¿Qué es la izquierda? Y ¿qué es la derecha? ¿Debemos responder las dos preguntas por separado, o nos vale con despejar una de ellas para que la otra se responda como un corolario? Y, sobre todo, además de resolver una cuestión terminológica, ¿tiene alguna importancia cuál sea la respuesta?
En principio, alguna relevancia debe tener, pues son términos que utilizamos con asiduidad en nuestras conversaciones, y que marcan el espacio que ocupa cada partido político, cada medio de comunicación, cada personaje público y cada uno de nosotros en el espectro político.
También sirve para entender por qué quienes son de izquierdas y de derechas chocan en cuestiones que, en principio, tienen escasa relación entre sí. ¿Por qué chocan en torno al salario mínimo, pero también sobre el aborto, y sobre la promoción de la cultura, y sobre la corrección política, cuando son todas cuestiones en principio independientes unas de las otras? De este modo, también le sirve a cada uno para entender por qué alberga un conjunto de ideas, y no otro.
La derecha ve los planes de la izquierda como un ataque sistemático a los derechos actuales, que son fruto del pasado. La izquierda ve la resistencia de la derecha como un ataque a los derechos futuros que ella va a traer
También sirve para situarnos en un momento de turbación. Izquierda y derecha han mutado en los últimos años, más la primera que la segunda, y antes. Son cambios que vienen acompañados de su propio neolenguaje. La izquierda, esa es una de sus señas de identidad, cree que puede cambiar la realidad con palabras. Y por tanto cambia el sentido de las palabras como quien elige otro molde con el que ahormar la masa, en este caso social. Y ya nos estamos adelantando, pues, ¿qué es la izquierda y qué la derecha?
Vamos a acercarnos a la respuesta de forma fractal, mostrando que la parte se parece al todo. O en espiral, dando vueltas sobre las mismas ideas, a veces acercándonos al núcleo de ellas, a veces separándonos. Y todo ello sin marearnos. Para ello voy a partir de las ideas que esbocé en un artículo escrito hace casi una década, y que me dejó una incómoda sensación nada más publicarlo de que había hecho el trabajo sólo a medias, porque se me había escapado algún que otro hilo de este sayal.
Empecemos desde el núcleo de la cuestión: la izquierda es una pretensión sobre la realidad, la del hombre y la de su vida en sociedad. La izquierda quiere someter a la sociedad a un esquema elaborado desde la razón, mientras que la derecha se opone a ello. Por eso la derecha es esencialmente reaccionaria, al menos en este sentido. La izquierda es, también en este sentido, una fuerza esencialmente positiva, activa e innovadora, mientras que la derecha es negativa. Por eso, también, la izquierda tiene una vinculación esencial con la palabra progreso, porque sabe a dónde quiere llegar y cómo.
Políticamente, esa es una de las ventajas que tiene la izquierda: es más fácil compartir un plan con unos objetivos compartidos por todos o la mayoría, que hacer como la derecha: oponerse al mismo en nombre de los principios, o de la tradición, o de la confianza en que la sociedad resolverá o al menos mejorará las situaciones indeseadas por caminos en parte inescrutables, pero efectivos. El atractivo de un plan, con unos objetivos específicos, y con medios al alcance de los políticos, es enorme. La apelación a las lecciones de la historia, a la tradición, o a valores cuyo significado se ha perdido, como la igualdad y la libertad, resultan ser más aburridas.
Esto nos lleva a una diferencia esencial de uno y otro lado. Un plan es siempre una mirada al futuro, mientras que la comprensión de qué es el ser humano y cómo funciona la sociedad, para reconocer en su naturaleza las limitaciones de nuestros proyectos más ambiciosos, nos obliga sin remedio a mirar hacia el pasado.
Esto no quiere decir que la izquierda sea optimista y la derecha pesimista. Es la primera abrumadora y patéticamente optimista sobre las posibilidades de éxito de sus ideaciones sobre la sociedad futura. Pero es aceradamente crítica sobre la realidad tal cual es. Ve en el presente males aciagos y dolorosos que sólo una acción decidida puede extirpar. El punto de vista de la derecha es distinto; acepta que la realidad es como es, y sin caer en un absurdo panglossiano entiende que hay algún motivo detrás de las realidad tal como se presenta a nuestros ojos. Se producen grandes injusticias, pero dentro de un orden social en el que la justicia prevalece más veces que su opuesto.
