El pasado 19 de abril en el Sony Centre de Toronto, Canadá, se desarrolló, con entradas agotadas y récord de usuarios en streaming, el denominado “Debate del siglo” entre el psicólogo canadiense Jordan B. Peterson y el filósofo esloveno Slavoj Zizek. El leitmotiv que debía funcionar como eje del cruce entre el autor de Doce reglas para vivir y el excéntrico intelectual que ha vinculado la mirada psicoanalítica de Lacan con el marxismo, fue “Felicidad: capitalismo vs. marxismo”.

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A juzgar por las críticas, el debate parece haber decepcionado a todos probablemente porque lo que se espera de un debate así son cruces picantes, agresiones y chicanas. Y eso no sucedió. De hecho fueron profundamente respetuosos y la supuesta gran batalla final entre capitalistas y marxistas arrojó diferencias claras pero también enormes puntos de acuerdo, probablemente por la moderación de Zizek, la cual sorprendió a Peterson. Incluso, para ser más justos, podría decirse que ni Zizek pretendía defender a rajatabla el marxismo, o lo que queda de él, ni Peterson pretendía inmolarse por una versión ingenua y acrítica del capitalismo.

Para los que no tuvieron la posibilidad de acceder al debate, cabe indicar que Peterson empezó haciendo críticas al Manifiesto Comunista, probablemente suponiendo que Zizek estaría dispuesto a defender aquel clásico texto que Karl Marx y Friedrich Engels publicaran en 1848.

Ni Zizek quiso defender a rajatabla el marxismo, o lo que queda de él, ni Peterson inmolarse por una versión ingenua y acrítica del capitalismo

Así, Peterson criticó el presupuesto economicista que supone presentar que el motor de la historia es la lucha de clases y que las jerarquías sociales son adjudicables al capitalismo. Frente a ello, el psicólogo canadiense, afirmó que la historia muestra que hay otras razones, más allá de las económicas, para la disputa, que no hay por qué oponerse a la existencia de jerarquías, necesarias para cualquier organización, y que estas jerarquías, además, provienen de nuestro trasfondo biológico, es decir, no son una “creación humana”.

Además, Peterson criticó que Marx plantee la lucha en términos binarios, especialmente porque, como suele ocurrir con todo binarismo, se esconde allí un juicio de valor por el cual uno de los conjuntos es superior moralmente al otro. Así, los proletarios son los buenos y los burgueses son los malos. Este presupuesto es el que le permitiría a Marx afirmar que una vez que el proletariado asuma el poder, todo va a funcionar bien, no habrá corrupción a pesar de que la economía y la sociedad quedarán en manos de un reducido grupo de proletarios, y habrá una superproducción de bienes materiales capaz de satisfacer a todos.

En este punto, Peterson hace su intervención más polémica de defensa del capitalismo al afirmar que Marx creía que si bien el capitalismo generaría más desigualdad, algo que Peterson reconoce, habría pasado por alto que el capitalismo es el único sistema, o en todo caso, el más capacitado, para generar riqueza. Peterson, entonces, indica: “Los pobres no se vuelven más pobres con el capitalismo sino más ricos”. Fuera de contexto la frase podría ser malinterpretada pero el argumento puede entenderse a la luz de la propuesta que hace ya algunas décadas realizara el reconocido filósofo político John Rawls, al momento de pensar cuáles serían los principios de justicia que una sociedad podría acordar.

Para decirlo sintéticamente, Rawls propone un experimento mental del cual podemos inferir que cualquier persona racional y razonable, si no supiera en qué lugar de la sociedad le tocará vivir, elegirá una sociedad en la que los pobres estén mejor (pues puede que a esa persona le toque ser pobre). En otras palabras, entre una sociedad en la que los pobres tienen 5 unidades y una sociedad en la que los pobres tienen 10 unidades, todos elegiríamos la segunda independientemente de cuántas unidades tuvieran los ricos. Este argumento puede justificar la desigualdad porque en la sociedad en la que los pobres tienen 5 los ricos podrían tener 100 y en el segundo tipo de sociedad los ricos podrían tener 1000. Sin embargo, según una interpretación posible de los principios de Rawls, en este caso podríamos elegir la más desigual, no porque sea desigual, sino porque allí los pobres están mejor. Peterson y Rawls, así, podrían interpelarnos y decirnos: pregúntale a un pobre si quiere vivir en una sociedad en la que tiene 5 o en la que tiene 10.

Sin embargo, como les decía, Zizek fue el que desentonó, justamente, porque adoptó posiciones mucho más moderadas que las que el debate planteaba. Así, su supuesto marxismo fue una defensa de la intervención estatal en el mercado afirmando que hoy en día, como en ningún momento de la historia, la intervención de los Estados es la que explica buena parte de la dinámica del capitalismo. Incluso resaltó cómo se puede compatibilizar el capitalismo salvaje con un caso como el de China en el que hay una economía centralizada y un régimen autoritario.

