Como ustedes saben perfectamente, hay veces en que una novela, serie, película o cualquier otra obra de ficción se convierten en un microcosmos o, si prefieren una catalogación menos pretenciosa, un espejo revelador de los usos y costumbres, prejuicios y aspiraciones de la sociedad en que vivimos. O, al menos, de un importante o influyente sector de la misma. Ello es así, me apresuro a puntualizar, independientemente de la consideración artística que merezca la obra en cuestión: tanto da a estos efectos que sea una obra maestra o un bodrio. En ambos casos, aunque obviamente por motivos muy distintos, lo que nos interesa es esa función de reflejo colectivo o de situación.

Publicidad

Se acaba de estrenar en las pantallas españolas una comedia norteamericana de esas que, en términos de producción, estrellas y acabado técnico, pretenden ser de alto empaque. El título original es Long Shot, pero aquí se presenta como Casi imposible –casi imposible distinguirla así de otros títulos clónicos: parece que la imaginación de los distribuidores hispanos no da para más-. Dirigida por Jonathan Levine, cuenta con Charlize Theron y Seth Rogen en los papeles principales. Pero no teman, por los motivos antes apuntados, ya se pueden imaginar que no voy a hacer aquí nada parecido a una crítica cinematográfica.

Digamos simplemente, para situarnos, que se trata de un híbrido entre la comedia romántica clásica y la sátira política, centrada como bien pueden colegir, en el ámbito estadounidense. No desvelo mucho –ni creo incurrir en los temidos spoilers– si añado que el primer tributo a los tiempos que corren es que los papeles están invertidos respecto a la referencia clásica, aunque no tan lejana, de Pretty Woman (filme este, dicho sea de paso, al que Long Shot trata de parecerse tan vana como desesperadamente, encajando incluso con calzador su famoso tema, It Must Have Been Love).

El episodio de la negociación entre un terrorista y una secretaria de Estado que se ha puesto hasta el culo de éxtasis, produce bochorno. Me dirán que es solo una comedia. ¡Naturalmente! Pero en la medida en que podamos leer más allá de ella, representa bien el signo de los tiempos

Acabo de escribir inversión respecto a Pretty Woman pero ya el matiz que voy a formular constituye el primer rasgo significativo: mientras que Richard Gere y Julia Roberts representaban respectivamente un potentado y una prostituta callejera, aquí Charlize Theron encarna a una secretaria de Estado estadounidense (recordemos, la máxima autoridad en política exterior), pero Seth Rogen no encarna a un jodido chapero, ni siquiera a un cínico gigoló, sino a un digno periodista radical. Se ve que hasta en la porca miseria hay clases, y siempre es más fácil redimir a una chica de la calle que exonerar a un puto, que dirían nuestros amigos argentinos.

No sé si consideran inapropiados estos términos en una publicación seria, como Disidentia. Si es así, les aclaro que lo hago a conciencia, para estar a tono con el lenguaje sexual explícito del que alardea la película, también naturalmente para estar en consonancia con los tiempos que corren. Somos románticos y creemos en el amor pero, no se confundan, ¡no somos pacatos!, todo lo contrario. Cada vez que podemos, venga o no a cuento, hablamos de si la picha está floja o dura, explicitamos cómo nos corremos o incluso hacemos de la difusión de un video con una grotesca masturbación masculina una de las claves del desenlace.

Con todo, no se alarmen, no hay revolución sino cambalache. Si ya desde Foucault hablamos de la política del cuerpo y de la sexualidad, habría que subrayar que en esta última, como en los demás asuntos de orden privado o público, nos siguen dando gato por liebre. Es decir, confundiendo la pretendida liberación con la permuta epidérmica de roles, ¡o aun ni eso! Porque… ¿saben a lo que aspira en el fondo esta mujer todopoderosa? ¡Pues a lo mismo que todas! ¡Que hasta este chiquilicuatre que se ha buscado de partenaire la tumbe de un buen empellón en el suelo y, en medio de la faena, le dé unos buenos azotes en el culo! Ya sé que da un poco de vergüenza ajena, pero así se dice literalmente en el filme.

Como es sabido, las malas comedias necesitan de los trazos gruesos como único recurso para arrancar las risas o las sonrisas. En este caso, no les basta a los perpetradores del engendro –guionistas y director- la contraposición del ya mencionado estatus socioeconómico, sino que prolongan la antítesis en la caracterización de una mujer ambiciosa, inteligente, bellísima y elegante frente a un hombre desastrado, ridículo, obcecado y hasta tan patoso que cae escaleras abajo en los momentos en que debe exhibir mayor dignidad. Pese a todo, vienen a decirnos con absoluta inverosimilitud, el amor es posible. No es una mentira inocente.

