Es común en las aplicaciones científicas desarrollar modelos matemáticos con los que poder estudiar y predecir algún fenómeno natural. Esos modelos se prueban y ajustan, modificando coeficientes o introduciendo nuevas variables, para que concuerden con los resultados reales que van produciéndose del fenómeno que se estudia. Cuando el modelo está ajustado y funciona correctamente, pueden llegarse a predecir con asombrosa precisión sucesos futuros. Así sabemos que tenemos una herramienta bien definida. Para que esto ocurra es necesario retroalimentarlo correctamente y comprobar que las ecuaciones cumplen y abarcan toda la casuística que se presenta.
Cuando esto no se hace correctamente, puede darse el caso de llegar a predecir hace 10 o 12 años que no volvería a nevar en España, con la que está cayendo estos días. Pueden consultar la hemeroteca. La ciencia climatológica es una de esas disciplinas en las que se han lanzado millones de titulares al vuelo sin tener suficientemente testado el modelo.
Es necesaria una dosis suficiente de mesianismo y de megalomanía en quienes alcanzan el poder para acabar creyendo que las leyes de la naturaleza son meros constructos sociales que se pueden eliminar con un par de decretos
Sin embargo, existen muchos otros campos, donde las consecuencias de la suma de las causas que se tienen de partida en un momento determinado son mucho más fácilmente predecibles. No hace falta ser un lince para determinar como terminaría el 2020 en lo que a mercado laboral español se refiere. Dejaremos el análisis cuantitativo a los estudiosos del tema, pero cualitativamente venimos denunciando y anunciando lo que pasaría y, en efecto, ha pasado.
No es esta la única cuestión que es desde hace meses fácilmente previsible que puede ser, al menos cualitativamente, anticipada. El deterioro de la Libertad en España y en el mundo es un hecho constatable a diario, aunque en nuestro país es, sin duda, un caso paradigmático. Quizá esto no pueda moldearse a través de números, variables y condiciones de contorno, pero lo que en física, química, economía o ingeniería llamaríamos modelo matemático, en la vida, las relaciones humanas y la Historia se llama experiencia. Así, cuanto más ajustadas son las predicciones en base a la experiencia nuestro modelo de pensamiento se acerca más a la verdad de cómo funciona todo.
La teoría básica es sencilla, puede explicarse en unos pocos párrafos, por lo que resulta chocante la facilidad con la que olvidamos uno de sus principios más trascendentales. Si el modelo falla, es necesario recalibrarlo y, si sigue fallando, habrá que desecharlo y buscar uno nuevo. No es un drama. Puede que sea costoso, pero sin errores pasados jamás hubiéramos llegado a donde estamos hoy. Rectificar es de sabios dice el refrán.
Siguiendo el modus operandi que acabamos platear cabe preguntarse por qué los esquemas contraproducentes se reiteran a lo largo de los siglos. Debemos averiguar qué tienen esos sistemas averiados para ser no solo aceptados, si no defendidos por quienes los sufren. La esclavitud en el sur confederado era defendida por muchos de los propios esclavos, como seguro bien saben, de la misma forma que la semiesclavitud del Estado del Bienestar – o del Malgastar como preferimos en este barrio – es defendida por un altísimo número de los que lo sufren. No hay diferencia moral alguna entre que te quiten el cien o el cincuenta por ciento de tu trabajo si no se restituye la totalidad de lo robado.
Los esclavistas daban mal cobijo y mala comida a sus esclavos y a nosotros nos queda la sanidad y la educación públicas, con su pésima calidad, más un sinfín de servicios tan inútiles como costosos y mal organizados. Los romanos tenían su pan y su circo y, como explica en sus clases el profesor Huerta de Soto, fue una de las causas, si no la más importante de ellas, de la caída del Imperio. Es un esquema que se repite desde el principio de los tiempos. Una casta gobernante acomodada y autocomplaciente que acaba por convencer a su acomodada y autocomplaciente plebe de que la vida es un camino de rosas y que las fuentes manan vino y leche por la gracia de su buen gobierno. Cuando el populacho se traga el anzuelo llega la destrucción y la muerte, llega el final. Hasta el propio régimen sucumbe una vez la estafa alcanza su clímax.
La falta de conocimiento e información es un elemento clave para que se repitan los errores, aunque no solo ha de carecer de discernimiento la aborregada ciudadanía. Es necesaria una dosis suficiente de mesianismo y de megalomanía en quienes alcanzan el poder para acabar creyendo que las leyes de la naturaleza son meros constructos sociales que se pueden eliminar con un par de decretos. La autocomplacencia también se cuece a fuego lento. Lo más curioso de esta estafa del Estado del Bienestar es que los estafadores, al menos en un importante número, también son estafados. Todo el que no tenga la información suficiente y correcta, no puede entender el funcionamiento del modelo y puede verse atropellado por la realidad y eso aplica también a quienes quieres estar arriba, para sacar tajada.
Los timos siempre apelan a características muy humanas: la bondad, la avaricia, el egoísmo y el miedo, entre las más comunes y todas ellas se pulsan a diario en el modelo de sociedad en la que vivimos. De la misma manera que hemos de ser buenos y solidarios, podemos coger el camino corto para llegar a triunfar, participando de la organización del engaño. Sin duda el miedo es una de las herramientas que con mayor facilidad someten las voluntades de los ciudadanos menos capaces.
Algún ateo recalcitrante me ha apuntado que las religiones andan parejas en lo que a engaño histórico se refiere, pero convendrán conmigo en que hoy todo es tan paganamente religioso, todo está tan inundado de esa fe laica, con sus símbolos, sus ritos e incluso sus deidades, que supone una vuelta de tuerca más. Los creyentes de cualquier fe rezan orgullosos a sus dioses, sabiendo lo que hacen, dando prueba de su compromiso. Los devotos del Estado realizan los mismos actos, asisten a sus ritos y lucen sus emblemas tratando de dar una explicación racional a su mística, negando hechos, datos y fechas, haciendo pasar por razón su imaginería. Están, a mi modo de ver, un siniestro escalón por encima, o varios.
Ahora, cuando todo se derrumba, vemos desde la distancia como siguen empeñados en discusiones maniqueas, sin caer en la cuenta de que ellos son su propio peor enemigo, al mantenerse ciegos, opacos a la realidad. Por un lado, me pregunto si, como decía Borges, llegará el día en que merezcamos no tener gobierno. Por otro trato, no dejo de pensar en Mark Twain y en que es más fácil engañar a alguien que convencerle de que le han engañado, según decía. Cuando uno descubre la estafa, su deber moral es desvelarla para que otros puedan evitarla y salir de ella, sin embargo, son tantos y tantos lo que ha han apostado su patrimonio económico y moral en esta mano de póker que no pueden ganar, lo sepan o no, que solo les queda jugar el resto y seguir rezando a su dios inexistente para que la suerte cambie. Esa es la triste realidad.
Estos días haciendo zapping fui a dar con la escena de la película de 1982 «Conan, el Bárbaro», en la que el personaje de James Earl Jones, Thulsa Doom, hace gestos a una chica, que se halla en lo alto de una ladera, para que vaya hacia él. La mujer simplemente se deja caer, encontrando la muerte al chocar contra el suelo, desde lo alto. Así el villano explica al protagonista la magnitud de su poder. Algunos miramos el mundo hoy como el personaje de Schwarzenegger mira esa estúpida muerte, y seguramente tengamos pensamientos muy parecidos a los del cimerio creado por Robert E. Howard.
Foto: fotografierende