Platón en la República (679 a) aclara la capital importancia de la teología en la educación del ciudadano en la polis para permitir la constitución de un buen orden político. Platón señala la existencia de dos tipos de teología.  Junto a una teología mítica-poética, disolvente del orden social y político, existe otra teología mítico-política también fabulada y basada en el engaño pero que sirve para formar buenos ciudadanos. Platón con su doctrina sobre la polis justa está proponiendo, según Hans Blumenberg, una suerte de teología filosófica capaz de diferenciar entre ambos tipos de teologías “políticas” para así poder optar por aquella que contribuyera mejor a la estabilidad política de la ciudad ideal. El cristianismo sigue esta senda de la llamada teología política, pero realizando una inversión fundamental. Lo divino deja de estar subordinado a lo político pues ahora los imperios, los reinos y las ciudades pasan a depender de Dios y no a la inversa. En el mundo medieval lo político se encuentra subordinado plenamente a lo religioso, siendo su cometido la realización terrenal del plan salvífico divino

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A pesar de que la modernidad se configura a través de la llamada ilustración, como un proceso secularizador, las grandes categorías de la teología (providencia, Dios, salvación) siguen ejerciendo una enorme influencia en el mundo moderno por medio de categorías propias de la teología política secularizada como pone de manifiesto Carl Schmitt en su obra Teología política.

Dos pensadores diametralmente opuestos como el anarco-socialista Proudhon y el conservador católico anti-liberal Donoso Cortés se percataron de ello. El pensador anarquista francés destacó cómo la idea de la gubernamentalidad, caracterizada como una forma de gobierno completa sobre la vida de los ciudadanos tal y como señala Michel Foucault en su célebre curso en el College de France, no deja de ser una traducción secularizada de la idea teológica de la providencia. Al igual que el creyente, a través de un acto de “fiat” confía su vida a los designios providentes de Dios, el buen ciudadano es aquel, que como señalara Platón en la República, confía plenamente en la acción de su gobierno, incluso cuando éste le miente, pues la mentira como también señalara Platón tiene una dimensión pedagógica en la política que permite construir “buenos ciudadanos”.

La buena política no consiste, como se empeña Casado, en mimetizar lo que la sociedad piensa, sino en mejorar la sociedad para que ésta piense mejor

Para Proudhon y los anarquistas de todo signo, toda forma de dominación política resulta odiosa. Debido a esa especial vinculación entre política y teología que mencionábamos antes, cualquier intento de liberar al hombre de las cadenas de la dominación política debe ir acompañada de una simultánea liberación de las cadenas opresoras de la religión.

Donoso Cortés en su ensayo Sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo también reivindica el valor de la llamada teología política, pues para él toda idea política es teológica, ya se fruto de una mala teología (secularizada en el caso del liberalismo o satánica en el caso del llamado socialismo) o de una buena teología en el caso del conservadurismo que él defiende. Toda ideología política presupone una doctrina soteriológica; una idea de salvación para el hombre del mal que lo atenaza. Lo que diferencia a unas ideologías de otras es donde éstas ubican el origen del mal. Los liberales, al presuponer la total autonomía de la política respecto de otros órdenes como la economía o la religión, creen que el hombre puede alcanzar la salvación respecto del mal por medios estrictamente políticos, ignorando el origen teológico de muchas de sus construcciones políticas (por ejemplo, la división de poderes que no deja de ser un trasunto del misterio trinitario). Para los liberales el problema del mal se disuelve en un problema exclusivo de un mal gobierno, de una mala gestión de la cosa pública. Esta genial intuición de un pensador Donoso, más reivindicado allende de nuestras fronteras que en su propio país de nacimiento, puede explicar perfectamente las enormes dificultades que experimentan muchos liberales puros, conocidos despectivamente como “liberalios”, para identificar la razón última del auge de ideologías políticas totalitarias del ayer y del hoy. Ya sea el pretérito fascismo o el comunismo o el de la nueva izquierda identitaria posmoderna del hoy.

El liberal ingenuo sigue creyendo que todos los problemas sociales y políticos se resuelven con una receta cuasi taumatúrgica: menos gobierno o pura ausencia de gobierno para dejar paso a la libre iniciativa de los individuos, los cuales pueden ejercer muchas de las funciones estatales, incluida la defensa o ciertos servicios públicos básicos de una forma más eficiente (versión utilitarista) o de una forma más respetuosa con la libertad y autonomía de los individuos (versión iusnaturalista). La llamada teología política reivindicada ya por Platón y más recientemente por autores como Hans Blumenberg o Carl Schmitt pone de manifiesto el carácter secularizado de la ideología como una forma moderna de religión política. Sin esa comprensión profunda de la raíz última de los problemas políticos es relativamente sencillo deslizarse por la pendiente del electoralismo, del marketing político y de la pura demoscopia. La política no puede disolverse, como creen los liberales agnósticos de lo ideológico, en una mera gestión de lo recibido. La buena política no consiste, como se empeña Casado, en mimetizar lo que la sociedad piensa, sino en mejorar la sociedad para que ésta piense mejor.

Este agnosticismo político conduce a la creciente desideologización de muchos partidos que se definen como liberales. En los casos más extremos, como el del PP, ese liberalismo supuesto o presunto se difumina tanto que incluso pierde su fundamento doctrinal económico para degenerar en una suerte de socialdemocracia moderada y epistemológicamente débil que está condenada a la irrelevancia a largo plazo. El social-liberal o “liberalio” acaba reducido a una suerte de social-demócrata tardío y acomplejado.

Curiosamente sólo aquellas corrientes liberales que entroncan con formas de anarquismo, los llamados anarco-capitalistas, son conscientes como señalara Proundhon, de la esencial vinculación entre política y religión o su forma secularizada llamada ideología. El problema radica en que creen que la liberación de las cadenas de la dominación viene de la mano de una renuncia a la ideología y con ello subestiman el influjo que la religión o su forma secularizada, la ideología, tiene en la vida de las personas. El hombre necesita en último término vincularse con una instancia trascedente en la religión o con una instancia inmanente en la ideología que le garantice la salvación frente al mal. Las modernas preocupaciones de la izquierda por la desigualdad de género, el racismo o la degradación medioambiental no dejan de ser formas secularizadas de la preocupación clásica de la teodicea por la cuestión del mal ontológico, es decir el insondable problema de por qué el mundo, siendo obra de un Dios bueno y providente, es imperfecto y está lleno de maldad. El ser humano puede dejar de ser ideológico no tanto cómo defienden los seguidores de Lacan y Zizek por la necesidad de llenar un vacío ontológico de carácter personal como de encontrar un sentido último al problema del mal en el mundo, como sí destacan los seguidores de la llamada teología política.

Partiendo de la constatación de ese suelo teológico-secularizado, la pretensión de este nuevo PP de renunciar a la ideología en aras a una supuesta moderación que se traduce en una mayor aceptación social y por ende en más votos, no deja de ser una visión tan pueril y superficial de la política que sería cómica si no llevara aparejada una terrible realidad para el país. España se encuentra al borde del colapso sanitario, económico y lo que es peor, al borde del colapso cultural, con una ciudadanía cada vez más presa de falsos relatos y cantos de sirena que le han prometido la “salvación” a través de políticas improvisadas, demagógicas y profundamente alejadas del verdadero sentido de la política: la búsqueda del bien común.

Foto: Alex Eckermann


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