El sistema sanitario constituye un lugar en que confluyen un conjunto de prácticas sociales (que alcanzan un fundamento legal y que constituyen un subsistema de poder muy específico) que dependen de las ideas sobre la salud, la higiene, la felicidad y la seguridad, que no debieran dejar de ser objeto de controversia, y, por otra parte, una gran variedad de conocimientos  de índole científica que es lo que hoy día conocemos como biomedicina, un conjunto de actividades muy complejo que no son solo clínicas porque incluyen la investigación pura, el análisis estadístico, la economía de la salud o la industria farmacéutica.

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Cuando se presenta una pandemia como la que estamos padeciendo se hace patente que lo que llamamos salud se ha convertido en un campo de enorme importancia política, hasta el punto de que en función de las amenazas que se ciernen sobre ella se pueden poner en marcha mecanismos constitucionales que nos alejan mucho de la normalidad, como hemos podido comprobar. En concreto, la defensa de la vida se ha convertido en un objetivo político indiscutible, y merece la pena examinar si eso se ha hecho con suficiente respeto a la objetividad y complejidad de las cuestiones en juego o, por el contrario, se ha aprovechado esta crisis para promocionar determinados intereses políticos. Se trata de una cuestión que debe plantear cualquier persona que tenga un mínimo aprecio de su libertad.

Empezaré por una constatación que debiera ser indiscutible: ante una misma amenaza, las diversas naciones han actuado con estrategias y planes muy distintos, de forma que parece un exceso de ingenuidad suponer que las medidas que ha tomado un gobierno cualquiera puedan remitirse, como se ha hecho entre nosotros de una manera bastante necia, a los dictados de la ciencia. Dos hechos adicionales son muy relevantes para centrar el análisis, el primero que una amenaza de este tipo es un problema sanitario, pero no solo eso, porque puede suponer, y casi seguro supondrá, una serie de crisis de todo tipo, y no solo económicas, capaces de modificar de modo sustantivo nuestra forma de vivir. Por último, convendría caer en la cuenta de que las medidas frente a la pandemia suponen una apuesta contra el tiempo, en la que no tenemos ninguna garantía de cuál puede ser la estrategia ganadora.

Nuestro presidente ha presumido de salvar 300.000 vidas con el confinamiento casi medieval al que nos ha sometido, pero ya se sabe que Sánchez tiene una relación esquiva con los cálculos

La pandemia, como todo fenómeno natural, se comporta de un modo que puede resultar aterrador en sus comienzos (la famosa capacidad exponencial de contagio del virus), pero cabe suponer que pasará por una fase de moderación y, al final, desaparecerá, de uno u otro modo, aunque, por descontado, pueda volver a aparecer. Nuestro presidente ha presumido de salvar 300.000 vidas con el confinamiento casi medieval al que nos ha sometido, pero ya se sabe que Sánchez tiene una relación esquiva con los cálculos y no me parece que vaya a molestarse mucho en explicar con cierto rigor por qué ha sugerido esa cifra, con toda probabilidad muy modesta para lo que es probable que considere sus méritos. Es verdad que en esto de las predicciones es difícil distinguir a un sabio de un delincuente, y eso favorece que cualquiera pueda hacer sus estimaciones que han abundado, sin duda, en estos meses de desconcierto.

Las dos estrategias de fondo frente a la pandemia se pueden distinguir en función de cómo se estima el daño que cabe esperar, de forma que se puede recurrir a un enfrentamiento directo, que se justifica en la creencia de que se pueda parar la expansión del virus, o, de otra manera, apostar por una convivencia menos beligerante con la amenaza a la espera de que se alcance a tiempo un alto grado de inmunidad en la población. Quienes defienden la segunda forma de abordar la pandemia advierten de que, para hacer comparaciones, hay que esperar a que el proceso termine (por decaimiento o por encontrarse un remedio clínico eficaz o una vacuna fiable) y ver entonces cuáles han sido los resultados añadidos, el número de fallecimientos, los daños sanitarios y los efectos económicos y sociales de todo tipo que se derivan por fuerza de las estrategias basadas en el confinamiento. Puede que haya personas que consideren que solo una de las estrategias es defendible (la reacción agresiva), pero les puedo asegurar que existen epidemiólogos con lecturas y experiencia que prefieren apostar por la segunda.

