El anteproyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, conocido como Ley trans, finalmente recogerá, según parece, la «autodeterminación de género» y permitirá el cambio de sexo legal sin necesidad de informe médico o psicológico, así como la hormonación y/o cirugía genital de menores de 16 y 17 años sin necesidad de contar con el consentimiento paterno.
Detrás de esta ley está la teoría Queer, sistematizada por la filósofa norteamericana Judith Butler, una versión feminizada de Trofim Lysenko, ese personaje de infausto recuerdo que, frente a la competición darwinista, proponía que las plantas cooperaban entre sí, y oponía a la herencia mendeliana, determinada por los genes antes del nacimiento, un sistema donde el ambiente podía conseguir cualquier cosa. De forma bastante similar, Butler sostiene que las diferencias entre hombres y mujeres son producto exclusivamente del ambiente. Y puesto que esta idea ha servido para cuestionar la feminidad y la masculinidad, también puede servir para cuestionar la identidad sexual en general.
Fue Jean-François Revel quien dijo que el lysenkoismo fue un éxito del poder más que del charlatanismo embaucador, de la fuerza más que de la impostura. Pero por encima de todo fue el triunfo de la mentira. Hay demasiados paralelismos entre la lamentable historia de Lysenko y las teorías de Butler que ahora se convierten en ley. La historia se repite, la mentira es recreada como verdad científica y, finalmente, como verdad política, no sólo en España, sino en Occidente en general.
El miedo a no ser lo suficientemente inclusivo o, peor aún, pasar por transfóbico, ha primado sobre el análisis científico y la consideración cuidadosa del futuro de estos jóvenes
Las generaciones actuales no lo saben, porque no se lo hemos enseñado, pero una característica de Occidente era la aceptación crítica del pasado, una cultura en permanente evolución, en constante revisión, una sociedad que tomaba lo existente como punto de partida para incorporar elementos nuevos, superando los obsoletos. Este espíritu crítico es lo que nos permitió avanzar, convirtiendo nuestra civilización en una civilización racional y, al mismo tiempo, sentida, por cuanto se constituyó en una visión del mundo que emanaba de un sentimiento profundo pero aquilatado por la razón. Evidentemente, no hay civilización perfecta. Y la nuestra tampoco lo es. Pero esta cualidad impidió que quedáramos atrapados en un bucle temporal, como ha sucedido con otras culturas.
Sin embargo, en la década de 1960 este espíritu crítico derivó en el antioccidentalismo. Y si hay un entorno donde esta tendencia se ha vuelto dominante, tanto o más que en la Academia, es en la prensa. Ocurre que, en la era de las redes sociales, los grupos mejor organizados y más conscientes de los objetivos que persiguen han adquirido una enorme influencia. Desde los nuevos sistemas de difusión masiva, estos grupos pueden proporcionar relevancia al periodista y sus contenidos si éste asume sus dogmas, pero no si se muestra perspicaz. Por eso abundan los contenidos que propagan hipótesis bastante discutibles, como que el género es una construcción social, mientras que la evidencia científica es hurtada al gran público.
La prueba es que muy rara vez un medio se hace eco de estudios como Brain Connectivity Study Reveals Striking Differences Between Men and Women, de Ragini Verma; Addressing Sex as a Biological Variable, de Eric M Prager; Sex/Gender Influences on the Nervous System: Basic Steps Toward Clinical Progress, de Claudette Elise Brooks y Janine Austin Clayton; Understanding the Broad Influence of Sex Hormones and Sex Differences in the Brain, de Bruce S. McEwen y Teresa A. Milner; Why Sex Hormones Matter for Neuroscience: A Very Short Review on Sex, Sex Hormones, and Functional Brain Asymmetries, de Markus Hausmann; Sex, Hormones, and Genotype Interact To Influence Psychiatric Disease, Treatment, and Behavioral Research, de Aarthi R. Gobinath, Elena Cholerisy Liisa A.M. Galea; Effects of Chromosomal Sex and Hormonal Influences on Shaping Sex Differences in Brain and Behavior: Lessons From Cases of Disorders of Sex Development, de Matthew S. Bramble, Allen Lipson, Neerja Vashist y Eric Vilain; Gender Differences in Neural Correlates of Stress-Induced Anxiety, de Dongju Seo, Aneesha Ahluwalia, Marc N. Potenza y Rajita Sinha…
La lista es interminable y podría seguir añadiendo referencias hasta llenar páginas y páginas, porque, asómbrense, en la neurociencia la conclusión abrumadoramente mayoritaria es que el género está muy lejos de ser una mera construcción social. Una sociedad sana debería atender a estas evidencias y aceptar de forma positiva que hombres y mujeres son complementarios; que no son iguales, sino equivalentes; y que, por supuesto, la inteligencia y la estupidez, la bondad y la maldad se encuentran equitativamente repartidas entre ambos. Hacerlo no entra en contradicción con el ideal de igualdad de derechos y de oportunidades.
De igual modo, la sociedad y especialmente los legisladores deberían entender que un niño no puede ser transexual porque para que esto se produzca es condición imprescindible que tenga lugar el proceso de maduración sexual, es decir, la tormenta de hormonas que se desencadena de forma natural en el cuerpo humano definiendo la identidad sexual del sujeto con una serie de cambios fisiológicos que también tienen lugar en el cerebro. Esto significa que la aparición de disforia de género en el periodo infantil no equivale a transexualidad, ni mucho menos. Este es el gran y grave error. Los datos lo demuestran*: aunque del 2% al 5% de los varones y del 15% al 16% de las niñas llegan al convencimiento de que pertenecen al sexo opuesto, la prevalencia final de la transexualidad es sólo del 0,01% (1 entre 10.000 a 30.000).
