Con esta frase la señora Montserrat Bassa, diputada en el parlamento español en representación del partido Esquerra Republicana de Catalunya, anunciaba su decisión y la de sus compañeros de partido de abstenerse en la votación que minutos más tarde tendría lugar, facilitando así la elección del señor Pedro Sanchez como nuevo presidente del gobierno español. Deseo que no sea un augurio. Deseo que se trate únicamente de un arrebato de sinceridad por parte de alguien que no quiere, que no se siente española y, por tanto, manifiesta su indiferencia frente a lo que en España pueda pasar. Al menos en la España que ella concibe.
Y mi deseo es sincero. Nada peor y menos deseable que un Estado omnipresente y poderoso como el nuestro en situación de ingobernabilidad, que no es lo mismo que la de ausencia de gobierno. En ausencia de gobierno, las instituciones sociales y jurídicas mantienen su funcionamiento y garantizan – lo hemos visto en los últimos meses de provisionalidad- la capacidad gestora, protectora y garantista del Estado. Por el contrario, la ingobernabilidad se acerca más al caos, que impediría tomar decisiones ejecutivas que pudieran ser necesarias llegado el caso. Por ejemplo, en la defensa de justamente esas instituciones que garantizan la libertad y seguridad de todos. Ingobernabilidad que podría llevar a gestos desesperados, intentos de utilización de las instituciones de todos para generar y ahondar divisiones y frentes.
¿Frentes? ¿Divisiones? Todos hemos asistido en los últimos días a un aquelarre de frentismo cainita tan espantoso y por momentos bochornoso, que uno ya no sabe si la ingobernabilidad o la ausencia de gobierno no serían preferibles al gobierno de progreso que nos ha caído desde la liturgia del voto hace unas semanas. Si aderezamos el coktail cainita – tan nuestro – con unos cubitos de “qué hay de lo mío”, unas gotas de “tengo una cartera para ti” y dos raspaduras de “yo soy el verdadero demócrata” tenemos la receta perfecta de la estulticia política, esa que nos ha llevado a ser el espanto de muchos inversores, látigo fiscal de emprendedores, burla obscena de enfermos desesperados en interminables listas de espera y personas dependientes, esbirros adoctrinados en un sistema educativo enfermo y anticuado, comprendedores de asesinos que fueron malos pero ahora son buenos y gemidores profesionales en busca de la dádiva estatal -dicen que gratuita-, la silla funcionarial o cualquier otro unicornio que nos prometa una vida feliz, segura y sin esfuerzo. Sobre todo, sin esfuerzo, no sea que ello nos convierta en ricos y ya sabemos que la riqueza contamina, calienta el planeta y es insostenible además de injusta y generadora de desigualdades.
El pacto PSOE-Podemos es un programa de enajenación, de embargo, de eliminación de la propiedad. Por ello es un sistema de represión de las libertades. Se disfraza de ecologismo, de seguridad social, de justicia impositiva, de pensiones, pluralidad y reformismo
No, es preferible ser indolente, resignado, dependiente, reivindicador del propio victimismo, aunque sea inventado. A lo largo de los siglos se ha ido consolidando un sistema social basado en la dependencia voluntaria. La mayor parte de los “españoles” del medievo dependían desde su nacimiento -y para ello bastaba con nacer- del señor feudal correspondiente. La subsistencia no se basaba en los frutos del propio trabajo sino en la arbitraria voluntad del “señor”. Más tarde, los “dueños” dejan de ser los “señores” y pasan a ser los “señoritos”, o los caciques, o como quieran llamarles. Tal vez, alguno de nuestros sesudos lectores pueda mostrarnos una época en la historia de nuestro país en la que menos del 50% de sus habitantes viviesen como “hombres verdaderamente libres”. Yo no la he encontrado.
