Una sociedad que aparta a sus mayores como si fueran un viejo e inútil mueble, y no atiende a sus hijos, describe una sociedad enferma. Es una negación a la madurez de la vida y su patrimonio, es una manera de sacrificar el futuro.
No es necesario acudir al psicoanálisis para comprender que en la primera infancia se produce un gran desarrollo de capacidades, habilidades y potencialidades. Nutrición, protección y estimulación marcan las necesidades en el crecimiento temprano, que están perfectamente señaladas por la pediatría. La nutrición y la protección se dan por satisfechas en una sociedad pudiente, la estimulación requiere una atención, presencia y acompañamiento cercano, personal y concreto.
La expansión neuronal en la infancia
Este período, de cero a seis años, que conforma la existencia del niño, acoge la mayor expansión neuronal, como está confirmado en diferentes investigaciones de distintos centros y universidades de prestigio, que corrobora la revista científica Lancet. La arquitectura del cerebro genera en su embarazo más de doscientas cincuenta mil neuronas por minuto, al nacer el bebé concentra cien billones de neuronas y en los primeros meses de vida su número se duplica. Pero lo más interesante es la cantidad de conexiones que se producen desde una triple y significativa interacción con el aprendizaje, el comportamiento y la salud física y mental.
La expansión neuronal que se produce en los tres primeros años depende en gran medida de la estimulación, que a veces se produce de un modo espontáneo y otras muchas lo hace provocado en un ambiente propicio y debidamente tutorizado, en el que los padres y madres son imprescindibles. Tareas como la concentración, la toma de decisiones, fijación de objetivos, evaluación y normativa, forman parte del pautado de una correcta estimulación. Con esta explosión de plasticidad neuronal se abre una inmensa oportunidad para educar y crear los cimientos del futuro del niño, y por consiguiente de la sociedad. Un cerebro infantil estimulado se cubre de esa sustancia grasa llamada mielina, que permitirá la rápida circulación de los impulsos eléctricos con la consiguiente intensidad y rapidez de las conexiones entre unas neuronas y otras.
La falta de atención a este desarrollo neuronal significa cerrar las puertas a muchas oportunidades que no volverán a ocurrir en las óptimas condiciones y con las posibilidades que brindan estas edades. Sin embargo, la dejadez y el abandono de la atención en esta primera infancia deja una huella que es una notable carencia.
La educación infantil como cenicienta del sistema escolar
No soy psicólogo, ni pedagogo, pero cuando se conocen todas las etapas, niveles y ciclos del sistema educativo se llega a la conclusión de que el nudo gordiano de la educación es la educación infantil. Conforme ascendemos la escala del sistema, desde infantil y primaria, así como el resto de educación obligatoria hasta terminar con la enseñanza universitaria y sus estudios de posgrado y doctorado, da la impresión que desciende la relevancia educativa. Aumenta el prestigio que avala la academia, a sus licenciados o graduados y doctores, no digamos a sus cátedras, aunque su incidencia y proyección educativa sea mucho menor que en la educación infantil y los primeros cursos de primaria.
Recuerdo cuando mis hijos eran pequeños y buscábamos un colegio, uno de las prioridades que tuvimos clara fue la elección del centro según la calidad de su educación infantil. Luego otros padres y madres que me han pedido consejo, así se lo confirmaba. Hoy varios años después confieso que fue un acierto.
Algo no funciona cuando la educación más importante y significativa es la menos aprovechada. Cuando los profesionales que deberían ser mejor atendidos, mejor preparados y más reconocidos son los menos valorados. Un sistema que no racionaliza la calidad, ni institucional, ni técnica, ni profesional, ni responde a las necesidades ni a los intereses de la demanda social para el que fue creado. Resulta muy difícil imaginarse una educación de calidad si no se respetan y valoran a sus profesionales, los educadores de infantil, muy poco reconocidos tanto por la institución académica, como por la sociedad, y peor remunerados. Ocho horas de aula diarias, cuidando y educando bebés y niños con un sueldo que apenas llega a los mil euros.
La calidad educativa empieza y se dimensiona en esta etapa que requiere un diseño en la planificación y regulación de su enseñanza. Que exige una calidad en sus procesos y funciones, que comprenda la correcta estimulación, que comprenda al sujeto en su totalidad y que contemple la dimensión comunitaria, donde docente y familia debieran ser un tándem eficaz, no solo un eslogan de campaña para el centro. Una calidad que condujera a unas resultados medibles y evaluables, porque lo que no se evalúa no existe.
Una sociedad infantil… pero sin niños
La pérdida del padre o de la madre han sido una fuente muy nutritiva para las narrativas tradicionales anglosajonas. Abrió el filón Charles Dickens con su Oliver Twist, que acompañó el Tom Sawyer de Mark Twain, malcriado por la despreciable tía. Y siguió la tradición Batman y el Hombre Araña o Supermán, entre otros muchos. También otros iconos como Blancanieves y Cenicienta vagan en la ausencia de la madre. La orfandad construye sus orfanatos que siempre tuvieron su pizca de terror, incluso su leyenda negra en los numerosos internados (hoy casi desaparecidos), que hicieron en muchos casos de hogar y familia, extendidos por la geografía en décadas pretéritas.
Como la realidad supera en muchas ocasiones la ficción, hoy asistimos a una orfandad de diseño, que afecta a la estructura familiar, donde los padres y madres no existen o no están. Jornadas exhaustivas fuera de casa, entre las horas del cole, y las actividades extraescolares. Esta ausencia de progenitores se acompaña de un notable declive demográfico en España, tal y como indican los datos del Instituto Nacional de Estadística en 2018, con solo 179.794 nacimientos en España, un 5,8% menos que el año anterior en el mismo período.
En lo que entendemos por familia tradicional, la convivencia es cosa de dos. Un compromiso que puede afectar a la importante decisión de tener o no un hijo, lo que significa un aumento de responsabilidades. Complicado en una sociedad acostumbrada a la gratificación inmediata, donde el compromiso no entra en el menú. Los planes de conciliación familiar pueden ayudar, pero no pueden sustituir la decisión de ser padres. Los hijos siempre estorban cuando los planes de autorrealización en la vida y en el trabajo son el objetivo.
Asistimos a un paisaje humano en el que las mascotas se convierten en el perfecto sustituto, apenas exigen, siempre obedecen, acompañan. Alivian la soledad y evitan las complicaciones de un compromiso. Los parques se vaciaron de niños, relevados por todo tipo de perros.
Foto: Plush Design Studio