Cada día es más difícil distinguir, bajo criterios racionales, lo que es “verde” y lo que no lo es. Hasta no hace mucho tiempo lo verde era lo que no interfería en nuestro medio natural, lo que no dejaba rastro contaminante, lo que nos facilitaba el reencuentro con la madre Gaia. Cierto es que toda aquella parafernalia argumentativa apenas tenía nada de racional: basada en un supuesto equilibrio natural (algo perfectamente inexistente en el planeta tierra, en cualquier sistema complejo con componentes vivos) colocaba al Homo sapiens fuera de la ecuación, dejándonos en el mísero papel de patógenos a eliminar o, cuando menos, a reeducar. Pero, al menos, desde la ontología mágica gaiana era relativamente sencillo distinguir lo verde de lo demás.

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No es de extrañar, por tanto, que quienes siguen anclados en la religión ecoverdista ortodoxa, lamenten y pataleen con contundencia la propuesta de la Unión Europea para declarar “verde” a la energía nuclear, lucifer radiactivo nacido de los infiernos de la tecnología. Enarbolando el famoso “Nucleares no, gracias” se habían hecho fuertes, habían logrado hacer una campaña de apostolado sin precedentes, montado innumerables chiringuitos al gusto, ocupado puestos de la administración, hipnotizado a cientos de miles de ignorantes, hasta penetrar en los más íntimos y recónditos huecos de la legislación de casi todo el mundo. ¿Y ahora han de arrojar la toalla? ¡Ni lo sueñen!

Los ministros, secretarios de estado y demás políticos con cargo que dicen oponerse a la energía nuclear… porque no es verde, mienten. Se oponen porque no les cuadra en el discurso sectario e ignorante que mantienen hace años

Al poco de hacerse pública la propuesta de la Unión Europea, se podía escuchar el “pieep-pieep” de cientos de miles de teléfonos móviles, enviando y recibiendo mensajes de repudio, incredulidad, estupefacción e infinita decepción. Apenas callaron éstos, volvieron a sonar otros miles de teléfonos móviles, esta vez para coordinar una respuesta adecuada y contundente a la insoportable indecencia de la propuesta comunitaria. Desde la izquierda analfabeta española (la que gobierna y la que no, por si no lo tienen claro) hasta el ecosocialismo postcomunista (igual podría escribir neocomunista) alemán una gigantesca ola de móviles apenas sin batería y buscadores desesperados de cargadores con USB-C recorrió Europa como un tsunami. Un tsunami indignadamente verde.

¿Verde?

Me gustaría saber cuántos teléfonos móviles tienen cada uno de los políticos patrios que con tanta pasión como hipocresía dan muestras en las redes sociales de su tajante disconformidad con la propuesta europea. Porque, aunque les parezca mentira, lo de los teléfonos móviles es muchas cosas, pero no es “verde”. Antes de que aparezca el “agudo” del momento, les aviso que no pretendo comparar el impacto de una central nuclear con el de 10, 20 ó 100 millones de teléfonos móviles. Lo que les voy a contar sirve únicamente para devolvernos a las neuronas una idea que solemos dejar de lado con frecuencia: todo lo que hacemos tiene impacto, y no hay cosas “verde oscuro, verde claro o verde marrón” en función únicamente de si están de moda, son “buenas” a juicio de éste o aquel lobby, de éste o aquél político.

A lo que iba: La tasa de penetración de la telefonía móvil en España se situó en mayo de 2021 por encima de las 116 líneas por cada 100 habitantes. En 2020 un 99,5% de las viviendas nacionales estaban equipadas con terminales de telefonía móvil. En 2020 se vendieron más de 1.300 millones de teléfonos móviles en todo el mundo. De ellos, unos 10 millones en España.

Pero la producción de teléfonos inteligentes tiene efectos de gran alcance sobre las personas y la naturaleza. Se necesitan valiosas materias primas para producirlos. Entre ellos se encuentran metales como el hierro, el cobre, el aluminio, el níquel y el zinc, así como otras sustancias como el indio, el tantalio, cobalto y el oro.

La extracción de metales suele tener un impacto muy elevado en el medio ambiente. El oro, por ejemplo, provoca muchas más emisiones de gases de efecto invernadero que el acero, que contiene esencialmente hierro. Es más: las materias primas se extraen a veces en circunstancias sociales z laborales problemáticas. A menudo se destruyen hábitats naturales para obtener metales. En algunas regiones mineras, se talan bosques primitivos o se vuelan montañas para crear minas a cielo abierto. También se utilizan sustancias tóxicas para disolver los metales preciosos de la roca. Estos disolventes pueden acabar en el agua. En las islas indonesias de Bangka Belitung, por ejemplo, donde se extrae el estaño, se han destruido grandes zonas forestales y acuáticas, lo que supone una amenaza para las especies animales y vegetales.

Además, se necesita mucha energía para el funcionamiento de las plantas industriales y el transporte de cada una de las materias primas hasta el lugar de producción, lo que libera CO2 y, por tanto, perjudica al clima. El oro, el tantalio y el estaño suelen denominarse minerales conflictivos. En algunas regiones problemáticas, como la República Democrática del Congo, la extracción de materias primas se realiza a veces en condiciones inhumanas y peligrosas.

Las condiciones también son malas en muchas fábricas donde se ensamblan los aparatos. China Labor Watch (CLW), organización no gubernamental que hace campaña por los derechos de los trabajadores en China, habla también aquí de condiciones de trabajo parcialmente inhumanas. En los últimos años, CLW ha investigado a varias empresas chinas que suministran aparatos eléctricos acabados a empresas multinacionales, incluidos algunos fabricantes de teléfonos inteligentes. Se encontró: muchos trabajadores sólo recibían un salario bajo, con el que sólo podían vivir gracias a las horas extras, y no tenían un contrato de trabajo, ni seguro sanitario, ni pensión.

Y luego está el tema de la energía: aunque los teléfonos inteligentes son cada vez más eficientes desde el punto de vista energético, la producción en masa de estos dispositivos tiene un enorme impacto en el medio ambiente. Desde 2007, es probable que se hayan gastado casi 968 teravatios hora (TWh) en la producción de teléfonos móviles; en comparación, el consumo neto de electricidad en Alemania fue de 512 TWh en 2019. La mayoría de los smartphones se fabrican y ensamblan en China. El problema: las fábricas se abastecen de electricidad del sistema eléctrico chino, basado en un 67% en el carbón.

No, no soy partidario de eliminar de nuestras vidas los teléfonos móviles inteligentes. Como no soy partidario de cerrar centrales nucleares a las que les quedan unos cuantos años de vida útil. Tampoco soy partidario de prohibir la investigación en nuevas formas de obtención de energía mediante fisión nuclear, o prohibir la explotación minera de los recursos naturales que nos ayudarían a ser no sólo consumidores, sino también productores de baterías, por ejemplo. La energía ha de ser abundante, disponible siempre y barata. Y la tecnología nuclear nos permite alcanzar esos tres objetivos.

Pasen esto por WhatsApp a los ministros, secretarios de estado y demás políticos con cargo que dicen oponerse a la energía nuclear… porque no es verde, mienten. Se oponen porque no les cuadra en el discurso sectario e ignorante que mantienen hace años. Si lo que les importara fuese el medioambiente, no volverían a comprar un teléfono móvil de última generación. Hipócritas.

Foto: Tom Roberts.


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