Hace año y medio llegué al aeropuerto de Estocolmo, y cogí un taxi. No esperaba hablar en español con el conductor, que provenía del otro hemisferio. Llegamos al hotel e intenté pagarle con el billete de 500 coronas que había adquirido en Madrid, pero me dijo apenado que los taxistas ya no podían cobrar en cash. Apenado por mí, porque no veía fácil que un visitante ocasional como yo se deshiciera de ese dinero en un par de días. Ya dentro del edificio, me dijo la recepcionista, con un orgullo exultante: “We are the first cashless hotel chain”. Ya veía yo que iba a perder unos cuantos euros en el doble cambio entre la moneda paneuropea y la de Suecia.

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Recientemente, el New York Times se ha fijado en los problemas que está creando el intento del gobierno y de la banca suecas de acabar con el dinero en efectivo. Los inmigrantes, los discapacitados y los mayores tienen más problemas que el resto en el manejo de una economía puramente digital. Se dan situaciones tan paradójicas como la siguiente: La Organización Nacional Sueca de Pensionistas ha recabado fondos para poder asistir ciudad por ciudad a las personas mayores, que no se sienten cómodas en este mundo de pequeñas pantallas. “Paradójicamente”, dice el artículo, “este buen empeño ha tropezado con una abundancia de efectivo”. Y más de la mitad de las oficinas de los bancos no aceptan efectivo, de modo que si quieren hacer buenos los billetes de coronas que recaban, tienen que viajar en ocasiones grandes distancias.

La caída en el uso del efectivo de la que somos testigos está yendo demasiado rápido para ciertos grupos vulnerables que no pueden utilizar la tecnología digital

Cecilia Skingsley, vicegobernadora del Sveriges Riskbank, el banco central sueco, señala que 6,5 de los 10 millones de habitantes del país son “personas conectadas”, en un artículo publicado por el BIS. Pero los otros tres millones y medio de suecos no son una prioridad para los bancos. “La caída en el uso del efectivo de la que somos testigos está yendo demasiado rápido para ciertos grupos vulnerables que no pueden utilizar la tecnología digital o que ni siquiera tienen acceso a ella”, dice Skingsley, que señala que no hay una ley que obligue a las tiendas a aceptar efectivo, y que cada vez son más las que no lo hacen. Los bancos facilitan esa transición a una economía sin efectivo por medio de una aplicación conjunta que permite el pago desde el móvil. Lo que está sobre la mesa como alternativa es una moneda digital, la e-korona, sobre unas bases todavía por definir, y a la que la propia economista Skingsley no presta aún su total apoyo.

Economistas, políticos y banqueros, públicos y privados, han visto en el desarrollo de la economía digital la oportunidad para acabar de una vez con el dinero en efectivo. Se plantean dos grandes objetivos. El primero de ellos es el control total de la economía, impedir la comisión de crímenes y aumentar la recaudación fiscal.

Que hable el Estado de lucha contra el crimen no deja de tener su gracia. Especialmente ahora que lo que sea o no crimen depende de una decisión arbitraria del Estado. El Leviatán le ha arrebatado a la sociedad, en un proceso largo y complicado de exponer, el proceso de definición de qué es crimen y qué no lo es. Y eso ha conducido a que el Estado tipifique como criminales comportamientos que no dejan víctimas, como el tráfico de drogas, la prostitución, los delitos de opinión o el impago de impuestos. Como son acciones consensuadas, o voluntarias, es difícil seguirle el rastro.

Los aduladores del Leviatán quieren que pasemos todos por la pasarela del dinero electrónico, para que estemos permanentemente a la vista de Hacienda y de sus tentáculos

El efectivo es anónimo; su rastro se pierde con un último gesto del portador. El último velo del dinero ha resultado ser el que impide que nos mire el ojo de mordor. Por eso los aduladores del Leviatán quieren que pasemos todos por la pasarela del dinero electrónico, para que estemos permanentemente a la vista de Hacienda y de sus tentáculos, tendidos sobre la sociedad por el sistema bancario. Así no habrá transacción “ilegal” que no sea una autoinculpación ante el Estado. Sí, yo he ofrecido sexo a cambio de dinero. Sí, he comprado un puñado de marihuana. Sí, he participado en una apuesta de las que no engrosan las arcas del Estado. Y así, todo. El sueño húmedo de estos serviles es que nuestros vicios sufraguen los del gobierno que, claro, son mucho peores.

El lector puede que no se prostituya ni adquiera drogas ni haga apuestas en peleas de gallos, pero hay otras situaciones más comunes sobre las que recaería esta economía cristalina, y que es el grueso de la economía sumergida. Hay una actividad que sería perfectamente legal, pero que no puede mantenerse si cumple todas las regulaciones y los impuestos que prevé el Gobierno; la mano pesada del Estado cae sobre la economía. Hay una parte de la actividad sobre la que, si cierra la mano, la ahoga. El gobierno se debate entre su sed insaciable de fondos, y las consecuencias socialmente desastrosas de ponernos a todos firmes.

Jeffrey Rogers Hummel recoge otro argumento a favor de eliminar los pagos en efectivo, que tiene que ver con la política monetaria. La macroeconomía neokeynesiana entiende que en una recesión (lo que antes se llamaba depresión, y antes crisis), la labor de la política monetaria es favorecer la demanda agregada por medio de una rebaja en los tipos de interés. Esta política será concomitante con un aumento en la cantidad de dinero en circulación, y favorecerá la demanda en el lado de la inversión, e incluso en el consumo. Pero cuando los tipos de interés son muy bajos, hay una tendencia a atesorar el dinero, por lo que se rompe esa transmisión de la política monetaria expansiva al sistema económico.

Es lo que Keynes llamó “trampa de la liquidez”. Los bancos centrales pueden sortear esa trampa imponiendo tipos de interés negativos sobre los bancos, que a su vez los transmitirán sobre los depósitos de sus clientes. Esto implicaría que un depósito de 1.000 euros sería de 900 euros en un año, si la tasa de interés negativa fuera del 10 por ciento. Es normal que se haya considerado un impuesto sobre los bancos o, si son capaces de transmitirlo a la sociedad, un impuesto sobre sus clientes. Esa política no sería efectiva si podemos simplemente retirar el dinero en efectivo.

Si el lector cree que el objeto de esta política no es favorecer a los ciudadanos más desprotegidos es probablemente porque no es así

¿Quién está detrás de este intento de, literalmente, quitarnos nuestro dinero? Hay una asociación denominada Better Than Cash Alliance, regada con dinero (electrónico) procedente de Naciones Unidas, USAid, Visa, Mastercard, y algún que otro banco. Si el lector cree que el objeto de esta política no es favorecer a los ciudadanos más desprotegidos es probablemente porque no es así.

En un artículo en el que me dolía de que el Banco de España iba a retirar los billetes de 500 euros (qué lejos han estado siempre de mis manos), me consolé compartiendo la idea de que al menos la economía digital nos ofrece la puerta de escape de los bitcoin. Pero el bitcoin deja una huella de transacciones perfectamente trazable, de modo que no es anónimo. Al final tendremos que refugiarnos en el oro, que siempre ha sido el verdadero dinero.

Camino del aeropuerto, le pregunté al taxista si aceptaba como pago mis 500 coronas, y que pagase el resto con tarjeta. No lo dudó mucho; dijo que sí, y le entregué aliviado mi billete; me libré de él un par de horas antes de salir del país. ¿Cuánto tiempo se podrá seguir pagando en libertad en Suecia?

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