El sentido del ridículo está un tanto fuera de lugar porque las sociedades permisivas han reducido las reglas de la normalidad a su mínima expresión y, al menos en apariencia, nada puede considerarse ridículo. Lo malo de esta situación es que todos nos hemos convertido a la seriedad asnal porque nos da lo mismo ver a un señor bien trajeado, como se decía antes que a un jovenzuelo con un solo calcetín y una chaqueta sin mangas: no sabemos ni podemos reírnos de eso, entre otras razones porque si nos riésemos de tales cosas deberíamos estar todo el día tronchados de risa y no se puede, no hay tiempo entre tanto trabajar y tanto hacer deporte.

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Mis cultísimos lectores habrán caído en la cuenta de la relación entre ridículo y risa, lo ridículo es lo que mueve a reír, que en latín se dice ridere, pero eso no lo sabe casi nadie con menos de 60 años. La risa es un instrumento liberador, es el camino mejor para librarnos de las mentiras más tontas y sirve, además, para pasarlo bien. Lo que nos pasa ahora es que la política más habitual tiene una dosis brutal de ridiculez… pero no acertamos a reírnos, estamos presos de la estúpida solemnidad de las ideologías, de la pretendida grandeza de las guerras culturales, de la gravedad de la democracia y la sabiduría de los miles de expertos que viven de emborronar el panorama para que no caigamos en la risa floja.

Hemos perdido el sentido del ridículo porque, de alguna forma, nos hemos acostumbrado a todo y esa es la raíz de la desgracia política de cualquier nación: dejar de pensar en lo que se puede conseguir para acostumbrarse a soportar lo que pueda pasar sin hacer nada por evitarlo

Ahora estamos ante una campaña electoral en la que, unos por pensar que la tienen ganada, otros por pensar que es inverosímil que la pierdan, nadie nos deja reír con libertad, más que nada, porque se lleva competir en sandeces. Esto hace reír a los pocos sabios que hay en el mundo, pero es la risa de los que van de funeral y tratan de no contagiarse del llanto.

Como quedan unas cuantas semanas, hasta que las urnas nos libren del espejismo, he decidido regalar a mis amables lectores una docena de citas que reflejan algunas de las ideas de uno de los mejores políticos españoles de todos los tiempos, no vayan a creer que fue un hombre de fortuna, le fue todo lo mal que le puede ir a una persona de su inteligencia metida en el teatro grotesco de la vida pública española. Me refiero a don Antonio Maura (1883-1925) que presidió hasta en cinco ocasiones el Consejo de Ministros de la Monarquía durante la Restauración. Las traigo aquí porque son todo menos ridículas y dejo a la imaginación del lector que las refiera a lo que estamos viviendo.

  1. “En política se corregirán los desaciertos, se enmendarán los errores; lo que no se recobra nunca son las oportunidades”, Discurso en el Congreso, 9-XI-1891.
  2. “Es el gobernar la acción de la fuerza; la quietud es la debilidad y la decadencia; cuantas más dificultades se acometen, teniendo razón, más fuerza se logra; y otra cosa no es gobernar, sino estar en el gobierno”, Discurso en el Congreso, 15-XII-1901.
  3. “La más intolerable de las iniquidades es la de suplantar la justicia con la parcialidad”, Discurso en el Congreso, 9-III-1906.
  4. “Yo he dicho siempre que consideraba a los partidos locales como una enfermedad de la política española”, Discurso en el Congreso, 17-XII-1908.
  5. “El error de las extremas izquierdas y derechas consiste en confundir la tolerancia con la abjuración, y creer que cuando se respeta el derecho ajeno y se apercibe uno a convivir con los demás y hace los sacrificios necesarios para convivir con los demás cercena la propia vida y mutila la propia significación”, Discurso en el Congreso, 26-VI-1910.
  6. “La patria es toda la tradición y toda la esperanza; por eso es inmortal”, Discurso en el Congreso, 15-VI-1913.
  7. “El mal que aqueja a la política española es la ausencia del pueblo, es la inhibición de la mayor parte de las energías sociales” Discurso en el Congreso, 2-VI-1913.
  8. “Quien ama la libertad, lo primero que ha de amar es un poder capaz de sostenerla y defenderla”, Discurso en el Congreso, 21-IV-1915.
  9. «Quien abomine de los partidos, abomina de la vida”, Discurso en el Congreso, 21-IV-1915.
  10. “No podemos llamarnos españoles porque no tenemos fuerza bastante para asegurar nuestra integridad nacional”, Discurso en el Congreso, 12-XI-1915.
  11. “El poder público no puede pedir permiso de los delincuentes” atribuido.
  12. “Tenemos la anarquía con la agravante de un Gobierno”, atribuido.

¿Cómo les suenan? ¿A qué no mueven a risa? No son ridículas porque apuntan a males muy hondos que no son de nadie sino nuestros; muchos nos atribulan todavía hoy pese a que ha pasado un siglo largo y a que nuestros abuelos tuvieron la infeliz ocurrencia de embarcarse en una guerra a suponer que tratando de cortar por lo sano, un episodio sangriento que mereció el hondo desdén de don Julián Marías, “los que merecieron perder, los que no merecieron ganar”, que es lo que se me viene siempre a la cabeza cuando escucho los truenos de quienes llaman a la batalla contra el mal, desde luego que desde ambos extremos de nuestra sufrida España. Todos los errores que Maura zahería con su brillantez tendrían respuesta si supiésemos apartarnos de aquella caricatura tan certera que describe la política como el arte de hacer que no nos preocupemos de lo que nos concierne y nos enzarcemos en discusiones inacabables sobre lo indemostrable, sobre lo que no tiene objeto.

Decía que hemos perdido el sentido del ridículo porque, de alguna forma, nos hemos acostumbrado a todo y esa es la raíz de la desgracia política de cualquier nación: dejar de pensar en lo que se puede conseguir para acostumbrarse a soportar lo que pueda pasar sin hacer nada por evitarlo, y estoy citando de nuevo a Marías. A mí lo que ahora me parece más ridículo es el espectáculo de quienes dicen tener a mano la alternativa pero se afanan en hacer lo posible por impedirla, supongo que ya saben a lo que me refiero, pero si no lo saben corren serio peligro de llevarse un buen susto en poco más de cuatro semanas.

Foto: Marloes Hilckmann.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web