¿Y hoy?, ¿acaso no somos libres? Seguimos siendo “españoles” por el hecho de nacer, casualmente, dentro de los límites del Reino de España. ¿Y por mor de esa “casualidad” debemos rendir tributo … al señor, al señorito? No, al nuevo dueño: al Estado. Resignados nos conformamos con la ilusión de democracia. La gran ventaja: puedo votar qué grupo de presión administra la “finca” en la que trabajo. Dado que en España la opción es vasallaje resignado o vasallaje resignado, (¿alguno de ustedes ha escuchado algún discurso en esta investidura que abogue por la emancipación individual? ¿por la responsabilidad individual?) se vota en función de otros criterios: ser más o menos cristiano, ser más o menos rojo o azul, ser más o menos catalán o gallego o español, ser más o menos tolerante con cruces y pañuelos, …. tolerancia … ¿Todos católicos? ¿todos ateos? ¿todos en catalán? ¿todos en español? ¿Realmente queremos todos que todos sean como nosotros? ¿Realmente queremos todos que exista una instancia que nos imponga una determinada forma de uniformidad? ¿en nombre de una supuesta “igualdad”? ¿Acaso no es eso, lo “justo”, lo “bueno”, lo que llevamos generaciones aprendiendo en la escuela? ¿y quién dicta qué ha de aprenderse en la escuela?
Tal vez el ensayo más conocido de Immanuel Kant sea su ¿Qué es la Ilustración?, en el que podemos leer que la esencia de la Ilustración consiste en la liberación de la razón de su inmadurez autoinfligida. Nuestra propia pereza y miedos hacen que la decisión de mantenerse inmaduro sea fácil: “¡qué conveniente es dejar que otros decidan por usted! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo.»
Para un hombre que nunca se convirtió en padre, Kant estaba inusualmente familiarizado con la forma en que los niños aprenden a caminar. Para aprenderlo, el niño no puede evitar tropezar y caerse. Proteger a los niños de lesiones menores manteniéndolos en el andador los mantendría dependientes y torpes. Kant no se refería a padres helicóptero y sobreprotectores, sino a los estados autoritarios que tienen gran interés en fomentar la inmadurez de sus ciudadanos.
El gobierno de progreso que nos han prometido ayer, 7 de enero de 2020, representa a la perfección todo aquello que abominaba Kant en quienes denostaban o no entendían los principios emancipadores de la Ilustración. El gobierno de progreso de Sánchez, infectado del comunismo bolivariano de Iglesias, institucionaliza, da carta de “existencia” a la imagen del hombre incapaz de resolver por sí mismo las dificultades que plantea la vida cotidiana, incapaz de actuar desde su propia responsabilidad. Se alimenta de nuestra cobarde connivencia, de la complacencia con que aceptamos como bueno un sistema de seguridades público, regulado y obligatorio.
Proteger al débil, dicen. Y no dudan en presentárnoslo como una bendición, un logro en el camino hacia la felicidad de los humanos. El problema es que para ello nos convierte a TODOS en débiles, incapaces, en irresponsables subsidiarios o en supuestos irresponsables. El precio a pagar es altísimo ya: trabajamos medio año, todos los años, para mantener el enjambre de burócratas y políticos que viven de diseñar nuestro infortunio primero, nuestra “salvación” después. El precio es más de la mitad de lo que generamos con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo. Y todo parece indicar que ese precio seguirá aumentando.
El pacto PSOE-Podemos es un programa de enajenación, de embargo, de eliminación de la propiedad. Por ello es un sistema de represión de las libertades. Se disfraza de ecologismo, de seguridad social, de justicia impositiva, de pensiones, pluralidad y reformismo. Muchos no reconocen tras esas vestiduras la verdadera amenaza que supone entregarnos a lo fácil: nos convertimos en incapaces para solventar lo difícil, pasamos a depender del Estado y pagamos la “protección estatal” con nuestra libertad.
Si estos son los frutos de la gobernabilidad prometida, tal vez deba decir con la señora Bassa que esta gobernabilidad de España me importa un comino. Prefiero la incertidumbre a la certeza de un Estado manejado desde el sanchismo.
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