Una periodista ha compartido su opinión sobre las inconsistencias del mercado laboral y de la oferta educativa. Azahara Palomeque se queja de que ella tiene “cinco títulos universitarios”, pero el mercado laboral no responde a sus expectativas.
Esas expectativas no son suyas, cuidado. Nos lo advierte en un interesante hilo de Twitter, en el que da curso a su “rabia contenida” al despertar del “sueño que nos vendieron”: “Estudia, y llegarás lejos”.
Yo, que soy periodista como Azahara, cuando leo esas terceras personas del plural (“nos vendieron”), siempre me pregunto: ¿quiénes son ellos? Por suerte, ella misma nos da la respuesta: son sus padres, y la generación de sus padres. Ellos tenían claro que la “clase trabajadora” (sintagma nominal que demuestra que ha estudiado), no puede progresar por las escalas del poder o del dinero. Para quien no tiene otros asideros, la educación es la vía más segura para cumplir el sueño de una vida desahogada, quizás hasta opulenta; por qué no.
En cierta ocasión entrevisté a Cédric Villani, un genial matemático francés. Él me explicó que las universidades de toda Europa no son capaces de formar el número suficiente de matemáticos que necesita el mercado laboral
Sobre ella recaen las esperanzas de mejora de los reformistas. Sobre sus aulas se proyectan los deseos de cambio social de quienes no confían en la autonomía de la sociedad, y quieren que sus perfiles se ciñan a su boceto. Desde Helvetius, la educación ha sido el instrumento ideal para la erección del nuevo hombre.
Más modestamente, sobre la educación se han volcado las esperanzas de progreso de generaciones de padres; de alumnos también. Digamos ya que son esperanzas fundadas. Desde la revolución industrial, la generación de valor ha pasado del ámbito físico al intelectual.
Si hubiera de resumir la historia económica de los últimos tres siglos, sería el paso de los bienes a los servicios. Y de la economía material a la intelectual. Siempre, claro, que no nos lo tomemos demasiado al pie de la letra. Esa economía, la que ha emergido en estos siglos, la que despertó en Adam Smith la pregunta de cuál es la naturaleza y la causa de la riqueza de las naciones, la que elogió Karl Marx en su Manifiesto comunista, esa economía que, según Hayek, mejor recoge y utiliza el conocimiento disperso por toda la sociedad, es la economía capitalista. Y sí, es una economía basada en el conocimiento.
Pero el capitalismo, el capitalismo-realmente-existente, le ha fallado a Azahara. Licenciada en Periodismo por la Universidad Carlos III, de Madrid en 2009, fue arrojada al mercado laboral cuando éste estaba en pavorosa caída.
Quizá en parte por eso, Azahara continuó con sus estudios. Master of Arts en Luso-Brazilian Studies por la University of Texas, en Austin. Master of Philosophy en Hispanic and Latin American Studies. Y, por fin, Doctor of Philosophy merced a una disertación doctoral con el siguiente título: “Transatlantic Memories of the Spanish Civil War: Cultural Imperialism, Politics of Solidarity, and Resistance in Spain and Latin America (1936-1978)”, bajo la dirección de Ángel G. Loureiro.
Según la descripción de la tesis, es una investigación sobre los discursos de la izquierda sobre la relación de España con sus antiguas colonias. Tiene todos los elementos correctos: 1) La izquierda como lugar del pensamiento, la 2) memoria como factor del 3) activismo. Una 4) visión crítica de la hispanidad, identificada como cultura occidental y por tanto 5) imperialista. Y el papel de la 6) gloriosa Revolución cubana.
Con todo ese bagaje, su licenciatura, su MoA, su Princeton y su doctorado, el mercado laboral, que será laboral pero es mercado, le da la espalda. Ella ha hecho su parte: ha estudiado en profundidad los discursos izquierdistas del exilio y su interacción con otros intelectuales, también izquierdistas, de América. ¿Dónde está la contraparte? ¿Dónde está su fabuloso desarrollo profesional?
Para empezar, trabaja para instituciones del prestigio de CTXT y La Marea, de modo que quizás no tenga tantos títulos para mostrar su enfado. Pero claro, los periodistas no cobramos en prestigio.
¿Cuál es el problema? Nos lo dice Azahara: “Me parece que la raíz del discurso de Ana Iris Simón está precisamente ahí, en el cuestionamiento de la meritocracia”. Pues “el mito-timo generacional ha sido la universidad”. “Casi todos hemos concebido la educación como una inversión, y hemos recogido muy pocos beneficios de ella”.
El problema no es la educación. No es la Universidad. Es el mercado laboral. Lo que hace la educación superior es lo adecuado, el mercado laboral es el culpable de no retribuir a Azahara y a otros licenciados ¡o doctorados!, como ellos creen que deben.
Azahara ha estudiado humanidades, pero por lo que veo no se ha formado en esa rama que intenta explicar cómo se genera y distribuye el valor. No sabe que el origen del valor está en los consumidores; que si vivimos en una economía del conocimiento es porque lo han querido ellos. Y que la recompensa no está relacionada en absoluto con el mérito, da igual con qué baremo queramos medirlo, sino con la contribución al valor de lo que quieren los consumidores; ya sea directamente, ya en uno de los pasos intermedios que van desde los estadios más alejados de la producción, a los más inmediatamente cercanos a ese consumo. Es el valor añadido, Azahara, lo que se remunera. No el mérito. La meritocracia es posible bajo un régimen como el de Hitler o Stalin. E incluso en estos casos su triunfo es discutible. Quizás lo haya logrado la Revolución cubana, pero tampoco le arrendaría la ganancia.
No es un caso único. Muchos de su generación, de la mía, y de las anteriores, le otorgan un valor mágico a la universidad. Como si el origen de todo valor procediera de ella. Cuando lo que se trasluce en miles y miles de quejas como esta es el fracaso de esa institución en crear profesionales que demande la sociedad.
En cierta ocasión entrevisté a Cédric Villani, un genial matemático francés. Él me explicó que las universidades de toda Europa no son capaces de formar el número suficiente de matemáticos que necesita el mercado laboral. Así como es posible que, quizás, acaso, no haya una demanda enorme de expertos en los vericuetos de los discursos izquierdistas del siglo XX, sí hay una demanda permanentemente insatisfecha de matemáticos que sepan poner en marcha la actual revolución tecnológica y económica, que es la de los datos. De modo que no, no es el mercado el que falla, sino una institución, la universitaria, manoseada por los políticos y, por tanto, fracasada.
Su abuelo era un “republicano de Azaña”. Mi bisabuelo era amigo personal de él, y quizás tuviera algún papel en su entrada en la masonería. Se llevó esos secretos con su última exhalación en el Madrid de los últimos días de la República, así llamada. Lo que me enseñó esa rama de mi familia es que no se debía volver a los enfrentamientos de antaño. Y que debemos valorar las instituciones que nos permiten vivir en paz a quienes pensamos de un modo diferente. Quizás esas lecciones no le hayan llegado a Azahara, que toma las críticas como demostraciones de “odio”. Es posible que haya quedado al abrigo del debate, del encuentro con pensamientos distintos del suyo, en esas universidades que le han arrojado a CTXT.
En definitiva, su “insoportable frustración” es tal que quemaría el 90 por ciento de sus créditos universitarios, pero se quedaría con el otro 10 por ciento, “que me sirven para entender mejor el mundo”. Pues son esos, precisamente esos, los que debería quemar.
Foto: Honey Yanibel Minaya Cruz.