Esta idea enlaza con otra, a su vez. Hay razones para que las cosas sean como son, para que las creencias imperantes, la moral, la religión, la forma de organización social, sean las que conocemos y las que usaron nuestros padres, y los suyos antes que ellos, con algunas diferencias no esenciales. Es decir, hay una lógica inmanente en el devenir social, aunque no la conozcamos ni comprendamos del todo, si es que tal lógica existe. Es lo que entiende la derecha, frente a una izquierda que ve en la sociedad una creación, el resultado de un plan como los que ella maneja, pero de sentido opuesto. Un plan, cabe pensar, elaborado por los poderosos de hoy. Pero ¿cuál podría ser su motivación para oponerse al progreso, un progreso que casi nos quema en nuestras manos porque nosotros podemos imponerlo a la sociedad? Seguramente porque asumirlo supone renunciar a las ventajas de ese poder. Por eso, según la izquierda, hay una ruptura esencial dentro de la sociedad, que Marx interpretó como lucha de clases, pero que otras izquierdas interpretan desde otros puntos de vista (patriarcado frente a las mujeres, blancos frente a personas “racializadas”, y demás).
La derecha ve los planes de la izquierda como un ataque sistemático a los derechos actuales, que son fruto del pasado. La izquierda ve la resistencia de la derecha como un ataque a los derechos futuros que ella va a traer.
Si la sociedad actual es un conjunto de normas impuestas arbitrariamente por unos para servir sus intereses, nosotros desde la izquierda podemos imponer otras. La sociedad, en definitiva, es una entidad moldeable y no tiene fuerza por sí misma. Es moldeable como el barro, y basta elegir un molde cincelado con la pretensión de una justicia infinita para alcanzar lo que queremos.
Esta idea de la izquierda, de nuevo, tiene una vinculación con otra que, según Thomas Sowell, es la que está en el centro de todas las diferencias entre uno y otro lado del espectro político: la naturaleza del hombre. Según lo que él llama la “visión trágica” del hombre, su naturaleza es fija y tiene elementos positivos y negativos que están ínsitos en nuestro ser, y que no podemos eliminar. Según la “visión no restrictiva” o, como lo llamaría más adelante, la visión de los ungidos, el hombre son esas porciones de barro de las que está formada la sociedad; somos moldeables también, programables como se dice hogaño, o perfectibles como se decía antaño.
Por eso la izquierda busca crear un “nuevo hombre”, algo que se ve desde su obsesión por controlar la educación hasta su pesadísima apelación a “concienciar” la sociedad sobre sus propias obsesiones. Para la derecha, la educación tiene como función la transmisión de la cultura heredada, para que las nuevas generaciones la renueven con sus aportaciones.
Esta idea tiene asimismo una relación íntima con el hecho de que la izquierda ama la humanidad, pero aborrece a las personas. Esa humanidad, descrita en términos genéricos, es la encarnación de sus aspiraciones, pero a éstas siempre se le oponen las personas concretas, a las que aborrece abierta y sinceramente. El exterminio forma parte de su apero de trabajo. La derecha quiere a las personas, pero aborrece la humanidad; quiere a la comunidad tradicional, real, a la que pertenece, pero desconfía de lo extranjero. Atiende a las personas que tienen la misma cultura y participan de los usos y formas de vida propios, y no quiere que los extranjeros dañen esa forma de vida.
Como la sociedad es moldeable, la izquierda ve en ella problemas susceptibles de una solución definitiva. La derecha acepta con mejor ánimo las deficiencias de la sociedad, y no cree que se puedan solucionar, sino mejorar con esfuerzo. El Estado es para la izquierda el instrumento ideal para imponer sus planes, mientras que para la derecha es una institución más, que como otras ha de atenerse al resto de convenciones y normas sociales.
El intelectual se siente atraído por esa llamada de la izquierda a cambiar la sociedad desde postulados racionales. Le coloca a él mismo en una posición más envidiable incluso que la del rey filósofo de Platón. La derecha, aunque no es necesariamente anti intelectual, desconfía de ellos. Y prefiere a los héroes, porque éstos representan los valores que hacen que la sociedad sea más unida y más fuerte. La religión es para la izquierda un estorbo para sus planes, y un elemento que no surge de la razón y por tanto carente de valor alguno. Para la derecha su carácter de verdad revelada no supone ningún problema, pues acepta que no se puede comprender ni conocer todo.
Todo ello entronca con una diferencia entre izquierda y derecha que señala Juan Javier Esparza. Él traza la línea en términos históricos: la primera está vinculada a la modernidad y la segunda a la resistencia a esa modernidad. Y hay mucho de cierto en ello, pues es una era vinculada al intelectualismo y el rechazo de la tradición, y es la que ha traído algunas de las ideas más señeras de la izquierda, como que la sociedad es controlable y el hombre moldeable.
Todo esto son tendencias con las que cada uno de nosotros se identificará en mayor o menor medida, no un recetario para ser un izquierdista o derechista puro. ¿Es usted de izquierdas o de derechas? Como ve, la cuestión tiene tanta relevancia hoy como hace doscientos cincuenta años.
Foto: Pablo García Saldaña