En el caso del enfrentamiento directo contra la pandemia se ha abordado en algunos países con medios tecnológicos bastante distintos al confinamiento (que es un recurso casi milenario) y que, en general, han dado resultados bastante estimulantes, puesto que existen medios para localizar a los infectados y realizar aislamientos específicos que no afecten a toda una población. Como es lógico, las distintas naciones han adoptado fórmulas adaptadas a la gravedad de su amenaza y con variantes de ambos sistemas básicos de reacción, siendo mayoría los países que han usado una u otra forma de confinamiento en los momentos más agresivos de la enfermedad, aunque el rigorismo con ridícula arbitrariedad de Sánchez no ha sido nada común.

Lo peculiar de nuestro caso está en que estamos experimentando un confinamiento duro y muy largo, que en algún momento ha amenazado con llegar al verano, sin que se hayan hecho evidentes los frutos que estima el señor Sánchez, pues a día de hoy, estamos muy arriba en los rankings internacionales de muertos por habitante (solo detrás de Bélgica que hace un recuento mucho más inclusivo y minucioso que el nuestro), en la mortalidad por caso (equiparados a Suecia, que es el ejemplo más cercano de estrategia por completo distinta), además de tener un altísimo porcentaje de contagiados entre el personal sanitario, lo que, con mucha probabilidad, se habrá debido a la tardía y lenta respuesta a la pandemia y a deficiencias en los equipos de protección.

No creo que tras esta dolorosa experiencia nadie se atreva a repetir la consabida tontuna de que “tenemos el mejor sistema sanitario del mundo”

No parece muy sano usar estos datos para zaherirnos, ni siquiera para atacar a un Gobierno que es obvio que no ha estado a la altura, puesto que existen responsabilidades más amplias y de fondo que las que corresponden en exclusiva a este lamentable ejecutivo. Pero sí resulta indispensable preguntarse por las razones que puedan explicar tan poco brillante capacidad de respuesta, en especial porque esta pandemia está siendo lo suficientemente grave como para que se pueda poner en duda la pertinencia de muchas ideas sobre las cuestiones de fondo, en España y en el mundo entero.

No creo que tras esta dolorosa experiencia nadie se atreva a repetir la consabida tontuna de que “tenemos el mejor sistema sanitario del mundo”, y eso debiera enseñarnos dos cosas muy claras, que el sistema sanitario es mucho más que nuestros médicos, enfermeros etc., sobre cuya dedicación y heroísmo, aunque con excepciones, no hay muchas dudas, y que es poco inteligente hacer comparaciones sin saber cómo se hacen. Me parece que también haríamos bien en reparar en la endeblez de nuestra ciencia, en cómo se afanan por investigar y sobresalir un puñado de españoles, al margen de cualquier apoyo y en medio de la indiferencia popular que se dedica a admirar y promover a figuras y oficios muchísimo menos dignos de atención, cuando no deleznables.

Por último, me parece que se hace indispensable mirar de forma muy crítica hacia la capacidad organizativa y de respuesta de nuestras administraciones públicas, que, con la excepción de las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad, ha fallado en este asunto de manera harto lamentable. Que tengamos centenares, si no miles, de funcionarios dedicados a la salud pública y a la prevención de epidemias y que no hayan sido capaces de actuar a tiempo y con energía para sacar de su sopor ideológico y de su borrachera feminista al gobierno de Sánchez es en verdad dramático.

Son muchos los que creen que esta pandemia va a tener efectos de muy largo alcance, y que está mostrando las debilidades organizativas de los EEUU, de Europa misma, al tiempo que muestran a una China capaz y moderna que ha puesto al virus en retirada en apenas dos meses, claro es que a un precio que nos parece impagable, pero por lo que a nosotros concierne, no nos debiéramos de conformar con un rendimiento tan bajo de unos sistemas tan gravosos para la economía nacional. Ya sabemos lo que dirá la izquierda, que es necesaria más sanidad pública, etc. etc., pero es porque están especializados en la propaganda y son incapaces de entender la crítica como algo distinto a fortalecer el liderazgo de sus mandarines.

Los ciudadanos capaces de preguntarse por el destino común al margen de tópicos debieran exigir un análisis a fondo de lo que nos ha pasado, y, para empezar, debieran darse cuenta de lo sospechoso que resulta el empeño del gobierno en dilatar la vigencia de un confinamiento tan discutible en sus fundamentos como en su eficacia, lo que está muy a la vista por los números, pese a las incongruencias de los recuentos oficiales, y deberían exigir que esa revisión se haga al margen del consabido esquema cainita, porque si algo está claro es que las deficiencias de fondo se deben a un sistema que no cabe atribuir en exclusiva ni a los Hunos ni a los Otros, por decirlo a la manera de Unamuno.

Foto: Pool Moncloa / Borja Puig de la Bellacasa

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web