Es una mentira que trata de falsear las relaciones personales al mismo nivel que desvirtúa y edulcora el entramado político, pero todo ello envuelto en el celofán de lo progre y lo políticamente correcto. El periodista será todo lo sectario que se quiera pero es judío, antifascista, ecologista y prefiere el despido a someterse a las presiones de los grandes trusts. Con todo eso, ya comprenderán, concita todas nuestras simpatías. Ella, por su parte, es una abanderada de la preservación del medio ambiente desde su más tierno uso de razón. Sus enemigos, las grandes corporaciones y países que envenenan el planeta ¿Cabe hoy día causa más noble? ¿Cómo no se van a querer? Más aún, ¿cómo no quererlos?

La política, se concede, es representación. Como la sutileza no es el punto fuerte del filme, el presidente de los Estados Unidos es un patán que viene de encarnar al presidente de los Estados Unidos en una serie de televisión y cuya máxima aspiración es encarnar al presidente de los Estados Unidos en el cine. En la redundancia, se supone, está la gracia. Quizá lo menos importante sea el eslabón intermedio, parecen decir los guionistas, es decir, el momento de transición en que el actor tiene que hacer de presidente real, entre la fase del cine y la fase de televisión (o viceversa). Tal como está la cosa, a lo mejor hasta tienen razón en eso.

En principio parece que nuestros protagonistas –la secretaria de Estado que aspira a la presidencia para salvar el planeta y su amante/periodista/asesor- no tienen más remedio que entrar en ese gran teatro del mundo político para conseguir sus propósitos emancipadores. Pero aquí viene lo importante, la gran moraleja de la película: del mismo modo que el amor derriba todas las barreras económicas, sociales y políticas, los ideales puros triunfan por encima de los intereses creados y, lo que es más importante, sin que sus adalides deban pagar el peaje de la representación. ¡Fuera caretas! No solo en aras de la verdad, sino porque la sinceridad te hará ganar las elecciones.

Lejos del humor vitriólico de un Billy Wilder, por citar solo un clásico indiscutible, esta sátira política moderna, a tono con los tiempos que corren, miente con la naturalidad de un Trump, pongamos por caso, o de un Pedro Sánchez, por mencionar algo más a mano. Precisamente en unos momentos en que la mistificación y las fake news han llegado a cotas inimaginables en los sistemas democráticos de Occidente, un planteamiento como el de esta película es tan cínico que mueve a perplejidad. No solo pretenden engañarnos, sino que quieren que encima les demos las gracias.

Con todo, lo más chocante es que el mensaje dista mucho de la sofisticación. Es burdo hasta la náusea. Y si el fin es espurio, los medios delatan el infantilismo que ha tomado carta de naturaleza entre nosotros. El episodio de la negociación entre un terrorista y una secretaria de Estado que se ha puesto hasta el culo de éxtasis, produce bochorno. Me dirán que es solo una comedia. ¡Naturalmente! Pero en la medida en que podamos leer más allá de ella, representa bien el signo de los tiempos. Estos son nuestros héroes. ¡Qué miedo!

Imagen: Film Long Shot


Por favor, lea esto

Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo con tu pequeña aportación puedes salvaguardar esa libertad necesaria para que en el panorama informativo existan medios disidentes, que abran el debate y marquen una agenda de verdadero interés general. No tenemos muros de pago, porque este es un medio abierto. Tu aportación es voluntaria y no una transacción a cambio de un producto: es un pequeño compromiso con la libertad.

Apadrina a Disidentia, haz clic aquí

Artículo anteriorLa brecha salarial no existe
Artículo siguiente¡Nacionalicemos el clima!
Rafael Núñez Florencio
Soy Doctor en Filosofía y Letras (especialidad de Historia Contemporánea) y Profesor de Filosofía. Como editor he puesto en marcha diversos proyectos, en el campo de la Filosofía, la Historia y los materiales didácticos. Como crítico colaboro habitualmente en "El Cultural" de "El Mundo" y en "Revista de Libros", revista de la que soy también coordinador. Soy autor de numerosos artículos de divulgación en revistas y publicaciones periódicas de ámbito nacional. Como investigador, he ido derivando desde el análisis de movimientos sociales y políticos (terrorismo anarquista, militarismo y antimilitarismo, crisis del 98) hasta el examen global de ideologías y mentalidades, prioritariamente en el marco español, pero también en el ámbito europeo y universal. Fruto de ellos son decenas de trabajos publicados en revistas especializadas, la intervención en distintos congresos nacionales e internacionales, la colaboración en varios volúmenes colectivos y la publicación de una veintena de libros. Entre los últimos destacan Hollada piel de toro. Del sentimiento de la naturaleza a la construcción nacional del paisaje (Primer Premio de Parques Nacionales, 2004), El peso del pesimismo. Del 98 al desencanto (Marcial Pons, 2010) y, en colaboración con Elena Núñez, ¡Viva la muerte! Política y cultura de lo macabro (Marcial Pons, 2014).