Hans Litten fue un famoso abogado alemán de finales de la república de Weimar. Es fundamentalmente conocido por sus intentos de ilegalización el partido nazi. Litten intentó probar judicialmente que el partido nzai no sólo conocía sino que alentaba la violencia ejercida por las camisas pardas de las S.A contra sus enemigos políticos. En mayo de 1931 logró llevar a Adolf Hitler a declarar ante los tribunales en el llamado juicio del palacio de Eden, donde se juzgaba a un grupo de camisas pardas por intento de asesinato.
Litten era un brillante orador y abogado, lo suficientemente hábil como para conseguir desenmascarar al psicópata, coautor del famoso Putsch de Munich, y que a comienzos de los años 30 quería mostrar al mundo que el partido nazi había abandonado los métodos violentos para acceder al poder. La intervención de Litten en dicho juicio, su posterior encarcelamiento y tortura en el campo de concentración de Sonnenburg, junto con sus ideales izquierdistas no contaminados por ningún tipo de vinculación conocida con el estalinismo, contribuyeron a que la memoria de Litten fuera rehabilitada en Alemania tras la caída del muro.
Una buena parte del tratamiento desigual que reciben los totalitarismos del siglo XX en los libros de historia, los productos culturales o el debate político tiene su origen en que no solo los marxistas han asumido este relato, sino que incluso muchos de los anti-marxistas también lo han hecho
Litten simboliza el ideal del intelectual comprometido con las grandes causas, de tendencias progresistas pero de talente independiente, que demuestra que si en Weimar hubieran existido algunos pocos más como él tal vez la barbarie nazi jamás hubiera acontecido. Esta es la imagen que ha pretendido trasmitir la BBC en un famoso documental en el que narra el final de la república de Weimar y el desmantelamiento del sistema legal garantista de la república una vez que Hitler accedió al poder. Durante los meses siguientes se completaría la consolidación del cruel totalitarismo nazi y la erradicación de cualquier vestigio del imperio de la ley en Alemania. El documental de la BBC también pretende insinuar que nuevos Litten eran necesarios en Francia, Polonia, Hungría o en los Estados Unidos de Donald Trump para evitar la demolición del edificio democrático por medio de fuerzas políticas, aparentemente democráticas, pero dispuestas a transformar el sistema legal y constitucional para convertirlo en dictaduras de corte totalitario.
El documental, como no podía ser de otra manera en estos tiempos en los que el comunismo sea normalizado, pasa por alto un hecho: el papel que el KDP (partido comunista alemán) tuvo en la desestabilización del régimen de Weimar. Su carácter violento y su vinculación al estalinismo. Litten como muchos otros intelectuales de su tiempo, como Orwell, tuvieron el coraje y el acierto de prever el riesgo que para las democracias liberales de entreguerras presentaba el fascismo. Sin embargo muchos de ellos obviaron o se dieron cuenta demasiado tarde del horror del totalitarismo comunista. Los nazis instalaron un régimen de terror y asesinato político y racial masivo entre 1933 y 1945. Los comunistas entre 1917 y 1991 cometieron genocidios, violaciones masivas de derechos humanos y exhibieron impunemente los atributos de un poder totalitario sin que buena parte de la intelectualidad del llamado mundo libre alzaran su voz.
La causa última de este fenómeno radica no tanto en las peculiaridades biográficas de los Sartre, Merleau-Ponty, Russell u Otto Neurath sino fundamentalmente en el carácter de religión política del marxismo. Mientras que el fascismo y el nacional-socialismo eran ideologías políticas paganas herederas del “asesinato” de Dios cometido por Nietzsche, el marxismo siempre fue en el fondo, por debajo de esos ropajes de supuesta cientificidad, lo que Eric Voegelin llamó acertadamente una religión política. Su persecución de la religión no obedeció tanto a un materialismo ateo cuanto a la necesidad de eliminar cualquier otra religión que rivalizase con su proyecto de traer la salvación al mundo a través del establecimiento de un modelo nuevo de sociedad y la creación de una nueva naturaleza humana.
El izquierdismo marxista siempre fue heredero de una visión de la historia agustiniana según la cual en el proceso histórico que culminaría con la parusía convivirían dos ciudades: la de Dios y la de los hombres: el pecado y la santidad. La vieja idea de la iglesia como “sancta et meretrix” pasó a engrosar el acervo conceptual del marxismo. Algunos desarrollos históricos del marxismo podían fracasar y algunos marxistas podían ser asesinos pero en la historia de la salvación marxista podían convivir esas dos ciudades, la salvadora y la pecadora. Este gnosticismo que permea el marxismo de arriba abajo explica fenómenos como que la exaltación de simbología comunista sea habitual hoy en día en buena parte de los países occidentales sin que esto cause escándalo alguno.
Un autor maldito dentro del marxismo en su dúa y hoy objeto de glosas y alabanzas en el gulag universitario es Walter Benjamin. Benjamin se dio cuenta del carácter religioso del marxismo y de las posibilidades que esto ofrecía para su expansión futura. Tomó de la tradición judía rabínica la importancia del culto a la historia de la salvación y a la memoria. La victimización de la propia historia es lo que había permitido mantener la identidad del pueblo judío pese a las sucesivas diásporas. La consideración de este como el único pueblo elegido habría permitido que este mantuviera la fe pese a haber sido perseguido, calumniado e intentado erradicar en diversos momentos de la historia. Benjamin, a diferencia de lo que pensaba Spinoza en su Tratado teológico Político, consideraba que el apego a la memoria, a la tradición y el cultivo de la idea del pueblo elegido, era lo que había mantenido viva la identidad judía. El marxismo si quería sobrevivir en el futuro debería adoptar la misma narrativa y presentarse como víctima y no como lo que en realidad fue: verdugo.
Una buena parte del tratamiento desigual que reciben los totalitarismos del siglo XX en los libros de historia, los productos culturales o el debate político tiene su origen en que no solo los marxistas han asumido este relato, sino que incluso muchos de los anti-marxistas también lo han hecho. Muchos liberales renuncian a esgrimir argumentos empíricos, cual neokantianos, para refutar el marxismo y prefieren hacerlo a priori, de una forma apodíctica que demuestre la imposibilidad del cálculo económico bajo el socialismo o lo tautológico de su filosofía de la historia.
El famoso debate acerca del centrismo que permea los debates existenciales de los liberales de centro está íntimamente vinculado con esta cuestión: hasta qué punto los “moderados” asumen que el marxismo no está equivocado en sus fines sino tan solo en sus medios.
El izquierdismo marxista o post-marxista está tan acostumbrado a que todo el mundo asuma su superioridad moral que el surgimiento de fuerzas políticas o políticos que no lo asumen les desconcierta tanto como les irrita. Se han acostumbrado a que todos los grandes héroes, los grandes intelectuales y las grandes causas sean las suyas que ya no soportan que surjan intelectuales como Jordan Peterson o Douglas Murray que destapen sus vergüenzas. Tampoco toleran que surja una Isabel Díaz Ayuso o un Santiago Abascal que les confronten con su historia criminal. La izquierda pretende seguir instalada ad eternum en la coartada escatológica de las dos ciudades de raigambre agustiniana.
Foto: rdesign812.