierte en un medio que posibilita el acceso a la verdad, de ahí la necesidad de controlarlo. Carlos Granes en El puño invisible pone de manifiesto también como el propio arte, por ejemplo la vanguardia futurista italiana, a veces se pone al servicio del poder dictatorial para trasladar al mundo de la vida su utopía artística

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Por otro lado el propio artista, entendido como genio que opera al margen de cualquier norma o convención, se convierte en el paradigma a imitar por parte del dictador. Si el artista trabaja con unos materiales (lienzo, partitura…), el dictador opera con otro “material”, las masas, a las que somete y maneja a su antojo como si fueran los “materiales pictóricos” sobre la base de los cuales el dictador erige su “obra de arte política”. Esta megalomanía artística está en el origen de buena parte de los desaguisados a los que nos han tenido acostumbrados los dictadores de entonces y los de ahora. Si Ceaucescu pareció empecinarse en industrializar Rumania a toda costa, hasta convertir al país en una gigantesca fábrica vacía e inoperante, Mao no dudó en exterminar y reeducar a buena parte de su población durante la Revolución Cultural en pos del sueño agrarista del maoísmo.

La agenda 2030 constituye una alianza en toda regla que se basa en la promesa de un mundo “mejor”, “más sostenible”, “más equitativo”, “más inclusivo”… Pero todas estas promesas de la alianza globalista llevan aparejadas el reconocimiento de una deuda cuyo pago se traduce en una serie de limitaciones patrimoniales y personales cada vez mayores

La nueva dictadura global in pectore tiene también su obra artística de carácter político in fieri: la agenda 2030 con la que pretende llevar a cabo una labor de ingeniería social a escala planetaria  con unos objetivos tan ambiciosos como indisimulados. Dicho programa constituye una verdadera inversión a escala planetaria del proyecto hegeliano esbozado en su Filosofía del derecho en la que se contemplaba un escenario de avance progresivo de la libertad en favor de cada vez un mayor número de personas. La agenda 2030, también imbuida de un cierto espíritu teleológico-hegeliano, busca justo el objetivo contrario: la reducción progresiva de nuestras libertades hasta el punto de convertir el mundo en una distopía neofeudal donde unos pocos señores de la tierra (grandes corporaciones, más una nueva superpotencia) impongan un modelo de vida basado en dos características: por un lado la subsistencia, a la que quedarán condenados el 99% de la población, mientras que el privilegio de la acumulación quedará reservado para el 1% restante.

Deleuze y Guattari en el Anti-Edipo toman la idea de Nietzsche de que la deuda en las sociedades primitivas no deriva de una relación de intercambio sino del de una alianza. En virtud de dicha alianza el endeudado se compromete a responder de una determinada manera en el futuro ante las exigencias que le plantee su señor. En los pueblos primitivos esta alianza tenía una traducción material; un marcaje sobre el propio cuerpo del endeudado que le recordase indefinidamente la deuda que había contraído con su benefactor.

La agenda 2030 constituye una alianza en toda regla que se basa en la promesa de un mundo “mejor”, “más sostenible”, “más equitativo”, “más inclusivo”… Pero todas estas promesas de la alianza globalista llevan aparejadas el reconocimiento de una deuda cuyo pago se traduce en una serie de limitaciones patrimoniales y personales cada vez mayores.

Todos los impuestos confiscatorios, las limitaciones a la libertad de movimientos, las limitaciones a la expresión de ideas contrarias al consenso globalista son manifestaciones del pago de esa deuda que lleva aparejada esa alianza implícitamente establecida por los poderes fáctico-globalistas.

Las subidas indiscriminadas de las facturas de la luz en España se justifican por parte de los propagandistas de la dictadura globalista ecológica in pectore como el “pago” necesario para garantizar la sostenibilidad del planeta y el cumplimiento de la promesa de ese “idílico” futuro sostenible, inclusivo y equitativo.

La dictadura globalista pretende imponer su agenda transformadora que dé cumplimiento a su alianza a través de lo que Zizek caracteriza como un gobierno axiomático. Con esta expresión Zizek defiende una forma de gobierno autoritario que impone una serie de asuntos por ser incuestionables. Con esta analogía matemática Zizek aboga por una forma contemporánea de gobierno del terror jacobino que para salvaguardar el poder democrático instaure medidas anti-democráticas en una forma de ejercicio de un paternalismo despótico.

Rancière caracteriza a la política como una forma de régimen estético. Por estética no se está refiriendo a una filosofía de las artes sino que toman la noción griega de aisthesis para referirse a lo sensible. La política tiene que ver con lo sensible pues es un mecanismo a través del cual se impone un reparto de lo sensible. En dicho reparto ciertas cosas se visibilizan y otras se ocultan. Para Rancière, un rabioso anticapitalista, en el régimen estético-político del capitalismo se silencia la voz de los sin parte. A una parte de la humanidad se la priva del logos y se la confina a la mera posesión de una mera phoné (una capacidad para emitir sonidos como la de los animales…). Al sustraer al demos  su logos la política deviene en lo que él llama policía o pura administración que oculta la desigualdad en el reparto de lo sensible.

Un poco esto último es lo que deviene con la axiomatización de la política derivada de la dictadura globalista in pectore. Una sustracción del poder del demos que pasa a devenir un gobierno de los principios. Los estados nación se convierten en meros gestores de los principios axiomáticos de la agenda globalista, la cual no se discute sólo se impone.

En un acertado comentario a mi anterior artículo donde tomaba la idea helenística del vivir de otro modo como una posible alternativa a la dictadura silenciosa, que en este artículo caracterizamos como un gobierno axiomático, se hacía referencia a un hecho que no le pasaba desapercibido a un avispado lector: la omisión de la tradición liberal.

Ciertamente no soy demasiado optimista respecto a las posibilidades de que la tradición liberal pueda contribuir en demasía a revertir este escenario tan inquietante que se presenta. El liberalismo ha entendido que tanto el conservadurismo como el comunismo clásico son enemigos mortales del modelo económico no intervencionista. Por otro lado buena parte del liberalismo ha entendido el movimiento woke y el identitarismo de género como manifestaciones de la autodeterminación individual. La axiomática liberal no cree en tesis foucaultianas de poderes invisibles que configuran las subjetividades al margen de la propia volición del individuo. La sociedad liberal a lo sumo tendrá que buscar maneras de permitir la coexistencia de identidades plurales pero jamás podrá cuestionar la legitimidad de ciertas pretensiones identitarias sobre la base de nociones metafísicas como las de naturaleza humana o tradición. Como antiguo creyente del dogma liberal y ahora devenido en agnóstico de la política no puedo dejar de contemplar con estupor como yo mismo contribuí a defender una globalización que ha generado monstruos totalitarios como las Big Tech que se aprovecharon de la defensa liberal del mercado y de la sociedad abierta para afianzar su posición en un mundo cada vez más globalizado. Ahora desde la preeminencia y el control cuasi absoluto de las vías tecnológicas que hacen factible la libertad de expresión en un mundo globalizado se alinean con los totalitarios de siempre para lograr ocupar ese 1% al que se le permitirá la acumulación infinita en esta nueva alianza globalista axiomática.

Foto: camilo jimenez.


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