Una imagen vale más que mil palabras, dice refrán y si lo dice un refrán, algo tendrá de cierto. Aun así, y pese a que hablan por sí solas, no me resisto a comentar las fotografías que estos días han sido publicadas en los distintos medios de comunicación a raíz de las reuniones que tuvieron lugar en Bruselas para acordar el rescate de la Unión Europea a los países más afectados por la pandemia. Me importa bien poco si el montante asciende a uno o a trescientos mil millones de euros. Tampoco creo que les falten análisis grandilocuentes en medios de todo pelaje sobre las condiciones impuestas para acceder a los fondos. Eso lo dejo para los sesudos analistas económicos y políticos de los que andan sobrados nuestros medios de comunicación y nuestros bares. Digan lo que digan, vamos a pasar las de Caín en los próximos meses. Eso ya ni cotiza.
A mi me interesa salir de la burbuja nacional por un momento, centrarme en los gestos y en la composición de tantas fotografías como se agolpan en los medios. Son demoledoras. No se trata solo de señalar una mesa de reuniones en la que todos se aprestan para tomar notas menos el presidente de España, que no lleva papel o boli, si no de navegar por el lenguaje corporal que se vislumbra en cada fotografía de grupo tomada al azar, evitando la pose. Mientras unos charlan más o menos animados o circunspectos, Pedro Sánchez aparece a un lado, solo en muchas ocasiones, mirando su teléfono móvil o tocándose la mascarilla. Pareciera el invitado tímido y novel que no sabe de qué va la fiesta.
Por mucho que algunos se empeñen en mostrar imágenes en redes sociales y periódicos afines de un presidente sonriente y animado, la realidad es que la imagen gráfica no miente y el líder del PSOE es un pez fuera del agua en el acuario internacional. España, que en tiempos tuvo su peso, qué duda cabe, en el devenir mundial, hace ya muchas décadas que, pese a ser una importante economía en Europa y en el mundo, carece del más mínimo poder de decisión en círculos internacionales. No hay más que repasar el álbum de los últimos días.
No contamos nada, porque nos hemos condenado al ostracismo, por llevar demasiado lejos las ansias del colectivismo. En Europa saben que no se puede estirar demasiado la cuerda o se rompe, por lo que hay que ser cuidadosos a la hora de expoliar al ciudadano
Es evidente, que el relato será otro. Hartos estamos de señalar la importancia que tiene hoy en día la forma en que se cuentan las cosas y lo bien que esto lo saben los asesores de cabecera del gobierno. Todo se presenta como una victoria, pero los tragos que vamos a pasar serán sin duda los más indigestos desde la posguerra, por mucho bicarbonato que nos embutan. Las buenas noticias que comienzan a aparecer sobre posibles vacunas contra el maldito bicho son solo el pistoletazo de salida del ascenso más duro al puerto más alto, duro y siniestro de esta macabra carrera ciclista que nos han montado.
Tampoco hay que olvidar que la Unión Europea es el paradigma de la burocracia inútil, el estatismo llevado a su máxima expresión. Una especie de consejo de sabios que no saben de nada más que mercantilismo y autocomplacencia, la carísima encarnación de creerse el ombligo del mundo y no parar de mirárselo. Para que el teatro siga funcionando hay que seguir ordeñando al contribuyente, pero sin ahogarlo, eso lo saben bien en Alemania o Suecia, por decir dos, y el amigo Sánchez es un incordio también para esto. Cuando decidieron abandonar la estupenda idea que suponía la CEE para convertirnos en el monstruo multicéfalo de la UE, aquellos gobernantes soberbios, que dieron el paso y nos vendieron los sacos de humo, que pensaban que todo se podía solucionar a golpe de directiva europea, obviaron una vez más los hechos y la Historia de muchos compañeros de travesía, y ahora lo pagan Merkel y compañía, con un incomodísimo compañero de viaje, que amenaza con echar por tierra su sueño de una burocracia todopoderosa, que finiquite los males del mundo. No es la primera vez.
No contamos nada, porque nos hemos condenado al ostracismo, por llevar demasiado lejos las ansias del colectivismo. En Europa saben que no se puede estirar demasiado la cuerda o se rompe, por lo que hay que ser cuidadosos a la hora de expoliar al ciudadano. Lo malo es que pese a todo Sánchez y compañía seguirán yendo como en las fotos, por su cuenta, solos y quizá meditabundos, pero aplicando su jarabe de palo socialista. Que nadie se engañe a los países que hicieron los deberes en su día, les importa una higa lo que nos pase a los españolitos, de lo que se trata es de que no se les desmonte demasiado el tinglado europeo y, por suerte o por desgracia España, que sigue teniendo cierto peso económico en el mundo, tiene empresas que trabajan con empresas de otros países de la UE. Esto es lo único que preocupa, me temo, a los prebostes del Viejo Continente.
En la familia europea nos ven y nos tratan como al adolescente nini que juega con el móvil ajeno a las cosas de los mayores, mientras los adultos discuten y deciden qué hacer con la vida del crío. Un adolescente arrogante que está decido a demostrar que esta vez el socialismo si va a funcionar porque lo dirigirá él. No ha generado un maldito euro en su vida, pero disfruta jugando con su granja de hormigas, porque puede aplastar alguna de cuando en cuando, solo por ver cuanto resisten el resto. Lleva más de cuarenta mil aplastadas y nadie lo envía a su cuarto. De niño hacía gracia, ahora, con más de metro noventa, da pena. No hay más que verlo, que una imagen vale más que novecientas cincuenta y tres palabras.
Foto: Pool Moncloa / Fernando Calvo y Pool Consejo Europeo