A pesar de que un creciente número de niños parecen estar experimentando el comportamiento de género cruzado (disforia), a medida que maduran muy pocos confirman la condición transgénero y los casos son excepcionales… pero el caos que se está generando en la sociedad es cada vez mayor por culpa del eco mediático. Numerosos pediatras consideran que no es casual la creciente popularidad del Trastorno de Identidad Sexual (GID en sus siglas en inglés) y el incremento del número de visitas a sus consultas por esta causa, y alertan de los riesgos que supone tratar a los niños como si fueran una hoja en blanco, dándoles a entender que el género es elegible, porque los niños tienden a sumirse en la confusión.
Incluso en Suecia se lo están replanteando. Este país fue el primero en el mundo, concretamente en 1972, en reconocer la disforia de género, ese malestar provocado por el desajuste entre sexo biológico e identidad de género, y en dar la oportunidad de formalizar esta transición al ‘estado civil’. También fue el primero en ofrecer cuidados para reforzar las personas transgénero en su proceso de convertirse en hombre cuando se nace mujer o viceversa. Todos los tratamientos están cubiertos en clínicas públicas, a partir de los 16 años: bloqueadores de la pubertad para los más jóvenes, inyecciones de testosterona o estrógenos, cirugía de mamas, logopedas para cambiar la voz, depilación, trasplante de barba, etc. A partir de los 18 años, la administración finalmente autoriza la operación de los genitales, creando un pene a partir del clítoris o con piel, modelando una vagina por inversión del pene o con un trozo de intestino.
Desde que en Suecia se reconoció la disforia de género en 1972, el número de casos registrados ha oscilado entre los 12 y los 18 casos anuales, lo que significa que había muy pocas personas con este diagnóstico. Pero a partir de 2008, un número creciente de pacientes comenzó a llegar a las clínicas del país, sobre todo niñas que se sentían niños y querían someterse a una reasignación de género. En 2008, 28 niñas de entre 10 y 19 años recibieron atención por disforia de género, según las estadísticas de la Junta Nacional de Salud y Bienestar de Suecia… En 2017, se inscribieron 536 niñas del mismo grupo de edad. Y en 2020, cerca de 4.000.
Lo que ha alarmado a los expertos de sanidad son las curvas fuera de control. De un fenómeno extremadamente raro, que afecta a unos pocos individuos, la disforia de género se está convirtiendo en una patología de masas. «En 2001, sólo se había diagnosticado a 12 personas menores de 25 años… en 2018, eran 1.859», explica Sven Roman, psiquiatra infantil y consultor de sanidad en Suecia. Todos los adolescentes se ven afectados, pero especialmente las niñas de 13 a 17 años que quieren convertirse en niños: entre 2008 y 2018, el aumento en este tramo es del 1.500 por ciento. «En Suecia ahora hay más niñas que niños que reciben testosterona», añade con preocupación.
Para bastantes adolescentes, la disforia de género proporciona una respuesta concreta y rápida a ansiedades reales. Además, no lo descubren en un consultorio médico, sino en las redes sociales. «Devoré los videos de youtubers trans, que son muy populares en Suecia”, recuerda Johanna, que realizó la transición de mujer a hombre en una edad temprana para luego, a los 19 años, regresar a su identidad original a pesar de las secuelas quirúrgicas. «Para ellos, si estás en su canal, ya es una señal de que eres trans. Los vi super felices de haber hecho su transición y quería ser como ellos».
Parece evidente que este súbito cambio de tendencia expresa alguna anomalía. De ahí que en Suecia se hayan disparado las alarmas y que la propia Administración haya tomado la decisión de reevaluar, a lo largo de 2021, las políticas, protocolos y controles sanitarios relacionados con la transexualidad.
Sin embargo, en Europa el debate sobre la sexualidad no es racional; mucho menos científico. Para colmo, el choque entre el gobierno Húngaro y la Unión Europea, a propósito de determinadas reformas legislativas en materia LGTBI, ha servido para cortar de raíz cualquier posibilidad de discusión sobre los límites de la «pedagogía» respecto de la identidad sexual, y el asunto se ha cerrado en falso, como es costumbre, con la división entre buenos y malos, entre almas bellas y homófobos. El miedo a no ser lo suficientemente inclusivo o, peor aún, pasar por transfóbico, ha primado sobre el análisis científico y la consideración cuidadosa del futuro de estos jóvenes.
Pero esto no sólo sucede con el género. Los planteamiento bipolares, de buenos y malos, son el recurso de bloqueo utilizado por quienes están redefiniendo la sociedad. Este fenómeno impregna, en mayor o menor medida, casi todo el espectro político. Limitarlo a determinados agentes ideológicos puede hacernos creer que asistimos a una confrontación derecha-izquierda convencional. Y no es así. La amenaza es más difusa y ubicua y se ha constituido en un mecanismo de control descontrolado del que se sirven políticos, tecnócratas, activistas, periodistas, académicos y Big tech. Un sistema que reparte notoriedad, dinero y poder… a cambio de la libertad y la verdad.
(*) Fuente: American Academy of Pediatrics.
Foto: Sharon McCutcheon.