Pero además, Zizek asumió que muchas de las críticas que Peterson hacía al Manifiesto eran atendibles pero invitó a la relectura de otros textos de Marx donde él revisa alguna de sus posiciones. Asimismo, reconoció que el capitalismo ha triunfado pero que, sin embargo, no está exento de la amenaza de ciertos antagonismos que él mismo ha generado, a saber: la catástrofe ecológica, el modo en que los nuevos desarrollos tecnológicos avanzan sobre “lo humano” y las nuevas formas de apartheid sobre los refugiados. Sobre este último punto llamó la atención acerca de cómo Fundaciones y referentes mundiales tales como Soros o Gates están más ocupados por los derechos de los LGBT que por el de las miles de personas que intentan, a como dé lugar, llegar a Europa escapando de un presente y un destino inexorable de miseria.

Pero Zizek fue más controversial cuando afirmó que Trump es un político posmoderno y Sanders un moralista pasado de moda, o cuando indicó que la mirada demócrata liberal estadounidense que demoniza a Trump pasa por alto que ha sido su propio fracaso el que llevó al magnate a la Casa Blanca. Asimismo, en lo que quizás fue el cruce más fuerte e interesante, Zizek interpeló a Peterson y a los denominados “alt-right” preguntando por qué asocian al marxismo con las nuevas tendencias identitarias posmodernas. En otras palabras, Zizek indica que lo que la derecha denomina “marxismo cultural” juega el mismo rol que la confabulación judía tenía para los nazis y que detrás de las políticas feministas, identitarias o culturalistas, más que marxismo, lo que hay es puro individualismo liberal y capitalista, estableciendo así, por izquierda, una crítica a estos nuevos movimientos y a reivindicaciones que han sido cooptadas por partidos tradicionalmente de izquierdas. Así, Zizek podría acordar con el español Daniel Bernabé que, en su libro La trampa de la diversidad, aun desde una perspectiva marxista, advierte que detrás de las reivindicaciones identitarias de género, etc., hay una nueva concepción que presenta a las identidades en competencia, como un objeto de consumo, y cuyo destino final, antes que la acción colectiva, es la individualización extrema.

Después de las respectivas exposiciones, llegó el momento de los intercambios breves y de algunas preguntas del público. Allí, Peterson aprovechó para responder que él ve marxismo cultural en el hecho de que el antiguo binarismo marxiano, al fin de cuentas, era un binarismo que exponía la existencia de opresores y oprimidos, algo que él observa, de manera calcada, especialmente, en buena parte de los discursos identitarios. Y en ese mismo intercambio aparecieron algunas reflexiones acerca de la felicidad, aunque, cabe decir, éstas fueron algo abstractas y ocuparon el segunda plano de las reflexiones. Peterson indicó que había una correlación entre riqueza (o ausencia de miseria) y felicidad mientras que Zizek, advirtió, entre otras cosas, las enormes dificultades metodológicas que suponía medir la felicidad y la necesidad de un enfoque que tenga en cuenta los principios del psicoanálisis al momento de acercarse a la temática.

Peterson también puso en tela de juicio los estudios que plantean la inminencia de una catástrofe climática y, como buen neoilustrado, afirmó que todos los peligros que Zizek mencionaba y que ponen en jaque al capitalismo, pueden solucionarse gracias a la capacidad del Hombre. En este punto, no sería descabellado afirmar que la gran disidencia en el debate fue la de las actitudes: explícitamente pesimista en el caso de Zizek e implícitamente optimista en el caso de Peterson.

Para concluir, Zizek criticó a Peterson por incluir a Foucault en la lista de pensadores referentes del marxismo cultural. Para el esloveno, Foucault fue enormemente crítico del marxismo y su mirada de las microrresistencias y las relaciones de poder son centrales en las nuevas perspectivas identitarias, sobre todo, por su funcionalidad al individualismo capitalista.

Peterson, una vez más, como hijo de la tradición racionalista, se despidió celebrando el poder de comunicación entre personas con diferentes puntos de vista frente a la tendencia que se impone en los campus universitarios de agredir, escrachar y perseguir a quien simplemente profesa una creencia distinta. En esa misma línea, Zizek criticó la polarización que hace que cualquiera que no piense como indica la corrección política, sea llamado “fascista” y hasta se animó a volver a la figura de Trump para señalar que éste podrá ser muchas cosas pero no un fascista. Por último, de cara a su público, indicó: “La única alternativa a la derecha no es la corrección política (…) Si eres un izquierdista no te sientas obligado a ser políticamente correcto. (…) No tengas miedo de pensar”.

No parece, por cierto, un mal cierre para un debate.