Una de las falacias más extendidas entre los políticos y con mayor predicamento en los apesebrados medios de comunicación es que no hay que judicializar la política. Las urnas beatíficas deben ser una especie de bautismo blanqueador, que no solo convierte a los elegidos en ella en seres sin mácula, sino que los preserva de cometer pecado alguno durante su mandato. Ser político electo es algo así como ser una Virgen María muy puta.
Tiempo llevamos comprobando que solo la parte del vicio y la prostitución son las que cumplen en la mayoría de cargos, con sus excepciones, sin duda, pero escasas y silenciadas casi siempre. Los abusos que se cometen desde que la democracia es democracia incrementan su número e intensidad a lo largo y ancho del vasto mundo, demostrando que es mucho más preocupante esta pandemia que la que nos ha tenido encerrados desde hace dos años. La única manera en la que la fuerza del Estado y el monopolio de la violencia pueden volverse contra quienes lo controlan es la existencia de una justicia independiente, una quimera.
Cabe felicitarse por iniciativas tan positivas como la tomada en Italia hace unos días que pretende que todo juez que pase a ejercer la política pierda su cargo como tal y no pueda regresar a la carrera judicial
Todo cordón sanitario entre políticos y jueces es poco y es por ello que cabe felicitarse por iniciativas tan positivas como la tomada en Italia hace unos días que pretende que todo juez que pase a ejercer la política pierda su cargo como tal y no pueda regresar a la carrera judicial. Aquí podríamos empezar por dejar que los jueces y fiscales se gobiernen a sí mismos sin ninguna injerencia del legislativo y poco a poco tomar algunas otras medidas para subir nota. Quimera y media.
Ciertamente me atormenta la idea de que hasta 1985 toda Ley española era revisada por el Tribunal Constitucional antes de ser sancionada por el Rey y ahora pasan meses, cuando no años hasta que la injusticia se deroga sin mayores consecuencias para el infractor. Salivo pensando en que lo mencionado en el párrafo anterior y esto que escribo, que ocurría hace casi 40 años, se dieran conjuntamente. ¿Unos jueces independientes, elegidos por sus iguales – la idea de que los elijan los ciudadanos me incomoda realmente, viendo lo que hemos sido capaces de elegir a lo largo de la Historia – echando abajo las barbaridades que salen del parlamento antes de que puedan hacer daño a nadie? Aterriza, Pepelu.
Al que no tiene intención de pagar todo le parece barato, dicen por aquí. Denle la vuelta y apliquen el cuento correctamente. Al que tiene intención de retorcer las leyes y, si es preciso, saltárselas, todos los jueces le parecen de más.
Como cualquiera de las cuestiones que a los ciudadanos realmente les pueden ser útiles y prácticas nada de esto está en la agenda de nadie. A los votantes nos embuten a base de rayos catódicos y pantallas LED lo que les ha de importar. Lo que pasa en política y que tiene verdadero interés es si la ultraderecha o la ultraizquierda pactan con la derecha moderada, con la izquierda divina o entre sí. Parece que el centro centrado a nadie le importa ya. Otra de ensoñaciones en las que se envuelve mi mente es una en la que los programas electorales son documentos contractuales que pueden ser modificados pactando con otros para alcanzar el gobierno, pero que una vez puestos en marcha no pueden modificarse y acarrean penalizaciones en caso de incumplimiento. Hoy solo hablo de unicornios.
Las personas no podemos ocuparnos de todo. Tampoco sabemos de todo. Delegar el control de las instituciones en una de ellas, formada por profesionales y contrapesada convenientemente es, sin duda, buena cosa. Quizá algún día podamos plantearnos por qué el mercado es la mayor y mejor democracia y como pasar de instituciones públicas a privadas, mejorando el rendimiento para todos nosotros, pero por el momento, hoy, ya he soñado bastante.
Foto: Tingey Injury Law Firm.