Sobrevivimos a la emergencia climática como podemos. Saludamos al nuevo año volviendo al trabajo, forjando ilusionantes propósitos para 2022, y lamentando no haber cumplido los que nos fijamos para el pasado año. Pero como 2021 no está con nosotros, él no nos lo echará en cara, de modo que ¿qué importancia tiene?

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Nadamos en un océano de preocupaciones y urgencias, de emergencias y crisis, superpuestas y superlativas, inmediatas pero eternas. Y, la verdad se a dicha, más que cansado resulta tedioso. Convivir con el sinvivir no nos hará mejores personas, ni más fuertes. Y la convivencia y el roce, aunque sea con el apocalipsis, acaban por quitarle viveza y dramatismo a las emociones. Igual que tenemos partidos del siglo cada año, y su mención no nos evoca la emoción de lo extraordinario.

A medida que avanza la tecnología, la producción de energía nuclear es cada vez más conveniente. La cuarta generación de centrales nucleares reutilizará los recursos radiactivos, y los pocos argumentos que les quedan a los críticos se quedarán en nada

Pero ni el tedio logra aplastar el perturbador efecto del zumbido de los medios de comunicación con este asunto. Y asumimos que vivimos en un cambio climático provocado por el hombre, de carácter catastrófico e irreversible. Qué le vamos a hacer.

Y, sin embargo, estamos obligados a hacer algo. Es lo más pesado de ser un humano del siglo XX o, peor, del XXI; que estamos obligados a hacer cosas por los problemas del mundo. No entendemos en qué consisten esos problemas, y lo que podemos hacer pasa por pagar impuestos y poco más, pero nada nos libra de esa condena. Y la que nos ha caído es una condena a cadena perpetua a que nos hagan recitar nuestra exomológesis durante todo el día.

El propósito de enmienda nos encamina por el voto a los políticos que sepan encauzar la crisis climática, y adopten medidas que nos permitan encender la televisión (fundamental), mover nuestro coche de lado a lado, e incluso calentarnos los inviernos y refrescarnos los veranos. Esto pasa porque nuestros admirados políticos adopten tecnologías más limpias, y que contribuyan en menor medida al efecto invernadero, y al efecto del efecto, que es el calentamiento del planeta.

Hemos recurrido al bálsamo de las energías renovables; pero todavía no es el de Fierabrás, ungüento que lo cura todo, y de forma inmediata. El viento atrapado en los molinos, las corrientes moldeadas por las presas y el sol capturado en placas fotovoltaicas nos sale muy caro. Las fuentes son gratuitas, pero su transformación no lo es, ni mucho menos.

Es más, las fuentes son renovables, pero no necesariamente ecológicas. Producir así la energía exige el consumo de grandes cantidades de recursos. Y ampliar su producción exige acaparar mayor cantidad de recursos, de los cuales forma parte el propio paisaje. Llevar la mano del hombre a vastas extensiones de terreno natural en nombre de la ecología exige, por parte de nuestros intelectuales, un auténtico desafío. ¿Cómo lo van a justificar?

Convertir al CO2 en el villano de la vida terrena, y a las energías que no lo emiten en nuestra salvación ha convertido en el gran villano de la segunda mitad del siglo XX, la energía nuclear, en un elemento incómodo.

La Guerra Fría, permítanme el comentario de Wikipedia, enfrentó a dos modelos antitéticos: por un lado la democracia, liberal o no, que permitía una economía de mercado sobre la base de unos derechos individuales más o menos respetados, y sometida a una creciente presión fiscal, y por el otro el socialismo.

El socialismo ejerció una poderosa atracción en una parte de la intelectualidad, antes de la Revolución rusa, y sobre todo después. Y los primeros años del experimento socialista convenció a quien deseaba convencerse, de que en Rusia se ganaba el futuro a pasos agigantados, de lustros, realizados con el calzado de los planes quinquenales, mientras que en el occidente capitalista sobrevivimos en un modelo fantasmal: manifestaciones de un pasado que, si no había muerto, muy pronto lo haría.

Pero en los años 60 se empezó a ver que el futuro se le escapaba a las economías socialistas. Mientras que las democracias crecían y enriquecían a las sociedades, Rusia y sus tentáculos añadían a la tiranía el atraso económico y social. Los primeros en darse cuenta, claro, eran los propios dirigentes soviéticos. Desde ese ámbito se empezó a deslizar la absurda idea de que el crecimiento era malo. Como si no pudiéramos mejorar el mundo, incluyendo el medio ambiente, en la medida en que seamos más ricos.

Pero si había un enemigo que derribar desde la URSS era la energía nuclear. No es que la URSS renunciara a utilizarla, ya sabemos cómo, pero era fundamental que las democracias capitalistas no se beneficiasen de ella. Para extraer energía de los átomos sólo hacen falta dos elementos: conocimiento (tecnología) y capital. Y en ambos, la ventaja de los países libres sobre los socialistas era abrumadora. Si algún actor se destacó por la crítica de la URSS a la energía nuclear en Occidente, ese fue Greenpeace. La vieja relación se mantiene hoy, aunque de un modo algo diferente: Greenpeace es un agente comercial del gas ruso.

La demonización de la energía nuclear se mantiene, por los mismos motivos estratégicos de antaño: aunque ya no haya un modelo alternativo tan claro, los enemigos de la democracia y de la libertad necesitan ver que el capitalismo, quizás esta vez sí, fracase. Y no lo hará si produce una energía fiable y relativamente barata, con un combustible accesible, como es la nuclear.

Este es el contexto en el que hemos venido al nuevo año, además de con nuevos propósitos, con la noticia de que la Comisión Europea quiere declarar que la energía de los átomos es también “verde”.

Sin duda que lo es. No es sólo que sea la que menos CO2 emite a la atmósfera, incluso si tenemos en cuenta toda la vida últil de las centrales: su construcción, utilización durante décadas, y desmantelamiento. Es que, con diferencia, contamina mucho menos que el resto de fuentes en todos los apartados salvo, claro, en los residuos radiactivos. Además, es la energía a la que se asocian menos muertes, con una enorme diferencia.

La lucha por la energía nuclear es tan necesaria hoy como hace décadas. Es más, a medida que avanza la tecnología, la producción de energía nuclear es cada vez más conveniente. La cuarta generación de centrales nucleares reutilizará los recursos radiactivos, y los pocos argumentos que les quedan a los críticos se quedarán en nada. No es que ellos vayan a rectificar. Al contrario, cuanto más fiable, barata y ecológica sea una fuente de energía, más lucharán contra su uso en una sociedad libre.

Foto: Ra Dragon.


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